Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

jueves, 27 de mayo de 2010

Mi cita con un viejo Verde

De Antanas Mockus lo han dicho todo, excepto que es un político tradicional. Con las campañas que ha hecho en el pasado y su gestión en los dos períodos en la Alcaldía de Bogotá, demostró que su mayor interés es promover la cultura ciudadana y la legalidad en el manejo de los recursos, de una manera diferente, bajo preceptos de transparencia y respeto de lo público. Me vi con él, nos tomamos un tinto, unas tres fotos y conversamos de todo, menos de política.

Si Enrique Peñalosa, cuando usted sea Presidente, viene a pedirle un trabajo para una prima, sin meritocracia, ¿usted qué le diría?
Que no.

¿Aún siendo Enrique, que lo estuvo acompañando en toda la campaña?
Regla es regla. La cultura genera la obligación de reciprocidad: usted me hizo un favor y por lo tanto yo le puedo pedir que me lo pague. Pero en los procesos en los que andamos no andamos haciendo favores, andamos construyendo un proyecto colectivo y hay reconocimiento y amistad, pero no para gastar los recursos públicos.

¿Si una persona que sabe que va a llegar tarde al trabajo y que si llega tarde lo despiden, le puede pedir a la Policía que la acerque?
No. La persona puede pedirle el favor, claro, pero el Policía no le va a decir que sí, le va a decir “no estoy para este oficio”. Si lo pregunta por mi caso, el Policía estaba cuidando mi vida, su función es transportarme y cuidarme, cuidarme mientras me transporta.

Usted siempre habla de confianza pero, ¿en quién no se puede confiar?
En quien traiciona la confianza. Si hacemos el juego y yo la dejo caer, pues usted no confía en mí. La regla es ‘desconfío de aquellos que no han estado a la altura de la confianza’. El mundo ideal es confío en todo el mundo.

Usted ha dicho que quiere continuar con la política de seguridad democrática, lo que implica arremetida militar contra los ilegales. ¿Podría inferir que la vida de los guerrilleros es menos sagrada que la de los civiles?
La sacralidad de la vida tiene una excepción en los estados contemporáneos. La Constitución prevé una Fuerza pública que puede acabar con la vida precisamente para conservar la sacralidad de la misma. Si algún día nos inventamos un detector magnético de intenciones de matar, le pondríamos anestesia para que no pueda matar. Mientras tanto, tenemos que usar la fuerza para evitar el uso de la fuerza por parte de civiles.

¿Cómo hacemos para llegar al próximo Mundial de Fútbol? Me encantaría hacer una competencia entre la ida al mundial y la ida al mundial de matemáticas y ciencias y que todo el mundo escogiera entre las dos cosas. Me gusta de las dos cosas el deseo de ubicarse planetariamente. Shakira es una ubicación planetaria, Colombia en el planeta. Hay que preguntarle a Shakira cómo lo hizo. O bueno, a Juanes.

¿Qué va a hacer con Chávez si empieza a hablar de usted como habla de Uribe? Al paso que vamos, a punta de periodistas curiosos.. (risas) esa sola pregunta revela que se ha vuelto un personaje central en la región. La gente quiere que pasen cosas, por eso siempre pregunta de reacciones a situaciones hipotéticas.

¿Qué es lo que más le aburre de ir punteando las encuestas? Que a veces gente cercana se angustia mucho. A veces siento que estoy manejando en una zona con curvas peligrosas y me aburre que alguien me coja el timón justo en la más peligrosa. También me aburre cansarme.

sábado, 22 de mayo de 2010

El voto por Vargas Lleras

Si, es un tipo supremamente malgeniado, fuma en recintos cerrados y tiene modales de niño rico malcriado. Pero, ¿quién dijo que yo voy a acercarme a las urnas a buscar un mejor amigo**?

Yo quiero es un Presidente de la República que sea capaz con el país, no un sujeto súper buena gente –tipo Andrés Pastrana- que se la pase viajando con lo que le pago de impuestos y vuelva el país un ocho; que tome güisqui encima de las leyes que está a punto de sancionar o que me ande chuzando el teléfono si mi blog le disgusta.

