Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

martes, 6 de septiembre de 2011

Del BlackBerry Messenger y otros tsunamis

Dos días con PIN y ya quiero morir. No es que no me guste estar todo el tiempo conectado, es que me desespera no poder desconectarme cuando yo quiera. Que sí, que yo sabía que era algo así lo que se venía comprando un plan de datos pero no es mi culpa: que yo ahora esté eternamente conectada a ese messenger es sólo consecuencia del domingo más desocupado del año y un amigo que dijo "¿si supo que uff sacó planes?".

El plan empezó a funcionar el domingo a las 7 de la noche y desde entonces yo he cambiado, para mal. Ahora podría ser una novia loca obsesiva, una amiga intensa por pin, una prima agotadora por Facebook, una indeseable usuaria de twitter. Todo y hasta más y por eso decidí escribir este manual para que usted, feliz ser humano sin pin, decida conservar su libertad, basándose en mi trágica vida en el post BlackBerry.

1. En ese messenger la gente no tiene modales. Nadie saluda, nadie se despide, nadie da las gracias. Uno tiene conversaciones tipo: "oiga tiene el teléfono de Mendoza" "si espere.... 54837293". Y ya. Fin. NO hay más conversación, a lo sumo una manito con guante de primera comunión, con el pulgar levantado.

2. Uno se da cuenta cuando leen los mensajes y se obsesiona cuando aparece la R y no le contestan. Es claro: lo leyó y me está ignorando. Además de la R está la D que es de enviado y un reloj que significa que uno de los dos, o los dos, tienen problemas de señal.

3. No hay manera de que no moleste. O suena un pitido, o vibra, o alumbra o no hace nada pero uno quiere estar siempre mirando si algo nuevo pasó. Es terriblemente adictivo, y si no hace nada nuevo entones uno revisa y revisa a ver si pasó algo y uno ni cuenta se dio.

4. Uno se vuelve una de esas personas que no ve el cielo, que no se da cuenta que está lloviendo o de que su acompañante en un almuerzo está infinitamente aburrido.

5. Cuando camine por la calle no va a fijarse por dónde va. Lo único que le importará de su entorno es que no haya algún raponero por ahí en la zona.

6. Menos de una semana y ya tengo 26 amigos, tengo activo el Facebook, instalé el Gtalk y le puse sonidos a todos. Básicamente 30 de cada 60 minutos por hora la bb está en mis manos o a alcance de mi vista. Estoy en contacto más tiempo con la gente a través de ese aparato que en la vida real.

7. El tiempo en el bus que antes era para siestas ahora es para meterse a Facebook, para comentar cosas, para publicar fotos, para revisar perfiles. Soy una esculcadora de fotos y comentarios en potencia.

8. Tendrá un número nuevo para aprenderse. Por dios, cómo lograr eso si me demoré dos años en aprenderme mi celular.

9. Después de que se meta no podrá salirse. No tendrá manera. No habrá cómo: usted, como yo, será un adicto.

domingo, 21 de agosto de 2011

A mi abuelita Tina

A mi abuelita Ernestina nunca le gustó que yo aguantara frío en Bogotá. Le parecía que era el principio de todos mis males: de la gordura, de la flacura, del pelo crespo, de los cachetes sin color. Pero ayer, cuando decidió al fin irse al cielo, me mandó el día más soleado del año, el más bonito, que llenó los parques de niños y a mis cachetes, tristes por su partida, de un colorado que no se me quita.

Esa es mi abuelita Ernestina. Voluntariosa y rebelde como pocas. Hermosa cómo sólo una abuela de treinta y tantos nietos puede ser. Ahora debe estar al lado de Dios pidiéndole que todos nosotros dejemos esta cara de tristeza y la recordemos justo como ella disfrutaba más la vida: jugando parqués, a carcajadas o bailando un paso doble con uno de sus hijos.

Aunque estoy infinitamente triste y no entiendo por qué no pudo esperarse tres días más a que yo llegara a decirle que ella ha sido siempre mi fortaleza y mi modelo a seguir, entiendo hoy que la voluntad de Dios es más fuerte que la mía, y que el llamado de él para que ella fuera a su encuentro es mucho más poderoso que el mío para que me esperara unos días más para verla.

En nombre de mi abuela y de los 26 años que pude conocerla, hoy les pido a todos ustedes recordarla en sus momentos más felices. Esta enfermedad que se la llevó tan pronto de nuestras vidas fue sólo un capítulo pequeñito de su larga y maravillosa existencia. Los invito a que la recordemos con su terapia favorita, celebrando su cumpleaños, estallando bombas para asustar a todo el mundo, apurando una visita que a su parecer ya estaba muy larga, jugando cartas sobre su cama o llenando los crucigramas más rápido que cualquiera de nosotros.

