Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

viernes, 29 de enero de 2010

Mamá de Casa

Yo era de las que siempre decía que tan pronto naciera Amelia (mi hipotética primera hija), me iba a tomar dos años sabáticos para dedicárselos a la niña, para que creciera sana, amada, plena, feliz, para que no viera televisión, sino poderle hacer estimulación temprana, que escuchara Mozart y leerle todas las noches.

Pero qué va. Llevo casi tres días en la casa, día y noche en la casa, dedicada a los quehaceres domésticos: Marrón y las sábanas sucias; Marrón y el polvo de la sala; Marrón y la ropa delicada; Marrón y los platos sucios; Marrón y el agua hirviendo.

Tanto he estado aquí metida, escuchando a Mozart y reforzándole a Marrón lo de 'hand', 'stay', 'sit' y 'come' que estoy completamente segura que mi amada Amelia será muy feliz creciendo como una niña normal, adicta a la televisión, escuchando tropipop y echándome en cara cuando tenga 11 años, que yo nunca le puse atención, que soy la peor mamá del mundo, y por supuesto, gritándome a cada rato que me odia.

La verdad estos cuatro días de estar incapacitada pero no de cama, de sentirme 'maluquita' pero no lo suficiente para quedarme quieta todo el tiempo, me han servido para encontrar una sabia respuesta a lo que será mi maternidad. Aquí les dejo una carta a mis hijas (si todo sale como lo planeo, serán tres Amelia, Hanna y Laila), muchos años antes de tenerlas, para que me perdonen cuando tengan edad para leer:

Yo no voy a ser el tipo de madre que se dedica a ustedes 24 horas al día como lo hizo sabiamente su hoy abuela. No podría serlo porque he probado las dulces mieles del periodismo y quedarme en casa me vuelve loca. Prefieren una madre loca o o una madre cuerda con éxito, dinero y poco tiempo? Créanme, yo de malgenio soy un asco.

Prometo dedicarles dos días por semana, algunas noches y mañanas. No sé si pueda estar con ustedes cuando den su primer paso, o cuando digan su primera palabra, pero prometo compensarlo con conciertos de rock (o tropipop) cuando estén mayores.

Tal vez no les de su papilla todos los días, pero seguramente estaré atenta a armarles anualmente unas vacaciones de las que puedan avergonzarse mientras sean adolescentes.

Es posible que no sean niñas prodigio porque no les leí a Homero, Sócrates y Cortázar antes de almorzar, pero seguro sí les voy a tomar fotos desnudas para mostrar el día que consigan novio.

Yo amo a mi mamá porque fue una 'stay-home-mommy' perfecta, pero yo no puedo. No soy de ese tipo, no podrían aguantarme, me rogarían que saliera a trabajar. Extrañarme, se los digo por experiencias ajenas, es mejor que tenerme.

lunes, 25 de enero de 2010

Un día antes de perder la cordal


Podría jurar que siento nostalgia. Desde la última cirugía que me hice (a mediados de 2002), no he perdido partes trascendentales de mi cuerpo, más allá de la tradicional cortada de uñas semanal o la despuntada de cabello cada mes.

Sin embargo mañana (hoy, ayer, la semana pasada o hace un mes, para el lector) será diferente. Después de casi ocho años, estoy cerca de volver a perder un pedazo de Kate: aunque no la veo, aunque poco la siento, esta cordal que saldrá de mi vida mañana me tiene pensando en las cosas que se van. Me siento nostálgica por mi muela y con ello me uno a las grandes nostalgias de los últimos días. Un homenaje a todos aquellos que, como yo, se han quedado sin su muelita.

Andrés Felipe Arias debió sentir algo así cuando le sacaron del Ministerio ese montón de plata con el tal Agro Ingreso Seguro. El pobre rompiéndose las vestiduras para que llegaran unos ricachones de baja monta a quitarle lo poco que había logrado.

O de pronto si es la misma vaina que sintió el presidente Uribe cuando le prohibieron salir en televisión. Vaya uno a saber que eso de los Consejos Comunales de Gobierno, tan puntuales cada sábado, se le hayan convertido al Presidente en una suerte de hígado depurador de malas vibras de la oposición.

