El que se haya atrevido a decir que como los sentimientos de la primera cita no hay otros en la vida, se está sobreactuando. La placidez del sentimiento prevomitivo, la inseguridad del no saber qué ponerse, los destajos a los riñones que genera tener que ir al baño pero no saber cómo caminar y el inconfundible mariposeo que casi siempre termina en repetidos diálogos con el sanitario, no son para mí.
Yo no nací para las primeras citas.
Empecemos por algo tan simple como saber qué pedir. Si pido mi inconfundible jugo de mango y estamos en un bar, el tipo me calificará de mojigata y no va a actuar con la misma naturalidad que actuaría si no pensara que lo soy. Si pido una cerveza, cuando lleve la botella a medio tomar voy a ver al tipo en cámara lenta y probablemente mis piernas van a ir perdiendo fuerza de voluntad.
La voluntad. Qué bueno que toqué el tema. Paloma me dijo un día sabiamente que no había que desgastarse saliendo con un malpolvo sin saber que efectivamente lo es y terminó la frase citando a una buena amiga suya, “igual se lo va a dar, mejor apurar el golpe”. Ese dilema de saber si dárselo o no en la primera cita me da náuceas.
En principio una se siente insegura porque nunca estará lo suficientemente flaca, la cola jamás tendrá la adecuada solidez y la depilación nunca -jamás- podrá sentirse en el punto preciso. Además siempre habrá un pero: Marrón se comió toda mi ropa interior linda, debo oler raro porque no alcancé a ducharme después del trabajo y claro, la infaltable 'este tipo qué va a pensar, que porque soy de Pereira, soy fácil'.
Eso, claro está, sin contar con el cómo. Entenderse de primerazo en movimientos, velocidades e intensidad es todo un trauma. Si saco la Lobaiza que hay en mí, él podría ratificar su teoría de 'pereiranas=prepago' y tomarme sólo como su presa de cama. Así las cosas lo prudente sería esperar 3 ó 50 salidas, para entonces estar tan enamorados que ni nos demos cuenta de lo mal que nos entendemos horizontalmente.
Finalmente viene la inseguridad de la que yo no sería directa culpable: qué hacer si el tipo no funciona, si no está bien dotado, si se viene rápido, si no me hace llegar... ¿qué hacer, ah?
El instinto primario diría que corra mientras pueda, así sea sin ropa, cambie de teléfono, de trabajo, de país!; pero la decencia de haber sido criada en un hogar de tres miembros y bajo los preceptos de Santa Catalina Labouré, me obligará a inventarme cualquier historia fantástica, una inseguridad que me acompaña desde la infancia o una sobrecarga laboral, para no volver a verle.
*** Dedicado a mi amiga Juana, quien me enseñó la importancia de comer Mango, aún cuando yo de felaciones sabía poco.
Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante
miércoles, 24 de marzo de 2010
lunes, 22 de marzo de 2010
Granito de arena a la Emergencia Social
Por Paula Bedoya*
Hasta ese momento llegaron mis aspiraciones de abandonar el cigarrillo, o tal vez pedirle de la mejor manera que él me deje a mí. Un alarmante precio me confirmó el encargado de la droguería de un reconocido almacén de cadena, cuando le pregunte por unas pastillas que prometen sacarlo a uno de las fauces del cruel tabaco.
“La caja del nivel uno le vale 50 mil pesos, le dura una semana, y el nivel uno dura un mes. Después tiene que seguir con el nivel dos, que se sigue por dos meses más. La cajita también dura una semana y le cuesta 40 mil”.
Supuestamente, al comienzo el cuerpo necesita más sustancias que le inhiban el deseo de nicotina, de ahí el descenso progresivo del precio. Finalmente, la caja del nivel tres, que dura tres meses, tiene un precio de 30 mil pesos. Una vez limpios los pulmones -y el bolsillo-, y luego de seis meses de disciplina, no volverá a pensar, bien sea en un tentador cigarro, o en una indiferente pastilla. Si recae, ojo, debe reiniciar el tratamiento desde el comienzo. No quise ni preguntar por los famosos parches, pues algo que surta el mismo efecto, sin tener que recordarlo y buscar el consabido vasito de agua, ha de ser mucho más costoso.