Esa es la abuelita que se va a quedar en mi corazón y que espero sea recodada por ustedes también. Ella es la que merece que hoy estemos todos aquí reunidos para pedirle a Dios que en el cielo le dé una casa con jardín y una perrita bien portada, que puedan hacerla feliz.

*En la foto aparece en el último cumpleaños que le celebramos. Estaba feliz porque agarró muchas cosas de la piñata.

jueves, 4 de agosto de 2011

La 'cronista' que no quiere cambiar el mundo**

De todos los que estén concursando a participar en el taller de crónica, estoy segura que yo soy la que tiene una intención menos altruista al momento de pedir que la acepten. No pretendo cambiar el mundo con una crónica y tampoco espero poder aprender a escribirlas para escribir un libro y con él alimentar a los japoneses contaminados con radiación –ahora que precisamente el tema está de moda.

La verdad es que esta periodista de 26 años, trabajadora de lunes a viernes en una página de internet llamada Terra Colombia, quiere volver a escribir como lo hacía antes de Twitter.

Esos 140 caracteres arruinaron la forma tan dulce y graciosa que tenía de escribir –según el criterio de nadie, eso me lo estoy inventado yo-. Mi blog (ojeadasinversas.blogspot.com) fue invitado por ElTiempo.com y Terra.com.co a ser abierto en sus respectivos portales, pero de un tiempo para acá todo me sale en frases cortas y no he podido enviarles un post como para que ellos sientan orgullo de su nueva bloguera.

Tampoco es que esté muriendo por tener mi blog ahí. Yo realmente quiero estar en este taller porque tengo la sospecha de que puedo ser buena escribiendo crónica, haciendo un libro o haciendo sólo crónicas, publicándolas o guardándolas, pero buena a fin de cuentas.

Nací en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, el 26 de noviembre de 1984. Cuando nací, Santa Rosa no era el municipio con el chorizo más grande del mundo, como es ahora. Y con la primera frase de este párrafo ya dije una mentira. Yo no nací ahí, nací en Pereira ese día a las 7:45 de la mañana y unas tres horas después ya estaba en Santa Rosa, lo que técnicamente me hace más santarrosana que pereirana.

Estudié periodismo en la Universidad Católica de Pereira y me gradué en el 2009, atrasada un semestre porque por estar trabajando en ElEspectador.com no pude entregar mi trabajo de grado a tiempo. Al menos esa es la versión oficial.

Después de trabajar un año y medio ahí, fui despedida por recorte de personal y pasé a trabajar a El Periódico de los Colombianos, donde hice periodismo político como por otro año y medio y me fui a Colprensa, a cubrir Fiscalía.

Terminé en Terra porque me llamaron y siempre había querido trabajar ahí. Soy feliz, tengo dos perros, un (ex) novio ido a Buenos Aires, otro más en Pereira y nada de vergüenza al aceptar que no tengo mentón (y sí muchos cachetes).

** Me avergüenza un poco decir que con este texto logré pasar un filtro de 500 personas y ser una de las 20 admitidas en el Taller de Crónica de la Secretaría de Cultura, con Marta Ruiz. A ella le parece chistoso, a mí me da pena, pero si yo no me burlo de mí, ¿quién más lo va a hacer? Por eso decidí publicarlo.

jueves, 28 de julio de 2011

Así reza Katherine Loaiza

El martes le pregunté a Andrés Felipe Solano si no le costaba trabajo escribir siendo feliz y casi se cae de la silla al estilo Condorito. Aunque se burle de mí el señor Solano y los demás escuchas de la pregunta ese día en el Externado, Katherine Loaiza Martínez sigue supremamente angustiada porque sólo le salen de la punta de los dedos frases dignas de una carta de amor, o de tarjetas de Gusanito.com

No es que me esté quejando de mi felicidad infinita, ni mucho menos que me arrepienta de haber encontrado a un atractivo caballero de ojos claros que me hace sentir absolutamente englobada, no señor. Tampoco estoy discutiendo que el sujeto en cuestión me escriba versos con una rima intuitiva encantadora, ni estoy pidiendo que cesen los detalles, las llamadas, las cenas y las caminatas de la mano en medio de carcajadas.

