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Si mi mamá leyera esto me llamaría exagerada, pero sólo dios y mis abuelas saben que no miento: tengo varias fotografías de la suscrita corriendo en el parque con una trusa rosada, brillante, con imitaciones de diamantes en el cuello, aretes con forma de chococono y unos inigualables tenis rojos.
Esa pinta era frecuentemente alternada con un bicicletero negro con cuadritos morados (FOTO), una camiseta de conos de colores estrellados contra el piso y como toque final, unas sandalias de plástico y medias de boleritos (de boleritos, óigase bien), porque lo de las uñas feas me llegó desde el vientre.
Pero lo de la ropa era lo de menos. Los paseos en jeep a los ríos me hicieron crecer con la costumbre –no sé si mala- de perderle la pena al desnudo. En pleno río mis papás me hacían quitarme la ropa, delante de primos, amigos y tíos, para ponerme el traje de baño; la frase “sin pena mamita que todos tenemos lo mismo”, todavía me retumba en la cabeza cuando hay mucho silencio. Claro, cuando se nos quedaba el traje de baño en la casa, bien podían verme todos los presentes en calzones con los ositos cariñositos, o de un solo fondo y con encajes en la cola, tirándome al río San Eugenio de Santa Rosa.
Seguramente el lector no se ha dado cuenta de la dimensión de los hechos porque no ha entendido varios aspectos. En primer lugar hay que aclarar que toda mi infancia yo tuve el tradicional corte de cabello tipo hongo de Mario Bros, gozaba de un tono de piel envidiable porque cada fin de semana iba nadar y tenía las piernas llenas de cicatrices y raspones, porque no dejaba de montar bicicleta y patines.
Eso, claro está, sin contar con que en mis afectos había más niños que niñas, a quienes encontraba lloronas y frágiles. Todo esto significaba necesariamente que en repetidas ocasiones desconocidos me confundieran con seres del género opuesto.
En segundo lugar hay que aclarar que mi papá es un acérrimo vallenatero que me despertaba los fines de semana con canciones como ‘la creciente’, ‘esposa mía’ o ‘señora’, y no contento con eso los interpretaba él mismo en fiestas familiares y eventos públicos, teniéndome como su gaffer (gaffer, no ‘gáffera’).
Mis fiestas de cumpleaños eran todo un cuento: aunque no hay videos que lo prueben, sí tengo fotografías en las que aparecemos todos los primos bailando en parejas, primos con primos, primos con primas, primas con tíos, primos con tías, primitos con abuelitas, abuelitas con tías y tías con amigos de los primos, y aunque cualquiera se podía imaginar que escuchábamos la música de moda para niños, la verdad es que movíamos las carnitas al ritmo de temas como 'la belludita' en su inigualable versión cumbia, o 'amor prohibido' de Selena, 'quítame ese hombre' y los siempre exitosos temas de Miguel Molly, Los Melódicos y Pastor López, incluido 'golpe con golpe', que daba para hacer vueltas.
También hay que esclarecerle al lector que nadie como mi mamá para demostrar la capacidad pulmonar. Gritaba a grito herido por la ventana de la casa hacia el parque cosas como “katherineeeeee éntrese yaaaaaa”, o “katherineeeeeee venga a ver lave los calzoneeeeesss”, o el inigualable “¿si orinó antes de irse pa’ la calleeeee?”.
* Para mi papilú, mi mayor fuente de felicidad, mi amigo y guía amoroso. Feliz cumpleaños, nos debemos muchas tortas juntos.