Salí del ‘súper’ haciendo cuentas. En casi 900 mil pesos me saldría el valiente acto de voluntad, que ahora también sería económica. ¿Será que estos productos son de aquellos que, con un alza en sus precios, ajustarán las desbaratadas finanzas del sistema de salud colombiano? Evidentemente no. Con la garantía de la última tecnología, y cero riesgos para la salud que ofrece el reconocido laboratorio fabricante, es suficiente para justificar el precio. Digamos que no peleo con eso.
Pero la paradoja se apoderó de mí cuando caí en cuenta que, justamente, un buen paquete de cigarrillos aporta, hasta que se defina la viabilidad de los decretos del estado de emergencia social, 650 pesos más a la recuperación del sistema de seguridad, desde el pasado primero de febrero. Honor a las ya acostumbradas ironías de este país, donde la recuperación del sistema de la salud depende de que se venda aquello que acaba con ella.
Aunque el consumidor no se ve afectado por el alza, supongo que unos clientes menos, que se refugien en las pepitas de primer, segundo y tercer nivel, repercutirían en los ya austeros presupuestos de la industria tabacalera.
Además, y revelando mis intimidades financieras, un promedio de 200 mil pesos mensuales destinados a abandonar el vicio, generarían más ansiedad que la que logro calmar con él, pues significarían un buen mordisco a mis ingresos-ya me estaban dando ganas de prender uno-.
También me imagine una buena charla, al calor o al frío de un tinto o una cerveza, sin un buen cigarro e interrumpidos por la alarma del celular –tendría que poner la alarma, sin duda- anunciando la hora de tomar la ‘pepa’. Concluí que con un cigarrillo aporto más, irónicamente, al sistema de salud que, por qué no, podría atenderme en un futuro una eventual afección respiratoria; podría hacer algunos amigos más, como ya me ha sucedido, y hasta me ahorraría el vasito de agua.
* Somos compañeras de trabajo y desde el momento que la conocí, junto a Dear President coincidimos en la frase: "dónde has estado toda mi vida, Paula Bedoya".
Hasta ese momento llegaron mis aspiraciones de abandonar el cigarrillo, o tal vez pedirle de la mejor manera que él me deje a mí. Un alarmante precio me confirmó el encargado de la droguería de un reconocido almacén de cadena, cuando le pregunte por unas pastillas que prometen sacarlo a uno de las fauces del cruel tabaco.
“La caja del nivel uno le vale 50 mil pesos, le dura una semana, y el nivel uno dura un mes. Después tiene que seguir con el nivel dos, que se sigue por dos meses más. La cajita también dura una semana y le cuesta 40 mil”.
Supuestamente, al comienzo el cuerpo necesita más sustancias que le inhiban el deseo de nicotina, de ahí el descenso progresivo del precio. Finalmente, la caja del nivel tres, que dura tres meses, tiene un precio de 30 mil pesos. Una vez limpios los pulmones -y el bolsillo-, y luego de seis meses de disciplina, no volverá a pensar, bien sea en un tentador cigarro, o en una indiferente pastilla. Si recae, ojo, debe reiniciar el tratamiento desde el comienzo. No quise ni preguntar por los famosos parches, pues algo que surta el mismo efecto, sin tener que recordarlo y buscar el consabido vasito de agua, ha de ser mucho más costoso.
Salí del ‘súper’ haciendo cuentas. En casi 900 mil pesos me saldría el valiente acto de voluntad, que ahora también sería económica. ¿Será que estos productos son de aquellos que, con un alza en sus precios, ajustarán las desbaratadas finanzas del sistema de salud colombiano? Evidentemente no. Con la garantía de la última tecnología, y cero riesgos para la salud que ofrece el reconocido laboratorio fabricante, es suficiente para justificar el precio. Digamos que no peleo con eso.
Pero la paradoja se apoderó de mí cuando caí en cuenta que, justamente, un buen paquete de cigarrillos aporta, hasta que se defina la viabilidad de los decretos del estado de emergencia social, 650 pesos más a la recuperación del sistema de seguridad, desde el pasado primero de febrero. Honor a las ya acostumbradas ironías de este país, donde la recuperación del sistema de la salud depende de que se venda aquello que acaba con ella.
Aunque el consumidor no se ve afectado por el alza, supongo que unos clientes menos, que se refugien en las pepitas de primer, segundo y tercer nivel, repercutirían en los ya austeros presupuestos de la industria tabacalera.
Además, y revelando mis intimidades financieras, un promedio de 200 mil pesos mensuales destinados a abandonar el vicio, generarían más ansiedad que la que logro calmar con él, pues significarían un buen mordisco a mis ingresos-ya me estaban dando ganas de prender uno-.