No estoy rogándole a Dios que aleje de mí al causante de mi cara de tonta, al que me hace reír aunque pasemos horas sin hablar, al que me hace estar tan contenta como para saludar a todo el que me encuentre y no dejarme afectar por sus frías o ausentes respuestas citadinas. Mucho menos estoy pidiéndole al universo que me quite las ganas de levantarme temprano, escribir hasta tarde, escuchar canciones ñeras, buscar en youtube todo lo que tenga la palabra “love”, al que hace que quiera estar patinando, leyendo, escribiendo.

Lo único que le suplico al universo, a Dios, al cosmos, a la alineación de chakras es que, por amor a ellos mismos, me permitan usar mi felicidad infinita, profunda e inexplicable para producir un texto coherente, divertido y glorioso que hable sobre el cantante que he estado persiguiendo desde hace un par de meses.

Nada más. Puedo soportar todo lo demás como una sierva de maravillas que hace caso. Puedo recibir la alegría incontenible sin quejarme. Sólo necesito escribir. Punto.

domingo, 3 de julio de 2011

De por qué deberían ser prohibidos los besos

No deberían prohibir todos los besos, sino exclusivamente el primero. El primero es el peor, el que más sensaciones de incertidumbre, inseguridad y desatino traen al cuerpo. Lanzarse a las tenebrosas y desconocidas aguas de la boca ajena le acarrean al ser humano en disposición de dar el primer beso más líos que beneficios y por eso debería prohibírsele hacerlo. Con ello de tajo se le quitaría la obligación de pensar en todo el asunto y la humanidad entera libraría al tiempo una bocanada de alivio.

Hay que pensar por ejemplo en una típica situación de cine. La película puede ser buena o mala, pero para los primeros besantes en potencia se convierte en un suplicio de 120 minutos, de estar pensando que cualquier minuto es al tiempo el instante perfecto y el peor para lanzarse a dar un chapuzón en la boca ajena.

Si uno de los potenciales besantes no desea contacto con la cavidad bucal del otro, la maldición recaería sobre el aguerrido, que encontraría rápidamente un contundente rechazo a su acción valerosa, que podría incluso incluir violencia física o un penoso “no te equivoques” como respuesta.

Ese es otro de los problemas del primer beso. Pensar en la posibilidad del rechazo, acarrea consigo problemas físicos: debilita los músculos faciales, momifica las piernas, llena de un hormigueo constante a las manos, dejando como consecuencia un primer besante torpe, que apenas puede mover los labios o acercarlos a la boca del otro, con movimientos irregulares, poco sensuales, más desalentadores que las esperanzas de obtener un segundo beso con la misma persona.

Alguien podría apuntar que es más fácil lanzarse al beso en otro tipo de situaciones donde el contacto no sea horizontal lateral sino frontal, como en un baile, o en una parada de bus. Un movimiento rápido que parezca una casualidad forzada y si las diferencias de estatura no son considerables, dar el beso sería cuestión de esperar al contacto visual adecuado, o al instante de descuido que incite a estrellar las bocas y esculcar si existe compatibilidad.

Tanto en este como en el caso del cine existe un factor más a considerar: el sabor con el que quedará marcado el primer beso. ¿Acaso está bien que la primera impresión de la boca ajena en sus papilas gustativas sea la de palomitas de maíz con gaseosa? O en el caso del paradero, ¿al reducto de lo que estaban haciendo antes de estar ahí, el sabor amargo de una cerveza, la sensación de descomposición de un coctel de frutas tomado ya varios minutos antes?

Agregarle al primer beso el sabor del chicle puede ser una idea peor que la de arriesgarse con la combinación de comidas y dientes sin cepillar: con la torpeza y el nerviosismo que produce ese contacto atropellado, el chicle podría terminar enredado en los dientes del contrincante, o entremezclado asquerosamente con el chicle del opositor. Ese tipo de hipotéticas situaciones embarazosas aumentan la incertidumbre agregándole a los síntomas previamente mencionados uno que lleva al escarnio público: flojera estomacal.

Finalmente existe un asunto que aunque pueda causar escozor en quien planea dar un primer beso, es importante que sea tocado: ese primer contacto determina, de tajo, si existirá a futuro amor o no; si podrán verse a la cara en otro momento y sentir absoluta repulsión o un virtual amor eterno. No debería permitirse cargar el peso tan grande de un movimiento bucal tan sencillo.

