Por Paula Bedoya*
Hasta ese momento llegaron mis aspiraciones de abandonar el cigarrillo, o tal vez pedirle de la mejor manera que él me deje a mí. Un alarmante precio me confirmó el encargado de la droguería de un reconocido almacén de cadena, cuando le pregunte por unas pastillas que prometen sacarlo a uno de las fauces del cruel tabaco.
“La caja del nivel uno le vale 50 mil pesos, le dura una semana, y el nivel uno dura un mes. Después tiene que seguir con el nivel dos, que se sigue por dos meses más. La cajita también dura una semana y le cuesta 40 mil”.
Supuestamente, al comienzo el cuerpo necesita más sustancias que le inhiban el deseo de nicotina, de ahí el descenso progresivo del precio. Finalmente, la caja del nivel tres, que dura tres meses, tiene un precio de 30 mil pesos. Una vez limpios los pulmones -y el bolsillo-, y luego de seis meses de disciplina, no volverá a pensar, bien sea en un tentador cigarro, o en una indiferente pastilla. Si recae, ojo, debe reiniciar el tratamiento desde el comienzo. No quise ni preguntar por los famosos parches, pues algo que surta el mismo efecto, sin tener que recordarlo y buscar el consabido vasito de agua, ha de ser mucho más costoso.
Salí del ‘súper’ haciendo cuentas. En casi 900 mil pesos me saldría el valiente acto de voluntad, que ahora también sería económica. ¿Será que estos productos son de aquellos que, con un alza en sus precios, ajustarán las desbaratadas finanzas del sistema de salud colombiano? Evidentemente no. Con la garantía de la última tecnología, y cero riesgos para la salud que ofrece el reconocido laboratorio fabricante, es suficiente para justificar el precio. Digamos que no peleo con eso.
Pero la paradoja se apoderó de mí cuando caí en cuenta que, justamente, un buen paquete de cigarrillos aporta, hasta que se defina la viabilidad de los decretos del estado de emergencia social, 650 pesos más a la recuperación del sistema de seguridad, desde el pasado primero de febrero. Honor a las ya acostumbradas ironías de este país, donde la recuperación del sistema de la salud depende de que se venda aquello que acaba con ella.
Aunque el consumidor no se ve afectado por el alza, supongo que unos clientes menos, que se refugien en las pepitas de primer, segundo y tercer nivel, repercutirían en los ya austeros presupuestos de la industria tabacalera.
Además, y revelando mis intimidades financieras, un promedio de 200 mil pesos mensuales destinados a abandonar el vicio, generarían más ansiedad que la que logro calmar con él, pues significarían un buen mordisco a mis ingresos-ya me estaban dando ganas de prender uno-.
También me imagine una buena charla, al calor o al frío de un tinto o una cerveza, sin un buen cigarro e interrumpidos por la alarma del celular –tendría que poner la alarma, sin duda- anunciando la hora de tomar la ‘pepa’. Concluí que con un cigarrillo aporto más, irónicamente, al sistema de salud que, por qué no, podría atenderme en un futuro una eventual afección respiratoria; podría hacer algunos amigos más, como ya me ha sucedido, y hasta me ahorraría el vasito de agua.
* Somos compañeras de trabajo y desde el momento que la conocí, junto a Dear President coincidimos en la frase: "dónde has estado toda mi vida, Paula Bedoya".
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