También me imagine una buena charla, al calor o al frío de un tinto o una cerveza, sin un buen cigarro e interrumpidos por la alarma del celular –tendría que poner la alarma, sin duda- anunciando la hora de tomar la ‘pepa’. Concluí que con un cigarrillo aporto más, irónicamente, al sistema de salud que, por qué no, podría atenderme en un futuro una eventual afección respiratoria; podría hacer algunos amigos más, como ya me ha sucedido, y hasta me ahorraría el vasito de agua.
* Somos compañeras de trabajo y desde el momento que la conocí, junto a Dear President coincidimos en la frase: "dónde has estado toda mi vida, Paula Bedoya".
miércoles, 17 de marzo de 2010
De traguitos y otras tragedias
Cuando salió el comunicado de prensa de la Presidencia, en la que decían que el Registrador y/o su séquito estaban tomando el día de elecciones, pensé que esa era mi oportunidad para ‘denunciar’ todo lo que había visto en la jornada electoral. Me fui corriendo a la oficina de un Ministro de cuyo nombre no debo acordarme, y le dije, mirándolo a los ojos, que no era sólo lo que le habían contado, que yo tenía más información. Le dije, así, sin tapujos: yo le cuento, pero tengo un primo que quiere ser notario y está desempleado.
Empecé mi retahíla. Mire Ministro, le dije, Carlos Ariel Sánchez, el amante declarado de la Coca Cola, estaba tomando güisqui la noche de elecciones y gritando con voz enredada “huy Noemí, le ganaste a Arias… ¡mucha dura!”, y luego estallaba a carcajadas. Después de la media noche se acordó del bolero que se inventó Arias cuando Noemí todavía era embajadora “contigo o sin ti, pero prefiero contigo, Noemí”, y brindaba por todas las mujeres que han llegado al poder. Alcanzó incluso a hacer una versión de la misma canción para Michelle Bachelet y otra para Ángela Merckel.
Usted ve que ahora el procurador Alejandro Ordóñez sale a decir que nunca vio tomando al Registrador. ¡Pura mentira! ¡El Procurador estaba más borracho que el Registrador! Usted le viera el ataque de risa cada vez que alguien decía referendo. Le tocaba agarrarse la barriga, porque se le iban a reventar los botones de la camisa. Mire señor Ministro, no es porque yo quiera ser cizañosa ni nada, pero para mí que ese par se estaban burlando de lo que pasó con la reelección.
Eso no es todo, Ministro, continué. Usted viera a Juan Manuel Santos repartiendo lechona en el Dann Carton. Qué habilidad para combinar los trajes de Hugo Boss con el gorrito blanco para que el pelo que se le fuera cayendo no se enmarañara entre la lechona. Se le veía tan natural como agarraba el plato de plástico, como cortaba un pedazo de la piel del puerco y como le ponía de ladito la arepa redonda. No estaba pidiendo votos para La U, estaba alimentando falsos familiares de muertos en combate.
El Ministro me miraba casi sin parpadear, como pensando que estaba haciendo el negocio notarial de su vida. Mire Ministro, yo no me quedé de manos cruzadas, llamé a Juan Lozano y le conté todo el episodio de lo que estaba cocinando Santos y el tipo de una vez reaccionó y dijo que él iba a hacer lo propio, porque Santos podía robarse La U, pero nunca el ambiente estomacal de los votantes. Luego supe que se había ido para el frente del Dann, le arrebataba los platos de lechona a la gente, y les daba su botellón de agua mineral con la frase “no sea puerco”.
Eso no es nada Ministro. Yo misma escuché cuando el lunes el Registrador le decía a Marco Emilio Hincapié, el presidente del CNE, que le tenía el hackeador para el programa para hacer el escrutinio. Le garantizo, decía Sánchez, que en media hora le tiene ese programa caído, no lo levanta nadie y así nos jodemos a los conservadores. Yo creo que hicieron negocio, Ministro, porque mire que lograron retrasar el escrutinio cinco horas.
Después de verme con el Alto Funcionario decidí ir a violar cualquier Ley, porque si algo me enseñó este fin de semana de comicios parlamentarios es que es menos escandaloso hacer fraude o cometer cualquier delito electoral, que la sospecha no comprobada de un trago de licor que viole la Ley Seca.