Es por eso que desde hace un par de semanas hago parte del 7 por ciento de los potenciales votantes que todavía no se ha decidido por uno de los nueve del tarjetón, o que ha cambiado su intención de sufragio por los avatares de esta campaña a la Presidencia. Soy como un judío errante electoral; mi alma en pena se la pasa pensando en las opciones de derecha, centro e izquierda, y mi corazón se tambalea entre propuestas y chismes, buscando el candidato ideal.

Entre tantas opciones, como una chica agraciada con muchos pretendientes (y ‘pretendientas’), no puedo negar que una de las que más me tienta es la de votar por el candidato de Cambio Radical, Germán Vargas Lleras.

Lo conozco en persona. Ha sido el único que aún con todos los vaivenes de la campaña y los encartes de estar viajando en busca de votos, ha venido hasta la redacción cada vez que lo llamamos a pedirle una entrevista (tres veces); siempre viene con su montón de escoltas, vestido con sus costosísimos trajes de nieto de expresidente y con la cajetilla de Marlboro Rojo siempre a la mano, para prender uno que otro cuando una pregunta le cause piquiña, o una contrapregunta le parezca demasiado estúpida para su discurso de exsenador.

Me gusta que tiene carácter fuerte. Me gusta que no duda sus respuestas en los debates y en corto tiempo se hace entender. Me gusta que la tiene clara: si esto se tratara de un cortejo, él sería el tipo de hombre con el que yo terminaría saliendo; no se pone con rodeos, sabe lo que quiere y hace lo que considera correcto para conseguirlo. Sabe que es un hombre inteligente, sabe con quién trabajar y por eso tiene un programa de gobierno tan claro.

Estoy pensando seriamente en darle mi voto a Vargas Lleras porque es el único candidato que en lugar de decirme que a los colombianos hay que educarlos para que tengan un futuro más próspero, y que hay que darle igualdad de condiciones a los niños de Titiribí con los de Bogotá -todo suena del carajo, pero no sé cómo lo van a lograr- me dice que va a implementar políticas para ir buscando la gratuidad escolar, pero de manera gradual porque el país no puede tener un hueco fiscal de la noche a la mañana.

Es práctico: no me diría que me va a bajar la luna, me llevaría a Monserrate a que la viera.

Sin embargo tiene sus ‘peros’. Supongo que ya está pensando cómo repartir cuotas burocráticas para pagar favores; asumo que hará política tradicional, como lo hacía su familia y como lo habría hecho, no me consta, en el Senado.

No dudo que pueda llegar a ser un excelente Presidente –fue un magnífico congresista siempre-, pero tampoco puedo negar que me asusta seguir en las mismas, viendo repartir embajadas y notarías a cambio de pagos para hacer movimientos corruptos y dando un ejemplo errado de cómo deben actuar los dirigentes de un país. Eso está en contra de Vargas para dárselo a ojo cerrado.

Por lo pronto y mientras sigo pensando mi voto, puedo asegurar que tengo algo claro: después del domingo 30 de mayo, en mi popocha billetera habrá un nuevo certificado electoral.

**Ahora que caigo en cuenta, tal vez sí tenga que buscar amigos, porque seguro más de uno ya no va a querer ser cercano a mí después de leer esto: con tanta ola, se me hunde la barca.

martes, 4 de mayo de 2010

La Trocha de la Muerte a dos ruedas

Desde una bicicleta puede verse de cerca el dramático diario vivir de los habitantes de la Trocha de la Muerte.

Desde el uribista –de Mario Uribe- pueblo antioqueño de Ciudad Bolívar, la estampida de ciclistas preparó las últimas energías para viajar por el Chocó. Salir de ahí parece una burla con lo que está por venir: Ciudad Bolívar huele a plata, la gente se viste bonito, no hay indigentes y los carros son siempre (siempre) lujosos; cosa abruptamente diferente a lo que sucede de ahí en adelante.

Dejar atrás a Ciudad Bolívar para adentrarse en tierras chocoanas, es también ir dejando los lujos: la carretera generosa se convierte en una trocha amplia, llena de huecos, vigilada por precipicios y de vez en cuando adornada por casuchas de madera.

