Aunque desde 1992 tengo claro quién es el verdadero Niño Dios, medio clara su relación con Papa Noel y Santa Claus, y las razones por las que en Navidad la decoración de la casa es una mezcla de los dos personajes, me niego a dejar de pedirle cosas a ambos, a ver cuál de ellos se atreve a cumplirme los deseos de 24 de diciembre.
Apelando a las nuevas tecnología, no enviaré mi carta por Servientrega como en años anteriores sino que utilizaré mi blog para llegar a los tipos más platudos de la historia: espero que ya tengan banda ancha, para que les cargue mi sitio sin problemas. Aquí, mi carta al Niño Dios y Papá Noel, titulada:
A quien pueda interesar:
Buen día. Como nadie nunca aclaró que había una edad límite para mandarle cartas a los encargados de comprar, fabricar o fiar los regalos de Navidad, me dispongo, con mis 25 años, a enviarle un cordial saludo a los dos personajes históricamente encargados de este hecho y adjunto con él mi lista de regalos navideños.
Posdata: Ninguno es improrrogable.
- Quiero un buen compañero de baile. Me cansé de salir a bailar con malos bailarines. Toda la noche dando clases, que muévete para allá, que muévete para acá. Quiero un buen compañero de baile, con el que me quiera quedar moviendo la cadera de Señorita Valle toda la noche sin parar.
- Quiero montañas. Bogotá es muy bonita, si. En Bogotá hay mucho qué hacer sí. Pero también extraño mi época de gaminería montañera, quiero usar mi sleeping de cero grados y mi carpa de alta montaña. Ya estuvo bueno.
- Que no me molesten más por qué no me gusta el licor. Niño Dios, Papá Noel: necesito que me regalen como tres bultos de comprensión para darle a todos los que no entienden cómo puedo rumbiar toda la noche sin tomarme un trago de licor. Superémoslo señores, no me gusta y punto!
- La carne, la bendita carne. No me gusta, no la voy a comer, me gusta ser vegetariana y esto va a seguir siendo así hasta que ya no quiera serlo. Un bulto extra de comprensión.
- Las promesas de fin de año son para cumplirlas. Hace dos años prometo salir a patinar al amanecer y por mucho lo hago dos veces y en las noches. Voluntad, no mucha, pero la suficiente.
- Por último quiero pedirles que me aclaren cómo es el cuento de quién trae qué: un niño en pañales? Un abuelito? Cuál de los dos es el de los regalos realmente? Por qué la decoración navideña los tiene a los dos? Cuál es el verdadero multimillonario y cuál el infiltrado que se roba los créditos? Tienen alguna relación tipo abuelo-nieto? Santa Claus y Papá Noel son el mismo sujeto? Respuestas, quiero respuestas.
Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante
lunes, 21 de diciembre de 2009
jueves, 10 de diciembre de 2009
¡Voto en Blanco Presidente!
Tengo que confesar que hasta el 2007, a mi el cuento de las elecciones, de ir a votar, de hacer uso de mi ‘derecho democrático’, me parecía una excelente forma de perder el tiempo. Así las cosas, la confesión es que yo hacía parte de esa gran masa de colombianos jóvenes a quienes la política les vale, literalmente, ‘huevo’.
En el 2007, de cara a las elecciones a Alcalde y Gobernador en Pereira (en el país), haciendo yo parte del Comité Editorial del periódico de la universidad, me entusiasmé con la idea de hacer un especial pre-electoral. Entrevistamos a todos los candidatos, y a mí, por fortuna, me tocó hacerles el seguimiento a los dos más fuertes: la ex alcaldesa Martha Elena Bedoya (polémica por que acabó con algo así como el Cartucho de Pereira) y al que quedó electo, Israel Londoño.
La verdad es que los dos me parecían terribles candidatos, espantosos posibles alcaldes. Me habían dicho incluso que Londoño era cercano a Habib Merheg, y yo aunque sabía poco de él, lo poco que sabía no era pero para nada bueno.