O la Marta Lucía Ramírez, de quien he recibido el reglamentario regaño telefónico más de una vez, que no perdió la investidura pero sí la popularidad por andar peliando con cuanto periodista se le atravesaba.

Mañana, cuando la odontóloga de EPS se disponga a librarme de mi preciada cordal, pensaré en los tres grandes perdedores de los últimos meses. Cuando me recupere, prometo convertirla en collar, tomarle fotos y hacer una rifa en facebook con ella, a ver si de pronto, de aquí a las presidenciales, logro conseguir suficiente plata como para traerles de vuelta lo perdido a los tres.

lunes, 18 de enero de 2010

Busco héroe macabro

El tipo andaba con toda tranquilidad por el Urabá antioqueño. Se codeaba con los grandes terratenientes de la zona, y le hacía el quite a las autoridades mientras tomaba limonada en medio de las bananeras, casi muerto de la risa.

Daniel Rendón Herrera, alias Don Mario, fue mi héroe macabro desde que apareció en el país la tal Ley de Justicia y Paz. Contoneó su voluptuoso abdomen durante meses mientras el Ministro de Defensa y las Fuerzas Militares se mordían las uñas de la rabia, con ganas de verlo extraditado como a los otros jefes ‘paras’.

Cuando fue capturado, hace casi un año, se me apachurró el corazón. Que es un asesino, sí; que es un hijo de su madre, sí; pero también era mi héroe macabro, y con su captura, la plaza quedó en el limbo.

La cuota de maldad en mi vida me tocaba llenarla con lo que fuera. Pasé meses tratando de admirar la inteligencia retorcida de algún asesino, buscando en los periódicos a delincuentes capaces de despertarme deseos de fuga. Pero nada.

Finalmente me rendí. Asumí que ya no llegaría a mi vida ese impulsor de maldad reprimida, y pasé unos cuantos meses planos, siendo feliz como una buena persona, saludando por las mañanas a los vecinos y aspirando hacer voluntariado en alguna fundación que me ayudara con la catarsis.

Hasta que apareció él a finales de septiembre. El ‘Fugitivo de Facebook’, un británico que se escapó de la Cárcel Scotland Yard, casi ante los ojos incrédulos de toda Inglaterra. Craig "Lazie" Lynch, de 28 años, no sólo se volvió en mi héroe macabro al escaparse de esa popular prisión, sino que conmocionó a todo el mundo con sus mensajes a través de la red social burlándose de las autoridades que pasaban cerca de él pero no lograban capturarlo.

Volvió la sangre a mi vida. Me sentí contenta otra vez a través de Lynch: sus escapadas, ironía y cinismo me llenaron de felicidad; a fin de cuentas su forma de actuar jamás será algo que yo pueda hacer. Yo nací para ser una buena persona, las autoridades no me señalarán como la más buscada, ni el mundo respirará más tranquilo después de mi captura, pero Lynch...

La costumbre de tener héroes que no lo son nació a principios de los 90, cuando el Chapulín Colorado se convirtió en el ser fantástico que más amé durante mi infancia. La Mujer Maravilla, Superman, Batman, todos eran unos completos pendejos al lado del mexicano más torpe de la historia. Esa capacidad suya de hacer las cosas al revés, me enamoró.

Es por eso que ahora, casi una década después de que dejé de verlo, puedo decir que los héroes reales de la calaña de los bomberos de Bogotá, los rescatistas internacionales en Haití o los misioneros en África, me parecen gente común y corriente, como yo: nada para admirar.

Capturado Lynch la plaza quedó disponible y aunque hay varios postulados para ganarse mi admiración, suplico ayuda, pues espero no caer tan bajo como para tener que hacerle un altar a algún exministro, procurador o funcionario público.

Sin embargo, ante este panorama desolador, no puedo prometer nada.

jueves, 14 de enero de 2010

La historia de cómo completé dos días y dos noches sintiendo culpa

Llegué a la Transversal 86, una estación de Transmilenio que queda más allá (o más acá) de Banderas. Pasaban las once de la noche y yo, como era de esperarse, no tenía en mi billetera la tarjeta azul para entrar.

Me acerqué a la ventanilla y la mujer con chaqueta café me miró por encima de unos lentes inexistentes, sin dejar de limarse las uñas, preguntándome sin hablar qué coños quería yo a esa hora, cuando ya ella no tiene nada más qué hacer que esperar a que alguien la recoja.

