Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

martes, 4 de mayo de 2010

La Trocha de la Muerte a dos ruedas

Desde una bicicleta puede verse de cerca el dramático diario vivir de los habitantes de la Trocha de la Muerte.

Desde el uribista –de Mario Uribe- pueblo antioqueño de Ciudad Bolívar, la estampida de ciclistas preparó las últimas energías para viajar por el Chocó. Salir de ahí parece una burla con lo que está por venir: Ciudad Bolívar huele a plata, la gente se viste bonito, no hay indigentes y los carros son siempre (siempre) lujosos; cosa abruptamente diferente a lo que sucede de ahí en adelante.

Dejar atrás a Ciudad Bolívar para adentrarse en tierras chocoanas, es también ir dejando los lujos: la carretera generosa se convierte en una trocha amplia, llena de huecos, vigilada por precipicios y de vez en cuando adornada por casuchas de madera.

El punto de partida a dos ruedas ya es en el departamento del Chocó, en tal vez el único municipio de esa selva pacífica que no lo parece porque hace frío y la mayoría de sus habitantes son mestizos: Carmen del Atrato.

Ahí fue cuando Aníbal Gaviria, el guía de la maratón y candidato a la vicepresidencia por el Partido Liberal, anunció que el viaje que se avecinaba tenía cinco cosas claves: muchos precipicios, un sitio llamado Trocha de la Muerte y claro, pantano, piedras y una vía de 110 kilómetros, absolutamente indigna para ser una de las dos únicas que llevan a la capital de un departamento colombiano.

Miseria
A los 22 kilómetros y medio de haber arrancado de Carmen del Atrato, vive María Susana. María Susana tiene 12 años pero parece de seis, es rubia, una de los dos trillizos sobrevivientes de la familia, vive en una casa con sus demás hermanos y sus papás, y no va a la escuela porque no hay quién enseñe.



La historia se repite cientos de veces por el camino: niños malnutridos viviendo en casuchas de dudosa estabilidad, lejos a por lo menos 3 ó 4 horas caminando de hospitales, escuelas, incluso lejos de otros niños y por donde rara vez va alguien que no viva por ahí. No hay nada qué hacer en esa vía, más que ver pasar los días cultivando cualquier cosa y esperando que los hijos crezcan, para que sigan haciendo lo mismo.

La vía es hostil, extensa y solitaria, pero no siempre ha sido así. Los lugareños aseguran que antes era peor, antes había más accidentes y las personas se morían con más facilidad entre las curvas y el camino estrecho. Antes el bus pasaba menos y ahora Rápido Ochoa rompe con la rutina una vez o dos al día, en buses que van hasta Medellín.

Fue en esta ruta, justo después de la casa de María Susana, donde murieron 45 personas en un accidente hace un año y tres meses, mientras hacían lo que todavía se hace, andar con sobrecuro, a toda velocidad, hacerle el quite a los derrumbes, compartir un solo carril para dos vías, evitar que las llantas se deslicen cuando se pierde la banca o frenar a tiempo cuando los puentes se han venido abajo. Incumplir, en últimas, toda norma de tránsito conocida, ante los ojos silenciosos y también desnutridos, de los indígenas.

Desde la carretera pueden divisarse a lo lejos, abajo del precipicio bien cerca del río, unas cuantas comunidades de indígenas Embera Katío, repletas de niños y también de miseria. Dicen que los hombres son machistas y perezosos, que trabajan poco y viven borrachos, pero a nadie realmente le consta y los nativos no hablan de eso.

A medida que avanza el camino, la gente se va oscureciendo. Después de ocho horas de recorrido en bicicleta, los habitantes van escaseando cada vez más y cuando aparece una casa, está en condiciones más complejas que las anteriores; no falta el agua porque en la selva llueve a cada rato, pero nadie la trata. Los fogones son de leña y no hay mucha proteína para cocinar; las casas van perdiendo materiales sólidos en su construcción y en cambio se van convirtiendo en un arrume de tablas y latas que se sostienen por una energía opuesta a la inercia.



Por ahí el asunto de las campañas llega poco, y cuando los candidatos salen o no electos, llega menos. Los extraños no son comunes e incluso las políticas gubernamentales no parecen evidenciarse tanto. La desnutrición es pan de todos los días, las condiciones de vida parecen no mejorar, a las calles les falta trabajo; a la gente, algo qué hacer. Muchos les prometen mejoras, pero a medida que el país se acerca al desarrollo, el Chocó parece alejarse a una velocidad inversamente proporcional del mismo.

Justo antes del destino final está el corregimiento de Tutunendo, ya repleto de gente negra: las carreteras no están pavimentadas, la multitud se baña en el Atrato y las casas siguen siendo de madera; en cambio pululan los televisores de gran tamaño, los equipos de sonido de buenos bafles y la cerveza en los andenes. En Tutunendo se vive de pescar, vender minutos a celular o hacer mototaxismo, nada más. Hay gente trabajando, pero son contados.

Después de 12 horas de viaje los ciclistas llegaron a Quibdó y la conclusión es clara: al Chocó parece que hasta el cemento le hubiera cogido pereza.

3 comentarios:

  1. HOLA

    Ante esta publicacion, solo quiero hacer esta reflexion-cuestionamiento:

    ¿En que momento ellos se aislaron de nosostros, o fuimos nosotros los que nos aislamos de ellos?

    De igual manera, nada que hacer. El proximo gobierno tampoco hara nada por ellos. Ya sea Mockus, Santos, Petro...etc....Todos son unos pelotudos que no valen una bola de mierda. Ya lo veran. No miento.

    UN SALUDO
    STAROSTA
    (UN PRODUCTO DE TU IMAGINACION)

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  2. Ellos no harán nada y nosotros tampoco, es así, o no Talita?. Tal vez sería bueno montar algunas fotos, a ver si de esa manera sentimos algo más.

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  3. Buena idea, le voy a poner fotos a este blogazo

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