Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

miércoles, 12 de agosto de 2015

Cinco cosas que he aprendido del amor (y de enamorarse de la gente)

Tenemos una especie de grupo de apoyo con varios amigos en el que hacemos chistes de la soltería y nos libramos juntos de las parejas de enamorados que abundan en la calle. Estamos todos sin pareja por cualquier razón: algunos por exigentes, otros porque ya están mamados de tratar, otros por decisión propia y otros, como yo, porque todo les sale mal. Tenemos el karma 'antipareja estable'.

Pero somos felices. Viajamos mucho. Amamos el amor, pero lo vivimos distino. De verdad somos felices. No es una felicidad de esa que uno publica en el Facebook pero no siente en el corazón. Es de la de verdad. Me robo de esas charlas estas cinco cosas que he aprendido sobre el amor (y no les doy crédito porque me quitan la amistad).

1.  QUE LA SINCERIDAD ES MAL PAGADA
Bueno, esta lección es dura porque regularmente me atoro si no voy diciendo las cosas. Le tengo miedo al cáncer y creo que si no digo todo, me voy a provocar uno. Pero aprendí que no todo se puede decir. Ni aunque uno se prometa sinceridad absoluta. Y no se puede decir todo por algo muy sencillo: porque no todo puede ser entendido. Yo le digo bebé, gordito, cachorrito al 90% de gente que conozco. Y ningún hombre del mundo, por más que me haya querido, ha podido aceptar que yo haga eso con el planeta, y a él le diga un tierno diminutivo de su nombre. Y así con las conversaciones, con los sanos coqueteos. Nadie entiende eso, no nos digamos mentiras: uno no puede contarlo TODO. Y tampoco uno es capaz de ENTENDERLO todo.

2. QUE SOY MÁS FELIZ CUANDO NO SÉ NADA
De verdad no quiero saber nada de la ex. Nada. Ni si era la peor persona del mundo o si la van a beatificar tan pronto se muera. Nada. Cualquier minúsculo detalle me llena de ideas. Me quita el sueño y me atormenta. No quiero saber ni el nombre, ni si era más linda o más fea. No me muestren nada. Dejen que formemos una relación nueva, fresca, sin sentirse presionado a llenar estándares. Malditas redes sociales.

3. QUE NADA DURA PARA TODA LA VIDA
La traga más absurda, la más ridícula, la más hermosa, se acaba. Qué pesar. Pero es así. Puede ser que exista gente que se quede junta para toda la vida, pero el amor le va mutando hasta que es algo parecido a lo que siento por mis amigos gays: un desenfrenado deseo por frienzoniarlos para siempre.

4. QUE A PESAR DE QUE ME HAN ROTO EL CORAZÓN, NO PIERDO LA FE
Hay una ventaja en ser optimista: que uno se cae y es ridículo cómo le encuentra a eso algo positivo (como que el tipo que lo ayudó a parar estaba lindo, o que me di cuenta de que debo limpiar las botas, y así). Y cada vez que me rompen el corazón me vuelvo añicos, lloro, dejo de comer, dejo de peinarme (enamorada también dejo de peinarme), no quiero levantarme, lloro abrazada a Marrón... pero a la semana ya estoy pensando en que me veo divina más flaca, en que tan rico que me rinde más la plata. Mejor dicho, voy a morir a los 60 años todavía intentando eso del amor. Así es, así me hicieron. Le pusieron mucho optimismo a los cromosomas. Fui un bebé muy buscado.

5. QUE ESTAR SOLA NO ES TAN HORRIBLE COMO UNO CREE
He conocido a personas increíbles por tomar café sola. He tenido conversaciones con señores mayores y con niños chiquitos por leer por ahí compartiendo mesa con alguien. Estar solo, viajar solo, vivir cosas solo es muy lindo. Uno conoce a la persona más importante del mundo: a uno mismo. Puede charlar con uno, puede entender qué le gusta, qué detesta. Después la compañía (de amigos, de pareja) es un premio extra, no una necesidad.

