Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

martes, 14 de octubre de 2014

Mi insoportable crisis de los 30



Yo que me las doy de persona del combo de los ‘siempre felices’ estoy cayendo inevitablemente en la crisis de los 30.

Estoy insoportable aún para mí, que tengo altos niveles de tolerancia a lo insoportable. Me llegó con indecisión, con angustia, con falta de sueño, con lectura de artículos para gente mayor y, creo que es la parte más interesante, con enamoramientos efímeros de hombres que podrían ser mi papá.

Me pasó la primera vez hace unas dos semanas. Estaba comprando un café y en la fila había un tipo con la cabeza casi blanca, hablando por celular con la que parecía ser su secretaria. Le daba instrucciones de cómo organizar una reunión y qué planear en su agenda para la tarde. Adoro la gente organizada. Me quedé mirándolo y pidió lo mismo que yo: un latte pequeñito. Pedí rápido mi café y me fui a parar a su lado, esperando el momento de la entrega para saber cómo se llamaba: Emilio. Me encantó el nombre y creo que me enamoró más que ni siquiera me miró.

Pasó otra vez hoy. Salía con otro latte, del mismo lugar y me choqué con otro tipo, este altísimo y delgado, con la cabeza menos blanca: se quedó mirándome a los ojos, me sonrió y yo casi me echo el café encima. Típica adolescente de 30.

Me ha dado también por cuestionar las cosas que tenía clarísimas: ¿quiero hijos? ¿quiero casarme? ¿quiero una casa? ¿vale la pena viajar? Me he imaginado con un embarazo no deseado y luego caminando por la Séptima con un niño en un canguro y no me parece tan mala idea (¿es en serio, Loaiza?). Pienso en nombres que podría ponerle, a qué jardín lo metería, cómo lo mandaría de vacaciones donde sus abuelos. Estoy jodida.


Me imagino acostada al lado de un tipo que detesto pero que me ama y tampoco me parece tan horrible después de todo. Pienso que de 365 días al año podría no odiarlo tanto unos 100 o 200 y el resto dedicarme a leer.

Estoy empezando a pensar que debería dejar de viajar y mejor ahorrar millones para comprarme una casa en la que pueda envejecer con más dignidad que con la que voy a cumplir estos 30. ¿A quién le importa cómo es China? ¿quién carajos quiere comprar una falda peruana? ¡La estabilidad, Loaiza, la estabilidad!

Para no caer más bajo he aceptado el reto de no quejarme durante 48 horas a ver qué pasa con mi vida. Empiezo justo después de escribir este post, a la espera de que mi cabeza vuelva a la claridad de los veintitantos.