Sin embargo, del segundo beso en adelante todos estos infortunios no tendrán lugar. La confianza estará dada, los besantes sabrán las reglas del juego y no habrá lugar a quejas por chicles mal puestos o besos imprudentes en la mejor parte de la película. Sólo el primero, el peor, es el que debería ser prohibido. De por vida.

sábado, 11 de junio de 2011

El día que pasé 23 minutos con un nazi*

Alfredo Devia me había dicho que nos viéramos en Teusaquillo, el domingo sobre las seis de la tarde. Por eso cuando me levanté al medio día, arrepentida de no haber ido a la ciclovía y todavía más de haberme tomado dos cervezas en lugar de una, lo pensé todo, excepto que iba a terminar mi día rodeada de pseudohippies en Plaza de las Américas.

Alfredo Devia era el único contacto que había conseguido después de una semana de buscar entre colegas y redes sociales a alguien de Tercera Fuerza, a quienes se les conoce por ser unos –qué paradoja- nazis criollos.

Con todo lo misterioso que puede llegar a ser un nazi criollo, no me sorprendió que me citara un domingo a las seis de la tarde. Un domingo, cuando uno se da cuenta que no tiene amigos porque todos tienen demasiada pereza como para acompañarlo a uno a verse con un nazi criollo.

Toda la semana, después de hablar con él, me pasé averiguando entre los que pude cómo lucía el hombre. Un colega me dijo que un día Devia lo había amenazado por haber publicado lo que no debía. Un exnovio me aseguró que le había comprado las entradas a un concierto una vez, y que me recomendaba que no lo hiciera enfurecer, porque el hombre me llevaba, por lo menos, dos cabezas de ventaja a lo que estatura se refiere.

Con estas y otras malas referencias me decidí a confirmar nuestra cita sobre las dos de la tarde del domingo. “Llámame a las cinco, que estoy almorzando con mi mamá”. El nazi criollo tiene mamá. Y cuando almuerza con la mamá prefiere que lo llamen más tarde.

La mamá del nazi criollo debe vivir en las Américas, o al nazi criollo le encanta el sabor a bogotano no ario que se vive en ese sector porque decidió citarme, en la llamada de las cinco, en la entrada amarilla de Plaza de las Américas.

Sin saber muy bien para dónde iba, y conociendo poco o nada la diferencia entre la avenida Boyacá y la Primero de Mayo, me aventuré a montarme en un bus diminuto y muy lleno rumbo al lugar desconocido, sin amigos, sin ciclovía, con el efecto todavía de la cerveza de más que me había tomado la noche anterior.

A las siete menos quince, el hombre que le daba indicaciones a su hija sobre cómo sacar a relucir su religión como excusa por no llevar el dibujo de la virgen de tarea, me dijo “bájese aquí”.

Un cristiano me ayudó a no perderme la cita con el nazi criollo, pensé al bajarme del bus y mientras me abría la chaqueta, pues le había dicho al sujeto que iba yo de blusa morada, no de chaqueta negra.

Mientras lo esperé ahí parada me puse a pensar que el nazi criollo podía ser cualquiera de todos los que estábamos esperando cualquier cosa en la entrada amarilla de Plaza de las Américas.

Podría ser el tipo de chaqueta café que aunque no lleva audífonos baila una canción con la cabeza; o incluso el que lleva el cochesito mientras toma de la mano a su esposa adolescente con desgano.

Pienso que podría hasta ser el ‘bogohippie’ que le ofrece collares a las señoras que pasan por ahí, y parece que lo pensé mirándolo tanto que lo atraje con la mirada. Me ofrece una manilla, o un anillo o cualquier cosa de su paño de artesanías que él no hizo y ante mi reiterada negativa me invita a que no solo me arregle “por fuera sino por dentro”, ofendiendo mi peinado dominguero-post-trasnocho.

A las 7:03 suena mi teléfono y es Alfredo. Me pregunta si ya llegué y me asegura que va a parquear el carro y que ya llega. Me quedo mirando y cuando lo veo de lejos me doy cuenta que obviamente no iba a ser el de chaqueta café ni el que regala anillos. Les hubiera faltado la cicatriz debajo de la oreja, la ropa negra, las Dr. Martens.

Me mira de reojo y como ve que le sonrío me pregunta “¿Terra?”. Katherine, le aclaro y le estiro la mano, que se pierde entre la suya con un apretón demasiado gentil para esa estatura.

Lo invité a tomar un café pero no quiso. Lo invité a sentarse en una mesa y el escogió otra. Acepté a su capricho y vi cómo me preguntaba con sus ojos negros, tan criollos como los míos, qué pretendía yo con la entrevista.