- Me vende un pasaje, por favor, le dije (aunque debí habérselo preguntado), con la ignorancia respectiva.
- No hay servicio, me contestó, y pasó de limarse la uña del índice a la del anular.
- Es sólo uno, y nadie nos va a ver... por favor, le propuse y no tuve que esperar otra respuesta: la perfeccción con la que terminó de arreglar todas las uñas de esa mano, sin dejar de mirarlas, me lo dijo todo.

En ese momento apareció de la nada un celador de café, gritándome que se aproximaba el último bus hacia el norte. ¿Le sirve? Claro, voy para la calle 53.

Mientras yo respondía, él ya estaba corriendo hacia la puerta del bus y en menos de lo que pude darme cuenta, le contaba al conductor que yo me iba a montar y que me esperara.

- Entre, ¿por qué no entra? me preguntaba a gritos desde el otro lado de la estación.
- No tengo tarjeta y ella no me vende, me quejé, mientras la señorita de la estación me mostraba que no le seguía importando mi futuro inmdediato.

El celador se devolvió corriendo hasta donde yo estaba. De un momento a otro todo pasó ante mis ojos en cámara lenta: me dijo entre, puso su tarjeta azul y corrió, verfificando de vez en vez que yo sí lo estuviera siguiendo.
Mientras tanto la media yo que todavía no creía lo que estaba pasando, buscó desesperadamente en la billetera con qué pagarle el pasaje y no encontró más que un billete de 10 mil pesos.

- Tengo esto, le dije, entregándole lo último que me quedaba.
- Mañana me paga, yo voy a estar aquí, me dijo, mientras empujaba el billete de vuelta a mi billetera.

Se cerraron las puertas del bus, él último que iba hacia el norte, dejando atrás esa estación que yo, excepto hace dos días y dos noches, nunca visito.

martes, 12 de enero de 2010

Me dormí en La Peste, ¿y qué?

Desde que lo hice se convirtió en el tema de conversación de múltiples encuentros entre la suscrita y sus conocidos y amigos. La gente, conmocionada, no se explicaba por qué una persona como yo podría quedarse dormida en un concierto tan punk como el de La Pestilencia.

La verdad a nadie le di explicaciones y más bien me limité a decir, “si, fui yo quien se quedó dormida, ¿y qué?”, una respuesta con mucho carácter belicista, como todo lo que se vive al escuchar canciones de esa banda. Sin embargo hoy, un mes 6 días después del magno evento, me dispongo a dar explicaciones públicas de por qué ese 5 de diciembre de 2009 me quedé dormida en La Peste. Y no en cualquier lado, en VIP.

En junio de 2005 los conocí por primera vez. Había yo terminado con el novio de la época y me pasaba los días con un fumador compulsivo de marihuana, andando de un lado para otro con su perro, catalogado como altamente agresivo. Fue él quien un día, estando en mi apartamento pereirano a las 4 de la mañana en época de parciales, me mostró quién era La Pestilencia. Esa misma noche me aprendí las canciones que todavía recuerdo: vive tu vida, soldado mutilado y fango.

Escuché La Peste con mucho entusiasmo hasta que, unos tres o cuatro meses después, el novio con el que había roto retornó y dejé atrás la vida de andares, de perros agresivos y de punk. Volví a ser la chica de pinta rockera pero gustos cuchucuqueros.

No podía yo imaginarme que cinco años después estaría con ‘Henry’ haciendo fila para entrar al concierto de la misma banda, sabiéndome apenas unas cuantas canciones de ese grupo. Pero lo hice, me animé a ir al concierto desde una semana atrás.
Hago esa aclaración porque aunque para el día del concierto tenía yo más del sueño que mi cuerpo de veinticincoañera podía soportar, decidí ir. La noche anterior me había trasnochado en alguna fiesta, para luego tener que ir a trabajar con el reglamentario sueño.

Todo el día me la pasé somnolienta: me dormí en consejo de redacción, en mi puesto después de almuerzo, en la buseta, en el kiosco mientras desayunaba… Estaba tan cansada las ocho de la noche, cuando salí de trabajar, que me quedé profundamente dormida en el bus y luego en la ducha en mi casa.