Empecé mi retahíla. Mire Ministro, le dije, Carlos Ariel Sánchez, el amante declarado de la Coca Cola, estaba tomando güisqui la noche de elecciones y gritando con voz enredada “huy Noemí, le ganaste a Arias… ¡mucha dura!”, y luego estallaba a carcajadas. Después de la media noche se acordó del bolero que se inventó Arias cuando Noemí todavía era embajadora “contigo o sin ti, pero prefiero contigo, Noemí”, y brindaba por todas las mujeres que han llegado al poder. Alcanzó incluso a hacer una versión de la misma canción para Michelle Bachelet y otra para Ángela Merckel.
Usted ve que ahora el procurador Alejandro Ordóñez sale a decir que nunca vio tomando al Registrador. ¡Pura mentira! ¡El Procurador estaba más borracho que el Registrador! Usted le viera el ataque de risa cada vez que alguien decía referendo. Le tocaba agarrarse la barriga, porque se le iban a reventar los botones de la camisa. Mire señor Ministro, no es porque yo quiera ser cizañosa ni nada, pero para mí que ese par se estaban burlando de lo que pasó con la reelección.
Eso no es todo, Ministro, continué. Usted viera a Juan Manuel Santos repartiendo lechona en el Dann Carton. Qué habilidad para combinar los trajes de Hugo Boss con el gorrito blanco para que el pelo que se le fuera cayendo no se enmarañara entre la lechona. Se le veía tan natural como agarraba el plato de plástico, como cortaba un pedazo de la piel del puerco y como le ponía de ladito la arepa redonda. No estaba pidiendo votos para La U, estaba alimentando falsos familiares de muertos en combate.
El Ministro me miraba casi sin parpadear, como pensando que estaba haciendo el negocio notarial de su vida. Mire Ministro, yo no me quedé de manos cruzadas, llamé a Juan Lozano y le conté todo el episodio de lo que estaba cocinando Santos y el tipo de una vez reaccionó y dijo que él iba a hacer lo propio, porque Santos podía robarse La U, pero nunca el ambiente estomacal de los votantes. Luego supe que se había ido para el frente del Dann, le arrebataba los platos de lechona a la gente, y les daba su botellón de agua mineral con la frase “no sea puerco”.
Eso no es nada Ministro. Yo misma escuché cuando el lunes el Registrador le decía a Marco Emilio Hincapié, el presidente del CNE, que le tenía el hackeador para el programa para hacer el escrutinio. Le garantizo, decía Sánchez, que en media hora le tiene ese programa caído, no lo levanta nadie y así nos jodemos a los conservadores. Yo creo que hicieron negocio, Ministro, porque mire que lograron retrasar el escrutinio cinco horas.
Después de verme con el Alto Funcionario decidí ir a violar cualquier Ley, porque si algo me enseñó este fin de semana de comicios parlamentarios es que es menos escandaloso hacer fraude o cometer cualquier delito electoral, que la sospecha no comprobada de un trago de licor que viole la Ley Seca.
lunes, 15 de marzo de 2010
Las cuotas masculinas en pie de lucha en el día de la mujer
Por Katharina Langer*
Sobre todo el 8 de marzo, en el día de mujer, mucho se habla de las “cuotas femininas forzadas” que quieren imponer algun@s polític@s con alguna ley en ciertos sectores de la sociedad y en su mayoría supuestamente en contra de nuestra voluntad.
¿Han escuchado hablar de cuotas masculinas? ¿No? ¿Será porque no existen o más bien porque es un secreto a voces, que además asumimos como parte de la normalidad en la que vivimos, que los mejores puestos de trabajo que posibilitan un mayor ejercicio de poder, mayor ganancia económica y más influencia en la sociedad están reservados para la especie masculina por nada más ni nada menosque el mérito aleatorio de haber nacido varón en esta vida?
Queda demonstrado que la práctica excluyente de las cuotas masculinas no nos inquieta ni en lo más mínimo. Sin embargo surge a menudo la pregunta de por qué hacen falta las cuotas reservadas para mujeres en puestos públicos, como también en la economía privada. Much@s no queremos dar o recibir un puesto de trabajo por caridad sin que juegue un papel decisivo la formación profesional y la apttud para el puesto para el cuál aplicamos, aunque con eso no quiero decir que los puestos de cuota siempre se den a mujeres o personas menos calificadas.