Le pedí de todo y me dio casi nada: una sesión de fotos, responder todas las preguntas que quisiera pero sólo por internet y la posibilidad de ser censurada en Tercera Fuerza si el resultado de toda la indagación no resulta de su agrado. No me lo dijo pero lo supe, podría correr la misma suerte del amenazado si no le gustaba mi interpretación de los hechos.

Me impresionó de nuestro corto encuentro que el hombre hizo gala de excelentes modales. Sonreía a los niños, limpió la mesa donde nos sentamos, puso su celular en silencio y siempre esperó a que yo terminara la frase para empezar la suya.

“Por qué quiere hacer esto”, porque mi editor está 'obsesionado' con ustedes, pensé, pero le mentí diciendo “porque me parece fascinante el tema y ustedes no se han dejado entrevistar”. Y con eso le robé una sonrisa cortés, pero mentirosa.

Me dieron ganas de la preguntarle cómo había logrado una cicatriz en forma de luna debajo de la oreja izquierda, pero me le miré los brazos musculosos, los dos metros de estatura, las botas rojas de suela gruesa, la fama de poca tolerancia de Tercera Fuerza ante las diferencias sociales, y prefería aguantarme la curiosidad.

Cuando empezó a mover nerviosamente la pierna izquierda supe que era hora de despedirme. Le pedí indicaciones para llegar a TransMilenio y me dijo que tuviera cuidado porque la zona no era muy bonita y había que caminar varias cuadras. Salimos caminando despacio, me miró los Converse morados con desdén y le pregunté sin necesidad si el camino que debía tomar era a la derecha, derecho, diez cuadras.

Nuevo apretón de manos, con la misma delicadeza nazi que puede salir de su mano. Le mostré una vez más el correo que me había dado, verificando que hubiera escrito bien el ‘Reich’, empiezo a caminar y a los tres pasos volteo a verlo, él hace lo mismo. Me sonríe, le sonrío y le agradezco a dios no haberme dejado enamorar de ese nazi criollo.

*Primera tarea para el taller de crónica. El tema era: el peor día de su semana.

jueves, 5 de mayo de 2011

Carta abierta a Marta Ruíz


Tal vez sea muy atrevido de mi parte escribirle una carta a Martha Ruíz, empezando porque no sé a ciencia cierta si el Marta de ella es como el de mí tía Martha Lucía, o como el de Marta Lucía Ramírez. Por eso me dan ganas de cambiarle a esto el título y escribir una “carta abierta a la señora Ruíz”.

Le escribo estas líneas (frase cliché para entrar en confianza) para agradecerle mi inclusión en su taller de crónica todos los sábados que se vienen hasta que estemos muy cerca de las elecciones regionales. Mis sábados brillaban con niños de Ciudad Bolívar hasta que decidió usted aceptarme y cambiármelos por la iluminación de su conocimiento. Espero que este taller me dé algo para yo darle a ellos y así quitar el cargo de conciencia que siento por abandonar mi trabajo social sabatino.

Yo la verdad siento que usted ha sido engañada y que por eso me aceptó en el taller. Quisiera contarle detalles escabrosos de mi vida para que lo piense usted todo, excepto que yo soy una ciudadana intachable, absolutamente digna de un Nobel de Paz, la Barack Obama criolla.

Nací el 26 de noviembre de 1984 en la Clínica de Seguros Sociales de Pereira. Nací ahí porque mi señor padre era por esas épocas un diligente empleado del Banco Anglo Colombiano (luego Loys TSB Bank y ahora Banismo, creo).

Mi señora madre se ocupó a las labores de ser mi madre, por lo que yo tuve el privilegio de tener como jardín infantil mi propia casa y como trabajo de estimulación temprana evitar morir mientras vivía en una vivienda en construcción del Barrio Villa Hermosa, en Santa Rosa de Cabal.

Podría yo no estar contando el cuento si mi mamá no hubiera aprendido crochet cuando yo era un bebé, para hacerme muchos sacos que combinaran con los vestidos, que ella también aprendió a hacer. Después de tomar la siesta un día cualquiera de 1986 uno de mis primos pasó desprevenido por una habitación del primer piso de la casa (si, era de dos pisos y yo dormía la siesta en el segundo) donde se guardaban los materiales de construcción y vio algo rosado colgando del lugar donde debería estar el techo.

Era yo, colgando de mi saco rosado, moviendo mis piernas con medias rosadas y jugando con mi vestido rosado mientras una puntilla me mantenía alejada del piso, de otras puntillas, guaduas y ladrillos. Por mucho tiempo mi mamá guardó el secreto de cómo el saco de crochet me salvó la vida, y sólo fue develado hasta que mi papá me perdió en un supermercado, como 13 meses después.