ÑAPA: tal vez nunca encuentre el amor en un hombre alto, 10 años mayor que yo, con una profesión interesante y su vida solucionada. Tal vez no. Pero encuentro el amor todos los días en mis papás, en mis perritos, en mis amigos, en mis compañeros de trabajo, en la gente desconocida de la calle. ¿Ven? Hay ventajas en ser optimista.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Así es estar despechado


Mis amigos piensan que no estoy despechada porque fui yo quien puso fin a la relación  (por poco de 3 años). De hecho sospecho que algunos sienten un descanso cuando les digo que me siento sola, porque piensan que así aprenderé algún tipo de lección por haber dejado a un buen tipo por una razón, a su parecer, sin peso.

Pero sí, querido lector, aún cuando uno termina la relación también se siente despechado. Y el despecho es, según he sentido, más horrible que el de quien es dejado: uno tiene que enfrentarse a su propia decisión, asumir que es probable que se arrepienta y que aún así tendrá que seguir de frente, caminando solo al mundo de la soltería voluntaria.

Han pasado ya cinco meses (ajá, llevo la cuenta) y todavía tengo días de los difíciles en los que me quedo pensando que voy a morir arrepentida de haber dejado a un buen tipo por una razón que el atenuante de años me hará ver como muy estúpida. En estos cinco meses he pasado por varias etapas, que quiero reseñar aquí como parte de esa terapia y también porque estoy muy cansada de que me pregunten por mi novio, mi novio que no tengo.

1.  La decisión tomada:
No fue al azar. Tomar la decisión de terminar con ÉL y no regresar por nada en el mundo me llevó un buen tiempo, terapia con una psicóloga maravillosa durante varias semanas y hasta una lista que repasaba todos los días, tachaba y reescribía hasta que estuve completamente segura de lo que estaba haciendo, además de las razones por las que lo estaba haciendo. La razón solo nos importa a ÉL y a mí, pero lo que usted debe saber es que, como haciendo un ensayo, tuve mis argumentos claros y se los dije a ÉL todos. Sabía que lo iba a extrañar, pero tenía mis argumentos para explicarle al corazón por qué no lo íbamos a llamar, ni a buscar, ni a stalkear. Nada.

2. El “no me lo nombre, gracias”:
Mucha gente adoraba vernos juntos y, claro, entiendo su trauma al ver una separación. Me llamaban a preguntarme por él. Me invitaban a comer y me contaban cosas de él. Me buscaban por redes sociales para contarme que lo habían visto. NO ES CHÉVERE. Tuve que pararlos a todos: gracias, de verdad, por sus buenas intenciones, pero no quiero que me hablen de él. Si está bien o si está mal ya no es asunto mío. Ya no hago parte de su presente, si no de su pasado. Si yo tengo problemas o tengo alegrías tampoco se las cuenten, él no necesita sentir lástima por mí o por lo que tuvimos. Ambos debemos estar en el cajón de los recuerdos lindos del otro, nada más que eso.

3. Qué mala compañía soy:
Uno se cree la mejor compañía del mundo hasta que está solo. Descubrí que aunque a la gente en general le parece divertido estar conmigo, se ríe de mis chistes y acude a mis invitaciones de buena gana, yo me encontré tremendamente aburrida. La mujer más tediosa del mundo para pasar cinco minutos. Quería estar chateando con cualquier persona, hacer cualquier plan, comer con cualquiera, pasar tiempo con cualquier ser humano menos conmigo. Hasta que entendí y no fue fácil: la relación en la que estaba ahora era conmigo, a la que había que enamorar era a mí.
Puedo decir con orgullo que adoro ir a tomar café y a leer sola. Me encanta poder verme las películas que quiero, mi cama es una delicia con las almohadas incomodándome por donde yo quiero, trotar sin charlar con nadie es de lo más rico que me pasa todos los días. No estoy perdidamente enamorada de mí, pero por lo menos ya ansío a que llegue el día de esas citas de Katherine con Katherine, que programo cuidadosamente con días de antelación.

4. Hacer algo que no hacía con él
Muchas actividades me lo estaban recodando sin querer y por eso supe que era el momento de hacer cosas que no tuvieran nada que ver con ÉL. Por eso ahora tengo piernas de acero gracias al pole dance y por eso hice otra cosa, en absoluto secreta, que me recuerda cada día que mi soltería es una decisión que mi yo consiente, pensante y empoderada tomó.

