Al igual que el año pasado y que los tres años que antecedieron a aquel, hoy digo públicamente que este año se producirá nuevamente un frustrado intento de la suscrita por asistir a Rock al Parque.
Sin embargo, a diferencia de años anteriores cuando el futuro se interponía entre el encuentro con mechudos y malvestidos y yo, esta vez no voy a ir por voluntad propia.
Muchas cosas han cambiado desde la última vez que me quejé por no haber podido ir al magno evento del rock. Ahora escribo “presidente Juan Manuel Santos” y paso noches en vela preguntándome por qué alguien le diría Angelina a aquella desafortunada muchacha que se parece en demasía al Vicepresidente electo.
Ahora el Partido de La U logró poner como presidente del Congreso a Armando Benedetti, a quien sinceramente veo más preocupado por el punto perfecto de laca para su cabello, que por las leyes que necesita la patria. Como si fuera poco es muy probable que mi principal fuente en la Cámara sea Simón Gaviria, un verdadero liberal santista, y que tenga que llamar constantemente a Telésforo Pedraza, dirigente (por poco) de la misma corporación.
Esta vez no voy a ir a Rock al Parque y no será a causa de alguna circunstancia trágica que rodee mi realidad por esos días. Esta vez dejaré de ir por decisión autocrática, por imposición personal, por autocastigo. Dejaré que lo que quedaba en mí de amor al rock and roll se esfume como los tres millones 600 mil votos de Antanas Mockus y permitiré que la otra Katherine, la uribista, la fascista, la criticona, la despectiva, sea quien ponga el swing de partida de ahora en adelante.
El ‘calentanismo’ que tanto me critican mis detractores saldrá con entusiasmo ante la llegada del santismo a mi existencia. Para ir a tono con un presidente que se ve más criollo que su antecesor usando poncho y sombrero, volveré a las faldas de colores vivos y a los zapatos de tierra caliente. Le pondré énfasis a mi acento paisa y empezaré a recordar palabras de la tierrita, para ponerle autenticidad a mi nuevo personaje. Los diminutivos serán mi gloria.
No podrá juzgárseme por disfrutar y bailar con una sensualidad de pereirana arrolladora canciones que hablen de cómo alguien quiere darse el gustico con alguien, o por haberme aprendido estrofa por estrofa toda la discografía de los Benjamins, Pitbull y Toni Dize, mientras olvido los clásicos de Soda Estéreo y los hits de los Rolling Stones. Mi inglés empezará a tomar ese dejo al final, para darle un toque zancochezco a quien se creía tan de vanguardia.
Dejaré de soñar con vivir en Barcelona y buscaré un trabajo en Acción Social. Ese instinto viajero-Robin-Hood saldrá a flote convertido en pildoritas de cómo volverse un mantenido y dejar de quejarse ante la falta de opulencia, viviendo con los sagrados 150 mil pesos mensuales.
Podré no ser feliz, podré no tener marido, podré no vestirme de acuerdo al clima; pero tampoco tendré que compartir espacio de audiencia con gentuza que todavía cree que habrá un futuro diferente, que espera con ansias que pasen cuatro años para volver a votar con esperanza por un futuro mejor: no habré ido a Rock al Parque, pero tengo a mi Santo en la Presidencia.
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