Las mujeres queremos ser tratadas igual que nuestros cohabitantes terrestres masculinos – ni mejor ni tampoco peor. Queremos tener los mismos derechos, las mismas oportunidades, las mismas opciones, las mismas seguridades, el mismo acceso a educación y salud pública, la misma libertad de decisión, tanto con respecto a nuestra vida privada como a nuestra vida laboral, y como ciudadanas de un país tener todos los derechos políticos. Quisieramos no sentir miedo cuándo caminamos por la noche en la calle, quisieramos no tener que decidirnos entre tener hij@s o tener éxito en la vida profesional, quisieramos ser dueñas de nuestras vidas sin tener que dejarnos encasillar por la sociedad en las categoría de madre o puta.
Bonita la idea e imprescindible el sueño de un mundo mejor que, eso sí, no debemos perder de vista jamás. Lamentablemente la realidad es otra. Nos encontramos ante la situación de que las mujeres simplemente por pertencer al género al que pertenecemos nos vemos discrimnadas por vias múltiples.
Las mujeres somos las pobres de este planeta. Mundialmente hablando cuentan las mujeres con el 10% de los ingresos, el otro 90% se lo llevan los hombres y de las personas que viven en absoluta pobreza el 70% son mujeres.
Una de cada tres mujeres en el mundo termina siendo víctima por la violencia de género (maltrato físico y psíquico, violencia sexual, etc.) que es una violencia dirigida hacia nosotras, en su gran mayoría ejercida por los hombres, solamente por el hecho de ser mujeres.
A las mujeres nos toca llevar una carga doble al tener que apersonarnos del trabajo por fuera y por dentro de la casa, la crianza de l@s nini@s y el cuidado de l@s mayores. Por estas circunstancias tenemos menos tiempo para seguir una educación y menos posibilidades de conseguir un trabajo de jornda completa. En la mayoría de los casos la mujer solamente tiene un trabajo de medio tiempo o queda totalmente excluida del mercado laboral Las dos opciones significan pobreza a largo plazo porque sin sueldo o con un sueldo más bajo se minimizan proporcionalmente eldinero de jubilación o en su caso los beneficios de servicios públicos atados a una actividad laboral. Colombia presenta con el 22% unas de las cifras más altas de desempleo femenino en América Latina.
Aparte de eso las mujeres recibimos sueldos mucho más bajos que los hombres, muchas veces inclusive por el mismo trabajo y en todo caso porque los trabajos típicamente femininos son peor pagados y porquelas mujeres no llegan a las esféras más altas del poder dónde se pueden encontrar los trabajos bien remunerados sea por la falt de educación, de tiempo disponible o por la dificultad de abrirse camino en el “terreno masculino”. El promedio salarial de las mujeres en Colombia es el 25% más bajo que el de los hombres.
Las mujeres no tenemos representación adecuada a nivel político. En el período legislativo del 2006 al 2010 en Colombia se encuentran solamente el 8.4% de mujeres Representantes a la Cámara y el 12% de mujeres Senadoras de la República (los porcentajes más bajos de toda Latinoamérica).
No todas las mujeres hacen política específicamente para mujeres pero la suerte de encontrar a un hombre que respalde y empujelos derechos de la mujer es definitivamente menos probable. Como sector de la sociedad con poder decisivo, poder de influencia sobre el discurso público y poder de cambiar cosas, nunca debemos restarle importancia a la política. Además siempre hay que ser conciente que la mayoría de l@s polític@s reciben su legitimidad del voto popular lo cuál significa que es su obligación, y algo que hay que exigirles siempre, gobernar a favor de tod@s nosotr@s, no solamente de una parte de l@s habitantes de un país. A la hora de aprobar una nueva ley debe ser tenida en cuenta tanto la perspectiva femenina como la masculina. Se ha visto que el marco legislativo tiene repercusiones diferentes en el hombre y en la mujer, ya que sin pensar en las realidades sociales diferentes que viven los dos géneros se puede llegar a agravar la discriminación emenina sin haberlo intencionado.
Como si todo esto fuera poco a la mujer le han puesto precio de venta en el mercado. El culto a la belleza física nos está esclavizando. Vivimos en un mundo medial dónde el valor de la mujer está casi única y exclusivamente definido por el deseo sexual que puede vocar en el hombre. Asi la mujer “bonita” se ha convertido en un símbolo de estatus social para el hombre, los ricos y poderosos siempre se ven acompañados de mujeres bellas.