Habrá notado usted que la familia Loaiza Martínez no se caracterizaba en sus inicios por sobreproteger a la hija única. Por eso cuando me vea notará usted las múltiples cicatrices en frente, rodillas y codos, causados por esa libertad sin límites que me otorgaron incluso hasta entrada la adolescencia, cuando era la única del salón que podía volver de la fiesta “cuando te aburras, bebé” (y la bebé se aburría antes que todas las amigas).

Luego de eso empecé a vivir sola, fui mesera en Estados Unidos, niñera por esos lados también, vendedora de almacén en las vacaciones de la Universidad en Pereira, aspirante a practicante de El Espectador.com, practicante de El Espectador.com (como fotógrafa), periodista judicial de El Espectador.com, eliminada por recorte de El Espectador.com y una semana después periodista en El Periódico de los Colombianos, luego judicial en Colprensa y finalmente donde me ve, en Terra.

Durante esos años (tres casi cuatro) en Bogotá cambié de amores en varias ocasiones, de tallas de pantalón, amigos, estrato sociale e incluso de tipo de zapato (de la valeta calentana a la bota de gamuza y luego de plástico con corazones), la clase de blusas (de la tira inclemente al cuello tortuga) y el tamaño del calzón (sin detalles).

Que si he peleado? Claro. Una vez con John Cortés, creo que se llama, quien para la época de la álgida discusión se desempeñaba como jefe de prensa de César Gaviria. También con Marta Lucía Ramírez, candidata a ser candidata a la Presidencia. También durante una noche memorable y a través de twitter con Gustavo Gómez, cuando me acusó de ser fea y yo de no saber quiénes son los pitufos.

Como verá usted, no soy bienvenida en un ala del Partido Liberal, otra del Conservador y en las mañanas de Caracol Radio. No me enorgullece decir que una vez me tropecé en la salida de un baño con Jorge Alfredo Vargas y no supe si trabajaba en RCN o Caracol, pero sí que la primera vez que vi a Messi se me hizo indéntico a Pinocho en la versión de Roberto Benigni.

* En la foto, con un perro que no es el mío. Yo tengo dos, el labrador chocolate que acabó con los muebles y la criolla negra que espanta a las visitas.

domingo, 27 de marzo de 2011

Lista de patadas que tengo que dar antes de morir*

A Jota Vallejo, por decirme que John quiere más a la ex novia que a mí (o sea a la otra ex novia).

A Giovanny Serrano por decirme Lela y no explicarme qué diablos es Lela.

A Carlos Betancur, su hermosa novia Diana y a Wallace, porque después de La Poyada vol. 1 me dicen a mis espaldas "la Chola Loaiza".

A Alejandra Rodríguez, porque cuando estamos practicando sus clases de inglés y le digo que traduzca cosas como "fui a la iglesia ayer" dice "pero eso es mentira!".

A Felipe Morales, porque hace meses me nombró community manager de su cuenta de facebook y no me ha pasado las fotos para empezar a moverle el negocio.

* Y otra para él pero esta triple y voladora por ser tan lento para entender un chisme.

A Marrón, porque nunca me hace caso cuando hay visita. Y menos cuando la visita llega diciendo "y todavía tienes al perro ese loco que se volaba?".

A Wilfrido Vargas, por haber hecho la canción 'Comején', que me han dedicado familiares y amigos en repetidas ocasiones.

Al saliente sistema de Terra, porque insiste en caerse cuando estoy subiendo galerías de fotos grandes o notas con 18 mil perendengues.

A Santa Rosa de Cabal, por haber creado las palabras "cintilla", "gabeta", "parche", "estanquillo" y "jiquerona" que nadie entiende y de las que todo el mundo se burla.

A Sebastián Barrantes porque siempre que lo miro mal empieza a gritar "Astrubal mire que Lalo...". (Asdrubal viene siendo el encargado de personal en la oficina, y Lalo vengo siendo yo "LA-LOaiza").

A la jefe de prensa de Samuel Moreno porque para ella yo soy algo que está después del sexto cero a la izquierda.

A mi papá porque cuando ya no me escuchó llorando por la ausencia de John me preguntó con voz picarona "y es que tienes a un amiguito por ahí?".

Al tipo de la Secretaría de Movilidad que un día me dijo que la rueda de prensa era en la calle 13 con 32 y realmente era en la carrera 13 con 32.

