Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

lunes, 22 de febrero de 2010

Mi reencuentro con la salsa

El tema del baile para mi familia siempre ha sido fundamental: con una madre que se jura negada para el ritmo y un padre que hubiese sido 500 por ciento más feliz de haber podido dedicar sus días completos a tocar vallenato, la sola existencia como hija única me convierte en un recipiente para poner un resumen de sus sueños: yo, Katherine Loaiza Martínez, puedo llegar a ser ladrona, corrupta, incluso Ministra de Interior y aún conservaría el amor de mis papás; pero jamás mala bailarina. Eso sí que sería imperdonable.

Por eso cuando el jueves pasado acepté la invitación de Gilberto* para ir a bailar a la Galería Café libro (en la foto), descubrí que la sabrosa línea del baile ha atravesado los momentos más trascendentales de mi existencia; o por lo menos los que recuerdo con especial vergüenza.

La de romper el hielo fui yo, como era de esperarse. Anacaona nos llevó a ambos a la pista de baile, pero a mí particularmente hasta el 2002, en Mi Ranchito, en el marco de una novillada bailable. Yo misma me encargué de sacar a quien hasta ese día fue el amor mi vida, el popularísimo –y más joven que yo- ‘Wimi’.

A nadie le importaba que Wimi se llamara Luis Miguel, o que estudiara en el Colegio Nacional Francisco José de Caldas mientras yo ya estaba en la Universidad Tecnológica de Pereira. El caso es que Anacaona nos unió en un desastroso primer beso. Primer beso para mí, el número 87 para él.

Aunque Anacaona no nos dio, con Gilberto, soltura total en la danza, Señora Ley sí nos puso a tratar de imitar, con algo de ineptitud, a los experimentados bailarines que aparecían en el video. Fue así como me acordé del episodio más vergonzoso de mi vida, desde que logré eliminar del álbum familiar mis fotos desnuda: un día en el que, en pleno parque del municipio de Lorica, un negro de dos metros me sacó a bailar, ante las miradas entusiasmadas de por lo menos 200 costeños.

Como era de esperarse, mi cuerpo medio tieso de nacida en el eje cafetero, se vio exageradamente entorpecido por los pasos africanos de ese hombre. Mi consuelo fue una ancianita, que me dijo al final de show “no te preocupe’ mami, que tu baila mejó que io”.

Mejó que io’ se quedó retumbándome en los recuerdos de una forma tan impresionante, que no me di cuenta que ya estaba bailando Cali Pachanguero. Cali, me acordé, fue la ciudad que me vio llegar de mi primer gran viaje en motocicleta, con mi entonces novio. Nosotros como pareja nacimos para viajar, no para bailar, me acordé: el tipo vivía obsesionado con que yo bailaba ‘saltadito’ como si todos los ritmos fueran ‘carranga’.

Me lo dijo tantas veces que un día terminé por creérmelo: yo, en definitiva, era una de esas personas que tienden a bailar saltadito. Me negué a aceptar invitaciones a bailar por parte de sujetos atractivos por miedo a que descubrieran mi oscuro secreto. Empecé a salir con personas que no disfrutaran del baile para evitarme la vergüenza y me convencí de que la balanza del ADN me había puesto del lado de la falta de ritmo de mi mamá.

Sin embargo, después de bailar Maria Juliana y El Paso de Encarnación, con Calambuco en vivo, y Gilberto siguiéndome los pasos medio descoordinados; después del montón de recuerdos de bailadas patéticas en los bafles de Back Steet, sumado a mis intentos fallidos por bailar bachata, y las clases de tango, fox y boleros de mí abuelita, comprendí que me debo más al cromosoma XY, a los genes paternos, si de pachanga se trata. Que a pesar de que las vueltas y los pasos no fueron para un 10.0 en un campeonato mundial, lo más importante fue reconocer que mis caderas no conocen vergüenza ni escarnio público. Lo que más les gusta es contonearse y ya, razón suficiente para decir: Estoy lista para la otra canción.

jueves, 18 de febrero de 2010

El hallazgo

El día que cumplí dos años en Bogotá me sentí exactamente igual al día que conocí a Leonardo Rodríguez, en ElEspectador.com.

Sin saberlo, justo en el momento en que estaba yo recordando ese desasosiego estomacal por la nueva vida que estaba a punto de empezar y por saber que me alejaba del hombre que sentía -hasta ese día, hasta dos años después- como el amor de mi vida, estaba ya él a 6 mil kilómetros de distancia, tomándose su primera foto en el obelisco, con la misma cámara fotográfica que nos había eternizado en el Nevado del Cocuy, en el del Ruiz, en Acandí y la Guajira (en la foto).

Ese día, cuando estaba yo cumpliendo dos años de vivir en Bogotá, me di cuenta de lo que sería mi futuro: Amelia, para mi infinita desgracia, no sería Amelia Castaño.

lunes, 15 de febrero de 2010

Dos años roliando

Después de haber tolerado 730 días de rolez extrema, me siento con todo el derecho del mundo de escribir un blogazo sobre los rolos, sus costumbres y mi relación con ellos. Hoy cumplo dos años de vivir en Bogotá. Dos lejos de Pereira, de Santa Rosa, de la familia.