Nos guste o no reconocerlo: nadie renuncia voluntariamente al poder que tiene, como tampoco lo harán los hombres. Por más que las mujeres tengamos que ser activas y seguir en pie de lucha por nuestros derechos e intentar ganarnos el espacio que nos merecemos sin rendirnos nunca, hacen falta reglas y sanciones para que eso sea posible. Si en el año 2010 nos sorprendemos con semejante situación de desigualdad entre los géneros a casi todos los nivéles y vemos que en las últimas décadas la situación prácticamente no ha mejorado, sino incluso se ha visto empeorar, hay que preguntarse por cuánto tiempo más queremos esperar cruzad@s de brazos sin hacer nada.
Las cuotas femininas nunca pueden ser la única medida para buscar la igualdad entre hombre y mujer en la sociedad pero tienen validez e importancia como una entre muchas. No queremos que sea una excepción que mujeres lleguen a la cima del poder como Angela Merkel o Michelle Bachelet sino que se vuelva una normalidad. El promedio latinoamericano actual de ministras es de 23% y el de mujeres electas en ambas cámaras llega apenas al 20%. Las senadoras representan sólo un 18% y las diputadas un 20%.
Entonces la pregunta no debería ser si nos gustan o disgustan las cuotas femininas, sino ¿que posibilidades adicionales y complementarias se nos ocurren para transformar la sociedad en una más igualitaria?
¿Deberíamos en consecuencia tomar la felicitación por el día de la mujer como una ofensa? SÍ, si se supone que en este día nos deberíamos sentir y nos quieren ver más “femeninas” que nunca. SÍ, si se supone que con tal de celebrarnos un día al año creen que han cumplido con todo su deber. Pero NO, si pensamos en el día de la mujer como en un día más de lucha por nuestros derechos. Y NO, si podemos aprovechar este día para poner asuntos de discriminación feminina importantes y pendientes sobre la mesa del debate público y hacerlos ampliamente conocidos, porque solamente podemos exigir los derechos que sabemos que tenemos!
*Como una grata y muy feliz sorpresa, encontré en mi bandeja de entrada una carta de alguien que por alguna razón ha sido muy importante en mi vida desde hace siete años. Me gustó tanto que decidí postiarla. Gracias Kathi por tu primer artículo en español
martes, 9 de marzo de 2010
No me diga feliz día de la mujer
No me gusta el día de la mujer. Punto.
Le advertí con varios días de antelación a mi novio que no me dijera “feliz día de la mujer” y él, aunque no entendió por qué mi obsesión con que evitara el comentario, como perrito condescendiente no me dijo nada, dejó pasar el día como cualquier otro.
La primera vez que escuché el término estaba yo molestísima con un colega –hombre- porque había logrado ‘chiviarme’ después de haberse tomado un café con un magistrado.
- ¿Usted se imagina cómo me vería yo tomando un café con un magistrado? Le gritaba yo, desesperada. ¡Dígame si usted no pensaría que me estoy acostando con él, para conseguir información! ¡Dígame!
El tipo, sin argumentos, me decía que me calmara, que no había de qué preocuparse. - Yo te paso la información, no hay lío.
Él no podía entender –no tenía cómo- que el gran meollo del asunto no era esa chiviada, sino que yo me sentía en una clara desventaja frente a él: el hecho no era el tinto, sino que yo no encontraba otra forma de buscar información sin parecer una prepago –y eso que no he hablado de la fama y los chistes que hacen con las mujeres que vienen, como yo, de Pereira; y ahora, para mi desgracia, él quería pasarme la información, sin ningún mérito, sólo porque estaba sintiendo una suerte de lástima por mí, a raíz del drama que yo le había hecho.
- Mire, no me trate como si yo no fuera capaz de chiviarlo, cambié mi discurso, en medio de gritos, sin saber cuál era el término que debía usar. Y lo dejé solo.
Me salí de la oficina en la que estaba y un señor que pasaba por ahí, y que escuchó mi queja me lo dijo: cuando le hacen eso a los negros, se llama racismo positivo.
Racismo positivo: vi la luz. Claro, lo que el chiviador estaba haciendo conmigo era machismo positivo, pensé: como me ve en clara desventaja frente a él, entonces ahora quiere darme ventajas fingidas, nacidas de su cabeza, para que estemos en una encomillada igualdad de condiciones.