A mi mamá por el imperdonable disfraz de Pitufo de 1989. Si, no lo voy a superar nunca.

A Candelaria porque sólo come cuando Jota Vallejo está en la casa y come con más ganas cuando ve que no tengo plata y la comida está a punto de acabarse.

* Y conectado con este a todos los que en algún momento de su vida me han preguntado "qué raza es la perrita?". Bien merecida han tenido la respuesta "de qué raza es usted?".

A Andrango por preguntarle siempre al taxista "se le debe algo?" en lugar de utilizar de vez en cuando mi versión de "cuánto es y por qué tanto?".

A los que intentan persuadirme de ver televisión. Y directo a los dientes una patada a los que aún sabiendo que no me gusta ver televisión me preguntan una y otra vez si me vi programas como "Los Reyes", "Naturalia" o peor aún, si me vi el final de temporada de "Germán es el man".

A los que siguen twitteando la placa del taxi a pesar de que en mi manual de cómo ser un twittero divo decía claramente que eso es de muy mal gusto.

A la descubierta loca que sigue apareciendo eventualmente en mi vida. A lo bien, supérelo.

A Javi Lara por morbosearme diciendo que de mí sí recibe una patada, "con esas patas". Pero la tuya te la va a dar alguien por mi.

A los periodistas que inflan noticias y enredan las cosas para quedar bien con sus jefes.

A Maya Rodríguez porque dijo que venía el primero de abril y ya me di cuenta que es puro embuste.

A John Garzón una con guayos y a la canilla por ser parte o razón de muchas de las anteriores patadas.

Y finalmente, una patada con tacón puntilla para las viejas que utilizan el Facebook como mis perros utilizan el chichí.

* Algunas patadas no han sido publicadas para proteger la vida de sus futuros destinatarios.

sábado, 19 de marzo de 2011

Diez lecciones de ‘amor’ para los que celebran el día del hombre

En el marco de la celebración del día del hombre, muchos de ustedes seguramente se animarán a utilizar el pretexto para llevar amigas, arrumacos, arrocitos y amantes a una cita o incluso, a la cama.

Pues bien, hoy les perdono que hagan bobadas para lograr su objetivos sexuales pero antes de que se sientan ganadores de una batalla de amor (si ustedes son de los que hacen el amor), quiero que tengan en cuenta unos cuantos postulados básicos que, mis reyes, les ayudarán toda la vida si me hacen caso (a lo bien). Lean con cuidado y tomen nota. (Y ojo: yo no he dicho nada).

1. Para salir esta noche no busque a una mujer despechada. Ese cuento de que más fácil cae no es cierto y tampoco es cierto que un clavo saque a otro clavo. Lo que va a pasar es que usted va a ser el nuevo clavo hasta que llegue el clavo que ella quiere. (Y con clavo ya sabemos a qué me refiero).

2. Si están en un lugar público y ella le deja las tangas en la chaqueta no es para que se las guarde.

3. Si van hasta el motel, residencia, su apartamento, habitación o casa o en camino y ella saca excusas como de tener problemas estomacales, de mujeres o dolor de cabeza, dele control+alt+suprimir, porque no le conviene una mujer que no haya entendido que uno no calienta lo que no se va a comer.

4. No todas caen con poemas, intelectuales de Wikipedia, o con arengas izquierdosas. A veces ellas prefieren gamines, chistosos o sólo buenos charlatanes. A veces no.

5. No intente entenderla y mucho menos preguntarle cómo hace para entenderla o al gremio en general. Nadie sabe esa respuesta, pero a ellas les gusta que ustedes se pasen la vida averiguando.

6. Cuidado con llevarla a un sitio que le recuerde a alguien del pasado. En las primeras citas es mejor que no existan ex novias, amigas, mamás, tías, primas. Hágame caso, eso las pone videosas.

7. Aprendan a manejar la baba. Pongan cuidado que dije manejarla, no eliminarla.

8. Dejen de ser chanchos y de vez en cuando entiendan que no es tan malo no “desarrollarse”. Nosotras lo hacemos y sin tanto drama.

9. No todo en la vida es alimentarse de mujer. También es bueno el automanoceo de vez en cuando. (Le ayudará para aplicar el dicho que sabiamente reza ‘el que demuestra el hambre…’).

10. Si tiene mucho chichí y están dando un paseo por la calle, no haga en un arbolito, ni en un poste. Ni siquiera en una pared que ya tenga olor a baño de avión. En serio yo sé por qué se lo digo.

