Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

jueves, 14 de enero de 2010

La historia de cómo completé dos días y dos noches sintiendo culpa

Llegué a la Transversal 86, una estación de Transmilenio que queda más allá (o más acá) de Banderas. Pasaban las once de la noche y yo, como era de esperarse, no tenía en mi billetera la tarjeta azul para entrar.

Me acerqué a la ventanilla y la mujer con chaqueta café me miró por encima de unos lentes inexistentes, sin dejar de limarse las uñas, preguntándome sin hablar qué coños quería yo a esa hora, cuando ya ella no tiene nada más qué hacer que esperar a que alguien la recoja.

- Me vende un pasaje, por favor, le dije (aunque debí habérselo preguntado), con la ignorancia respectiva.
- No hay servicio, me contestó, y pasó de limarse la uña del índice a la del anular.
- Es sólo uno, y nadie nos va a ver... por favor, le propuse y no tuve que esperar otra respuesta: la perfeccción con la que terminó de arreglar todas las uñas de esa mano, sin dejar de mirarlas, me lo dijo todo.

En ese momento apareció de la nada un celador de café, gritándome que se aproximaba el último bus hacia el norte. ¿Le sirve? Claro, voy para la calle 53.

Mientras yo respondía, él ya estaba corriendo hacia la puerta del bus y en menos de lo que pude darme cuenta, le contaba al conductor que yo me iba a montar y que me esperara.

- Entre, ¿por qué no entra? me preguntaba a gritos desde el otro lado de la estación.
- No tengo tarjeta y ella no me vende, me quejé, mientras la señorita de la estación me mostraba que no le seguía importando mi futuro inmdediato.

El celador se devolvió corriendo hasta donde yo estaba. De un momento a otro todo pasó ante mis ojos en cámara lenta: me dijo entre, puso su tarjeta azul y corrió, verfificando de vez en vez que yo sí lo estuviera siguiendo.
Mientras tanto la media yo que todavía no creía lo que estaba pasando, buscó desesperadamente en la billetera con qué pagarle el pasaje y no encontró más que un billete de 10 mil pesos.

- Tengo esto, le dije, entregándole lo último que me quedaba.
- Mañana me paga, yo voy a estar aquí, me dijo, mientras empujaba el billete de vuelta a mi billetera.

Se cerraron las puertas del bus, él último que iba hacia el norte, dejando atrás esa estación que yo, excepto hace dos días y dos noches, nunca visito.

2 comentarios:

  1. Que vieja tan hp, pero fresca que eso en cualquier momento se le quiebran esas uñas y por ahi dicen hoy por ti mañana por mi, que buena onda la del man, eso demuestra que aun hay personas buenas que quieren ayudar...

    ResponderEliminar
  2. No he ido a pagarle el pasaje al sujeto, y me siento muy mal :(

    ResponderEliminar