Desde ese día me proclamé una antifeminista acérrima. Juré que no me sentiría menos frente a los hombres por el hecho de ser mujer: ni por correr más despacio, ni por tener menos fuerza, ni por tener que dejar de tomarme tintos so pena de sentirme la amante de un congresista sudoroso. Y claro, que no buscaría ventajas desde la lástima, eso sí que no.
Por eso me molesta cuando las congresistas buscan aumentar, a las malas, la cuota femenina en los partidos políticos: ¿acaso Alexandra Moreno Piraquive, Michelle Bachelet o Ángela Merkel andan pidiendo espacios? No señor, se los buscaron, como hizo Inácio Lula da Silva o Sebastian Piñera.
Por eso me molesta que haya un día de la mujer, en el que todas nos sentimos más femeninas y nos gusta que nos den chocolates y serenatas. ¿Rita Pavone hace conciertos y pide que vayan a ellos porque es mujer o porque es buena cantante, como lo fue Ray Charles o Freddy Mercury?
Estoy cansada de que me digan feliz día de la mujer porque ese esfuerzo, que ya cumple dos años, se viene al piso. No me hagan perder el impulso, tengo muchas ganas de seguir siendo una mujer en real igualdad de condiciones.
Le advertí con varios días de antelación a mi novio que no me dijera “feliz día de la mujer” y él, aunque no entendió por qué mi obsesión con que evitara el comentario, como perrito condescendiente no me dijo nada, dejó pasar el día como cualquier otro.
La primera vez que escuché el término estaba yo molestísima con un colega –hombre- porque había logrado ‘chiviarme’ después de haberse tomado un café con un magistrado.
- ¿Usted se imagina cómo me vería yo tomando un café con un magistrado? Le gritaba yo, desesperada. ¡Dígame si usted no pensaría que me estoy acostando con él, para conseguir información! ¡Dígame!
El tipo, sin argumentos, me decía que me calmara, que no había de qué preocuparse. - Yo te paso la información, no hay lío.
Él no podía entender –no tenía cómo- que el gran meollo del asunto no era esa chiviada, sino que yo me sentía en una clara desventaja frente a él: el hecho no era el tinto, sino que yo no encontraba otra forma de buscar información sin parecer una prepago –y eso que no he hablado de la fama y los chistes que hacen con las mujeres que vienen, como yo, de Pereira; y ahora, para mi desgracia, él quería pasarme la información, sin ningún mérito, sólo porque estaba sintiendo una suerte de lástima por mí, a raíz del drama que yo le había hecho.
- Mire, no me trate como si yo no fuera capaz de chiviarlo, cambié mi discurso, en medio de gritos, sin saber cuál era el término que debía usar. Y lo dejé solo.
Me salí de la oficina en la que estaba y un señor que pasaba por ahí, y que escuchó mi queja me lo dijo: cuando le hacen eso a los negros, se llama racismo positivo.
Racismo positivo: vi la luz. Claro, lo que el chiviador estaba haciendo conmigo era machismo positivo, pensé: como me ve en clara desventaja frente a él, entonces ahora quiere darme ventajas fingidas, nacidas de su cabeza, para que estemos en una encomillada igualdad de condiciones.
Desde ese día me proclamé una antifeminista acérrima. Juré que no me sentiría menos frente a los hombres por el hecho de ser mujer: ni por correr más despacio, ni por tener menos fuerza, ni por tener que dejar de tomarme tintos so pena de sentirme la amante de un congresista sudoroso. Y claro, que no buscaría ventajas desde la lástima, eso sí que no.
Por eso me molesta cuando las congresistas buscan aumentar, a las malas, la cuota femenina en los partidos políticos: ¿acaso Alexandra Moreno Piraquive, Michelle Bachelet o Ángela Merkel andan pidiendo espacios? No señor, se los buscaron, como hizo Inácio Lula da Silva o Sebastian Piñera.
Por eso me molesta que haya un día de la mujer, en el que todas nos sentimos más femeninas y nos gusta que nos den chocolates y serenatas. ¿Rita Pavone hace conciertos y pide que vayan a ellos porque es mujer o porque es buena cantante, como lo fue Ray Charles o Freddy Mercury?
Estoy cansada de que me digan feliz día de la mujer porque ese esfuerzo, que ya cumple dos años, se viene al piso. No me hagan perder el impulso, tengo muchas ganas de seguir siendo una mujer en real igualdad de condiciones.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)