Ese año no pude votar en Pereira porque no pude inscribir mi cédula, que estaba habilitada para los comicios de Santa Rosa de Cabal. Voté en el pueblo por cualquier candidato, incluso recuerdo que no me importó a quién marqué, sino que elegí a los que tenían el aval del Polo Democrático. Ninguno de los que recibieron mi sufragio ganaron, como era de esperarse.
Este año, de cara a las elecciones de 2009, la situación ha sido similar a la de esa época. Estoy cercana a los comicios por trabajo, soy mucho más consciente políticamente, he hablado con cada aspirante a la Presidencia y estoy cercana al Congreso, de donde van a salir casi todos los candidatos al Congreso del año entrante.
Sin embargo, al igual que el 2007, cuando voté por primera vez, y que al 2003, cuando pude votar pude haber participado pero no lo hice porque no me interesaba pero ni un poquito la situación, no podría elegir a un candidato a conciencia.
Podría votar por un buen candidato, y botar mi voto. Podría votar por un candidato con altas posibilidades de ganar, que no sea buen candidato. Podría votar por quien va a ganar, y hacer historia dándole mi aval a un Presidente 12 años en el poder.
Sin embargo, ante ese panorama tan desolador, una de las posibilidades que más me llama es la de darle el voto a ese fantasmita blanco que aparece en el tarjetón. Es el único a través del cual puedo hacerle un jalón de orejas a la política del país, porque ante ese abanico tan grande de candidatos, de todos, como dirían mis sabias abuelas, no se hace un caldo.
¡Voto en Blanco Presidente!
En el 2007, de cara a las elecciones a Alcalde y Gobernador en Pereira (en el país), haciendo yo parte del Comité Editorial del periódico de la universidad, me entusiasmé con la idea de hacer un especial pre-electoral. Entrevistamos a todos los candidatos, y a mí, por fortuna, me tocó hacerles el seguimiento a los dos más fuertes: la ex alcaldesa Martha Elena Bedoya (polémica por que acabó con algo así como el Cartucho de Pereira) y al que quedó electo, Israel Londoño.
La verdad es que los dos me parecían terribles candidatos, espantosos posibles alcaldes. Me habían dicho incluso que Londoño era cercano a Habib Merheg, y yo aunque sabía poco de él, lo poco que sabía no era pero para nada bueno.
Ese año no pude votar en Pereira porque no pude inscribir mi cédula, que estaba habilitada para los comicios de Santa Rosa de Cabal. Voté en el pueblo por cualquier candidato, incluso recuerdo que no me importó a quién marqué, sino que elegí a los que tenían el aval del Polo Democrático. Ninguno de los que recibieron mi sufragio ganaron, como era de esperarse.
Este año, de cara a las elecciones de 2009, la situación ha sido similar a la de esa época. Estoy cercana a los comicios por trabajo, soy mucho más consciente políticamente, he hablado con cada aspirante a la Presidencia y estoy cercana al Congreso, de donde van a salir casi todos los candidatos al Congreso del año entrante.
Sin embargo, al igual que el 2007, cuando voté por primera vez, y que al 2003, cuando pude votar pude haber participado pero no lo hice porque no me interesaba pero ni un poquito la situación, no podría elegir a un candidato a conciencia.
Podría votar por un buen candidato, y botar mi voto. Podría votar por un candidato con altas posibilidades de ganar, que no sea buen candidato. Podría votar por quien va a ganar, y hacer historia dándole mi aval a un Presidente 12 años en el poder.
Sin embargo, ante ese panorama tan desolador, una de las posibilidades que más me llama es la de darle el voto a ese fantasmita blanco que aparece en el tarjetón. Es el único a través del cual puedo hacerle un jalón de orejas a la política del país, porque ante ese abanico tan grande de candidatos, de todos, como dirían mis sabias abuelas, no se hace un caldo.
¡Voto en Blanco Presidente!
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