Cuando empecé a contarle a todo el mundo la importancia de esta fecha, la pregunta común se convirtió en que cuál era mi balance de estos dos años. Y yo, graduada del Colegio Santa Catalina Labouré, con especialización en administración de empresas, aprendí de la profesora Luz Marina que los balances tienen ACTIVOS y PASIVOS, entonces voy a hacer las dos columnas, para que ustedes, expertos en contabilidad, me digan si el saldo es a mi favor o no.

(Esta lista puede ir cambiando a lo largo del día)

ACTIVOS

1. Alejandra Lula Rodríguez Camacho (en la foto) y Marrón Mauricio Rodríguez Loaiza. Además de ser mis fieles compañeros de vivienda (ya hemos compartido tres apartamentos juntos), son mis amigos, mi familia, mis confidentes y consejeros de cabecera. Nadie me da tanto afecto, alegrías y malgenios como ellos.

2. Todos los días madrugo a trabajar y el 98 por ciento de las veces, estoy feliz de hacerlo.

3. Me miran mal cuando me pongo pintas calentanas, a pesar de que ahora el clima da para eso, para la blusa de tiras y la falda sin medias. Yo sé que en el fondo, muy en el fondo, se mueren de la envidia.

4. No he podido conseguir un bar al que yo llegue y le pida al bar tender 'lo de siempre', pero sí encontré un sitio al que amo ir a pedir chocolate con tamal, para pensar en Alfonso Reyes Echandía y odiar, a veces menos, a Plazas Vega, Rubiano y demás.

5. Me di cuenta del 'cáncer', me enfermé y me alivié. Nunca estuve sola en el proceso.

6. A pesar del punto 1 de los pasivos, lo que agradezco es que ahora tengo clarísimo que NO quiero.

7. He conocido a personas maravillosas con Pipe, Lili, Fabián, Juan Diego, y Mani.

8. Comprobé que soy una dura para encontrar direcciones.

9. El mercado de pulgas del centro.

10. Aprendí que a veces se desayuna sopa y se deja finca en lugar de depósito; también que se le dice al de la tienda 'vecino' en lugar de 'hermano' y que se comen huevos pericos con periquito.

11. La ciclovía con Marrón. Comer sandía en la ciclovía con Marrón.

PASIVOS

1. Me convertí en un monstruo supremamente inestable emocionalmente. He tenido tantos sujetos en mi vida que a veces incluso siento que pierdo la cuenta, ya no recuerdo muy bien cuál fue primero y cuál fue mejor. Con ninguno la cosa prosperó más allá de un mes, y por eso ahora mi autoestima se caracteriza por dudar a cada paso cuando un nuevo sujeto se avecina.

2. Los rolos no saludan. Así uno los mire a la cara, no saludan. Así uno hable durísimo, no saludan. Así uno repita y repita el saludo, no saludan. Lo peor de la situación: yo no me acostumbro.

3. Me han robado dos celulares, por fortuna, muy baratos.

4. Pereira queda a seis horas. Con los problemas de movilidad de Bogotá, ahora queda a ocho.

5. Leo menos que antes, pero escribo más.

6. Todavía me desespera que los rolos pregunten y respondan al tiempo. ¿Llegaste temprano? no, ¿cierto?

7. Le dicen mazamorra a una sopa. Todavía se me olvida y a veces me siento tentada a pedir un poquito, como postre.

8. Me siguen violando en Transmilenio.

9. La piel y los labios siguen requetesecos.

lunes, 8 de febrero de 2010

El despecho*

De repente me sonó un ping en la black berry. Yo, todavía ignorante, miré con lentitud la conversación que ella, mi amiga, estaba tratando de tener conmigo. Para mi sorpresa, me explicaba con muchos errores de redacción, "ess queme lo llame y me dijo que ya no queríae star conmigo, que quería estar con la exnovia. no entiendo nada, anocheestaabmos bien".

Releí el texto una y otra vez y concluí rápidamente que, como fuera que hubiese sido el episodio, yo estaba a punto de empezar a ser víctima de una amiga despechada. Planeé entonces el fin de semana perfecto para superar el despecho, para tener un tranquilo lunes de nuevo al trabajo, y de esta forma facilitarle a ustedes las cosas cuando se vean abocados a situaciones similares con amigas despechadas.

Cómo llevar a feliz término, el despecho de una amiga:

1. Cuando le cuente los hechos no tenga reacciones estúpidas como ¿pero cuándo fue? ¡no entiendo nada! Es mejor que vaya a la fija y profiera alguna palabra soez en contra del sujeto, y prométale que llegará tan pronto como pueda al lugar de los hechos.

2. Sáquela de donde esté y llévela a una casa sola, donde pueda gritar, llorar, patalear si así lo quiere ella. Este es el espacio propicio para que grite que lo odia, estrelle cosas irrompibles contra la pared, queme fotos y lo borre de feisbuc.