5. ¡Dios, extraño los besos!
Estar sin novio ya no me parece una tragedia. De hecho jamás había pasado tanto tiempo sin nadie. Pero, ¡dios, extraño los besos! Los extraño mucho. Y pilas, no extraño SUS besos, sino los besos. Adoro besar y besar a buenos besadores… y bueno, ahora no estoy precisamente en una época de recibir muchos besos. Por eso también estoy pasando por una época de odio hacia la gente que veo besándose, y de eso precisamente se trata el siguiente punto.

6.  ¿Están enamorados? No va a durar
Busque enanos y verá millones en un día. Yo busco, sin querer, a gente enamorada. Los veo en restaurantes, buses, andenes. Los veo en todo lado y me fastidian de sobremanera. Empiezo a especular sobre cuánto tiempo van a durar, si todavía hacen el amor, si se ponen los cachos. Yo sé, yo también me desprecio por esto. Pero es una etapa y hay que vivirla.

Un amigo me dice que mi siguiente etapa será desear lo que vive la gente enamorada: el sufrimiento, la angustia, esperar la llamada, los celos, agarrarse de la mano, planear cosas juntos. Por ahora estoy bien con mi resentida manera de ver a las parejas, mientras hago de todo por enamorar a la mujer más difícil del mundo: yo.

Ya les contaré lo que venga.



martes, 14 de octubre de 2014

Mi insoportable crisis de los 30



Yo que me las doy de persona del combo de los ‘siempre felices’ estoy cayendo inevitablemente en la crisis de los 30.

Estoy insoportable aún para mí, que tengo altos niveles de tolerancia a lo insoportable. Me llegó con indecisión, con angustia, con falta de sueño, con lectura de artículos para gente mayor y, creo que es la parte más interesante, con enamoramientos efímeros de hombres que podrían ser mi papá.

Me pasó la primera vez hace unas dos semanas. Estaba comprando un café y en la fila había un tipo con la cabeza casi blanca, hablando por celular con la que parecía ser su secretaria. Le daba instrucciones de cómo organizar una reunión y qué planear en su agenda para la tarde. Adoro la gente organizada. Me quedé mirándolo y pidió lo mismo que yo: un latte pequeñito. Pedí rápido mi café y me fui a parar a su lado, esperando el momento de la entrega para saber cómo se llamaba: Emilio. Me encantó el nombre y creo que me enamoró más que ni siquiera me miró.

Pasó otra vez hoy. Salía con otro latte, del mismo lugar y me choqué con otro tipo, este altísimo y delgado, con la cabeza menos blanca: se quedó mirándome a los ojos, me sonrió y yo casi me echo el café encima. Típica adolescente de 30.

Me ha dado también por cuestionar las cosas que tenía clarísimas: ¿quiero hijos? ¿quiero casarme? ¿quiero una casa? ¿vale la pena viajar? Me he imaginado con un embarazo no deseado y luego caminando por la Séptima con un niño en un canguro y no me parece tan mala idea (¿es en serio, Loaiza?). Pienso en nombres que podría ponerle, a qué jardín lo metería, cómo lo mandaría de vacaciones donde sus abuelos. Estoy jodida.


Me imagino acostada al lado de un tipo que detesto pero que me ama y tampoco me parece tan horrible después de todo. Pienso que de 365 días al año podría no odiarlo tanto unos 100 o 200 y el resto dedicarme a leer.

Estoy empezando a pensar que debería dejar de viajar y mejor ahorrar millones para comprarme una casa en la que pueda envejecer con más dignidad que con la que voy a cumplir estos 30. ¿A quién le importa cómo es China? ¿quién carajos quiere comprar una falda peruana? ¡La estabilidad, Loaiza, la estabilidad!

Para no caer más bajo he aceptado el reto de no quejarme durante 48 horas a ver qué pasa con mi vida. Empiezo justo después de escribir este post, a la espera de que mi cabeza vuelva a la claridad de los veintitantos.