Para la hora del concierto, cerca de las diez, en el Metropol ya estaba Katherine Loaiza Martínez en una suerte de sueño permanente con los ojos abiertos. Fue cuestión de demoras en el inicio de las canciones que yo me sabía, para que el sueño me hiciera quedarme dormida con los ojos cerrados.

Primero lo hice con un disimulo, abrazándome a Henry y fingiendo que tenía muchas ganas de afecto punkero. Después decía que estaba cansada, me sentaba en el piso y dejaba que mis cabeza se durmiera encima de las rodillas.

Para la media noche ya no eran pequeños episodios de sueño, sino que había ya yo perdido la vergüenza y dormía sobre unos cables de alto voltaje que de vez en cuando le hacían terapia de choques eléctricos a mis nalgas.

Señores de La Peste y fanáticos de aquellos, Henry, 'Jorge' y novia de Jorge (quienes vieron todo el show de sueño): no es que no me guste, no es que me aburra, no es que sea mi mecanismo de defensa contra esa música, es que me cogieron en una mala época. Vuelvan a presentarse y prometo ser la pogueadora que más puños pega.

martes, 5 de enero de 2010

Viaje a la ciudad del desempleo


Aprovechando las vacaciones y las raíces pereiranas, decidí hacer un viaje a la ciudad que tiene el mayor índice de desempleo del país, para comprobar que la situación es tan dramática como dicen los medios de comunicación.

Me fui en bus, para no despertar sospechas de los conciudadanos y desempolvé el acento paisa al llegar al terminal, para que la naturalidad de la pereiranidad aflorara en mí.

- Buenas tardes. Está haciendo harto calor, cierto… ¿tiene usted trabajo?
La mujer que esperaba el bus corrió espantada de mi lado al oír mi inesperada pregunta. Tengo que ser más disimulada, pensé. Abordé el taxi y le di la dirección de la casa de mi tía.

Al llegar los vi a todos muy desocupados, vestían ropa veraniega, algunos no se habían bañado y otros más hacían cosas de quien no tiene una función qué desempeñar en el corto plazo, como pintarse las uñas o ponerse mascarillas en el cabello. Hasta el bebé parecía no hacer mucho por conseguir dinero. ¡Todos están desempleados!, grité espantada. Mi tía me dio un agua de manzanilla y me pidió que me calmara. Es 25 de diciembre, me recordó. Hoy nadie trabaja, excepto los periodistas, dijo con voz de profeta.

Pensé entonces que el momento de hacer reportería vendría después, cuando las cosas estuvieran medianamente normalizadas.

El lunes después de navidad me levanté temprano a abordar los buses que tradicionalmente los trabajadores toman para llegar a las oficinas y fábricas.
Para mi sorpresa pasó y con puestos. Le pregunté al señor del bus si esa situación era habitual y me dijo que desde hace algún tiempo lo es; sin preguntarlo, asumí que la subida estrepitosa en el precio de los pasajes en bus urbano (quedaron a $1.400) se debía a la disminución de viajeros.

Me fui entonces a andar las calles, con cara de turista para ver qué tantos connacionales me contaban sus desgracias laborales.

El experimento falló. Nadie me pidió trabajo en una ciudad lejana, como yo lo había pensado. Sin embargo sí muchos me pidieron dinero, me ofrecieron comprar ropa, zapatos, esencias para el sahumerio y hasta noches de amor.

¿Todos trabajan en la calle? Le pregunté a uno de tantos, que me vendió un juguete para el perro. Más que antes, señorita, respondió mientras seguía ofreciendo a viva voz los huesos de carnaza, sin dejar claro desde cuándo se cuenta el antes.
Fue en ese momento cuando caí en la cuenta que los andenes estaban más estrechos y que muy cerca de mis piernas había por lo menos cinco variedades de cosas para comprar.

El espacio público, más que antes y seguramente menos que después de mi visita, nunca había estado tan lleno de artículos para comprar. Martha Elena Bedoya, antigua alcaldesa de la ciudad y quien fue una de las emblemáticas ‘desocupadoras’ del centro de la ciudad, se sonrojaría al ver la capacidad de llenar aceras del 23 por ciento de pereiranos que se niegan a dejarse morir de hambre.