3. Arréglela un poco y llévesela para un lugar público. Que cuando llegue estén su amigos más queridos, dispuestos a darle algo de beber y escucharle lo que quiera hablar. Preferiblemente que el sitio esté repleto de tipos lindos.

4. Cuando tenga sus copitas en la cabeza, dígale cosas como "todos son unos hijueputas; pero una los trata bien mal y ahí los tiene" o "usted vale mucho, ese man es un guevón", "usted es muy hermosa, espere y verá que nos la va a pagar", "lo que es pa' uno es pa' uno, ese man no le convenía" o el tradicional "déjemelo a mí que yo lo paro, va a aprender cómo se trata a una mujer".

5. Hágala vomitar y luego dele un vaso de agua antes de dormir, para que no combine el guayabo con la tristeza. Cuándo esté abrazando el sanitario, agárrele el pelo o la va a tener llorando porque se le dañó el cepillado.

6. Dígale, justo antes de que caiga en un profundo sueño, que es lo mejor que le pudo haber pasado porque la dieta de la moza la va a dejar divina, flaquísima.

7. Cuando no quiera comer nada por el guayabo y la tristeza, recuérdele que va a poder desempolvar esos yines taya 6 que archivó hace seis meses.

8. Llévela a que se arregle las uñas. Seguro que la combinación del dolor de cabeza y las historias de tragedias amorosas que siempre tienen las estilistas, la van a hacer sentir una afortunada.

9. Cuando vuelvan a casa, téngale preparado todo un listado de canciones súper tristes para escuchar. En el listado puede estar me deja el avión, el problema, de Ricardo Arjona; querida, de Juan Gabriel; todas las que pueda de FanyLu, Ana Gabriel, Miriam Hernández y La Oreja de Van Gogh. Ojo, que no se le olvide Jorge Oñate y su éxito 'no compredí tu amor'.

10. Recomiéndele que haga cosas estúpidas como escribir un blogazo al respecto.


*Yo sé que más de uno de mis seguidores estaban dándole F5 a este blog para encontrarse con este blogazo. Me complace complacerlos.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Los jubilados de la oposición

El otro día me desperté y tenía tan poco para hacer que me puse a pensar en los de la oposición y en qué iban a hacer en el momento en que el presidente Álvaro Uribe (su motor en muchos casos) ya no estuviera en el poder. Es que, y con esto puedo estar perdiendo la decencia y a un par de amigos, Uribe se va y nos va a hacer falta.

Se lo dije a Lula, que se alertó de inmediato y me gritó (porque no me los dijo, me los gritó) unos 48 argumentos diferentes por los que seríamos mejor país sin él. Me llamó hereje y me sacó de sus contactos de Facebook. Pero a pesar de lo ocurrido, yo insistí en el tema y por eso me fui para el centro y perseguí con desesperación a los tipos que entregan esos volantes miniatura y que le dicen a uno que alguien le va a adivinar el futuro.

Para qué lo quiere, me preguntaba el tipo mientras esquivaba, a las carreras, desplazados en el centro. Pues para saber qué va a hacer la oposición cuando Uribe no esté, le gritaba yo, que por la falta de experiencia me caía a cada rato.

Finalmente el tipo me dio el volante, me fui para donde la bruja y le pregunté sin más demoras qué iban a hacer Gustavo Petro y Rafael Pardo.

Como yo sé que se necesita una parte del ser al que uno le va a adivinar para poder ver su futuro, le traje un dedo de la frente de Pardo y un pedazo de pierna izquierda de Petro, le dije a la señora, sin haber siquiera saludado.

La adivina los agarró uno por uno, empezó a mirarlos con algo así como una bola mágica digital, que tenía un lector de código de barras, pero con luz verde.

Pardo, me dijo, ahora hace yoga con los jubilados de Galerías. Aprovechó la curvatura que le quedó en la espalda, de tanto lanzarse a la Presidencia, para hacer todas las poses que necesita. ¿Y es qué cuántas se lanzó? Le pregunté, presa de la ignorancia. No sé, pero parece que más que Serpa, respondió ella, sin ponerle emoción a la cosa.

Y qué hace Petro, me apresuré mientras le entregaba el pedazo de pierna izquierda. Petro está jugando Rayuela con los nietos de Tomás Uribe, que son los de él. Cómo va a ser, le pregunté asombrada, si Petro es de izquierda y Tomás es hijo de Uribe, todos al otro lado de la cancha.

Me explicó que uno de los siete hijos de Petro, el más pequeño, se había casado con la nieta primogénita de Uribe (Álvaro) y que ahora no había más remedio que jugar rayuela con los nietos, apoyado sobre la pierna derecha, claro.

Si esos son los que iban para presidentes, me pregunto qué pasó con el resto, le dije a la mujer, que levantó los hombros, demostrándome que no le importaba nada más que el contenido de mi billetera.

Y entonces qué van a hacer Robledo, Navas Talero, Gemma López, los de Arcoíris, Iván Cepeda?, grité desesperada. La mujer apagó la bola y me dijo, sin mirarme si quiera a los ojos una frase premonitoria: la historia, al final, siempre se repite.