El punto de partida a dos ruedas ya es en el departamento del Chocó, en tal vez el único municipio de esa selva pacífica que no lo parece porque hace frío y la mayoría de sus habitantes son mestizos: Carmen del Atrato.

Ahí fue cuando Aníbal Gaviria, el guía de la maratón y candidato a la vicepresidencia por el Partido Liberal, anunció que el viaje que se avecinaba tenía cinco cosas claves: muchos precipicios, un sitio llamado Trocha de la Muerte y claro, pantano, piedras y una vía de 110 kilómetros, absolutamente indigna para ser una de las dos únicas que llevan a la capital de un departamento colombiano.

Miseria
A los 22 kilómetros y medio de haber arrancado de Carmen del Atrato, vive María Susana. María Susana tiene 12 años pero parece de seis, es rubia, una de los dos trillizos sobrevivientes de la familia, vive en una casa con sus demás hermanos y sus papás, y no va a la escuela porque no hay quién enseñe.



La historia se repite cientos de veces por el camino: niños malnutridos viviendo en casuchas de dudosa estabilidad, lejos a por lo menos 3 ó 4 horas caminando de hospitales, escuelas, incluso lejos de otros niños y por donde rara vez va alguien que no viva por ahí. No hay nada qué hacer en esa vía, más que ver pasar los días cultivando cualquier cosa y esperando que los hijos crezcan, para que sigan haciendo lo mismo.

La vía es hostil, extensa y solitaria, pero no siempre ha sido así. Los lugareños aseguran que antes era peor, antes había más accidentes y las personas se morían con más facilidad entre las curvas y el camino estrecho. Antes el bus pasaba menos y ahora Rápido Ochoa rompe con la rutina una vez o dos al día, en buses que van hasta Medellín.

Fue en esta ruta, justo después de la casa de María Susana, donde murieron 45 personas en un accidente hace un año y tres meses, mientras hacían lo que todavía se hace, andar con sobrecuro, a toda velocidad, hacerle el quite a los derrumbes, compartir un solo carril para dos vías, evitar que las llantas se deslicen cuando se pierde la banca o frenar a tiempo cuando los puentes se han venido abajo. Incumplir, en últimas, toda norma de tránsito conocida, ante los ojos silenciosos y también desnutridos, de los indígenas.

Desde la carretera pueden divisarse a lo lejos, abajo del precipicio bien cerca del río, unas cuantas comunidades de indígenas Embera Katío, repletas de niños y también de miseria. Dicen que los hombres son machistas y perezosos, que trabajan poco y viven borrachos, pero a nadie realmente le consta y los nativos no hablan de eso.

A medida que avanza el camino, la gente se va oscureciendo. Después de ocho horas de recorrido en bicicleta, los habitantes van escaseando cada vez más y cuando aparece una casa, está en condiciones más complejas que las anteriores; no falta el agua porque en la selva llueve a cada rato, pero nadie la trata. Los fogones son de leña y no hay mucha proteína para cocinar; las casas van perdiendo materiales sólidos en su construcción y en cambio se van convirtiendo en un arrume de tablas y latas que se sostienen por una energía opuesta a la inercia.



Por ahí el asunto de las campañas llega poco, y cuando los candidatos salen o no electos, llega menos. Los extraños no son comunes e incluso las políticas gubernamentales no parecen evidenciarse tanto. La desnutrición es pan de todos los días, las condiciones de vida parecen no mejorar, a las calles les falta trabajo; a la gente, algo qué hacer. Muchos les prometen mejoras, pero a medida que el país se acerca al desarrollo, el Chocó parece alejarse a una velocidad inversamente proporcional del mismo.

Justo antes del destino final está el corregimiento de Tutunendo, ya repleto de gente negra: las carreteras no están pavimentadas, la multitud se baña en el Atrato y las casas siguen siendo de madera; en cambio pululan los televisores de gran tamaño, los equipos de sonido de buenos bafles y la cerveza en los andenes. En Tutunendo se vive de pescar, vender minutos a celular o hacer mototaxismo, nada más. Hay gente trabajando, pero son contados.

Después de 12 horas de viaje los ciclistas llegaron a Quibdó y la conclusión es clara: al Chocó parece que hasta el cemento le hubiera cogido pereza.