*No aplica para John Garzón

domingo, 16 de enero de 2011

Doce cosas para burlarse de Katy Loaiza


Gracias a lo que escribo en este blog, hay menos personas muertas en Bogotá. Un agresivo ser humano está desfogando toda su energía de Garavito en los mensajes que me deja, diseñados especialmente para darme en la llaga y noquearme con las primeras letras.

Sin embargo, ella con todo lo que ha leído no sabe quién soy yo y por eso se me ocurrió que debía ayudarle a conocer más cosas de mí para que tenga más material para burlarse, además de mi problemita de Coltejer y lo de mi falta de mentón.

Con este post le garantizo que tendrá todo el material necesario para utilizarme como tema de conversación, como chiste causal, como estado de facebook, messenger e incluso de twitter. Podrá usted escribir chistes y ganar dinero, en un principio, en Sábados Felicitos y tal vez luego pueda llegar a ser la nueva Andrés López.

Se la pongo en lista, para facilitarle la lectura. Gracias por ser mi más fiel seguidora. Ni enojándome he logrado que mis amigos me lean tanto.

1. Además de no tener mentón, tengo unos cachetes para sacar filete de ellos. Podría alimentar a mis roomates y quedaría para guardarle a usted un pedacito. Por eso búrlese también de mi cachetes, puede decirme cachetona, Betty Boop, marrana flaca, yoyo, regordeta… la baraja es infinita, sólo póngase creativa.

2. Me operé las tetas! Siii se lo juro, tenía 17 años y me las operé. También puede reírse de eso o de las cicatrices que me quedaron, o de que tengo partes de mi cuerpo que no son como deberían ser.

3. En los dedos gordos de los pies no tengo uñas! Por dios, le estoy dando mucho material. Esa es una vaina de nacimiento pero si quiere me invento que fue un accidente y que ahora me veo como si hubiera ido a montar en las escaleras de Unicentro cuando era niña. Seguro alguien se ríe de ese chiste.

4. Cuando estaba en la universidad me sentaba en la primera fila. Me veía muy chistosa en esa época, toda un melocotón de ñoñera, una ensalada de libros. Todavía uso gafas y encima de todo son gigantes, negras, de marco grueso. Una sabrosura nerd.

5. Voy a ciclovía los domingos con vestido y tenis! No combino nada, ese día sí que podría usted burlarse de mí, tomarme fotos y publicarlas. La gente se ríe, las mamás amenazan a sus niños con que si no se portan bien van a ser como yo de grandes.

6. Tampoco como carne, pero sí perros calientes. Si quiere hable de mi falta de coherencia o de lo poco constante que soy. Incluso tengo un amigo en Pereira que tiene una historia buenísima de una vez que a la una de la mañana lo hice ir a buscarme un chicharrón de puro antojo. Podría darle el teléfono, al tipo le decimos Fifo.

7. Tengo una BlackBerry con forro rosado y adivine qué: no tengo PIN! Hasta los vigilantes tienen PIN y yo no tengo. Qué visajosa, debería tener un celular flecha, que iría a tono con mis finanzas.

8. Me invitaron a tener este blog en ElTiempo.com y como le parece que no lo he cambiado! Soy una perdedora, porque esa podría ser una muy buena posibilidad de darme a conocer y tener más seguidoras como usted y no lo he hecho.

9. Tengo la nariz torcida. Se lo juro. Es una cosa casi imperceptible, pero está torcida desde que en tercero una profesora me tiró un balón de baloncesto y me dio justo en la nariz.

10. Estudié en colegios públicos! Puede decir que soy pobre, o que no tuve recursos cuando era pequeña. O que por eso soy tan agrandada, porque no tuve educación privilegiada en colegios para que los niños sean más inteligentes. La universidad sí fue privada, pero en provincia!!!! Aproveche, por dios, eso de la provincia da para mucho.

11. Puedo llegar a ser muy rara cuando hablo o cuando escribo cosas. A veces ni yo sé por qué digo lo que digo. Mucha gente dice que estoy en las drogas, pero la verdad es que ni cerveza tomo. Y sabe qué? Me duermo viendo Discovery Kids.

12. Con lo de que soy de provincia puede tener para mucho. Digo estanquillo, devuelta, banana (dulce), parche (rumbeo)…. La lista es larga, y hasta mi novio se burla de mí.

Ahora que le he dicho doce cosas que puede usar para burlarse de mí, podría invitarme a conocer Corabastos y decirme QUIÉN ES USTED.