Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

lunes, 19 de octubre de 2009

Y la cerveza llegó al fin

Después de una maratónica semana en la que insistí y molesté con la tal cerveza, la tan esperada cerveza, resultó invitándome a tomármela quien menos debería haberlo hecho, porque no había leído siquiera mi blog, con las quejas pro licor de la semana y los gritos no desesperados por acabar con la falta de presencia de otros seres humanos en mis noches. Me fui a tomar una cerveza con alguien a quien por razones de seguridad llamaremos 'Henry'.

Primero me hizo una advertencia que me pareció como de novela policiaca: que el sitio era medio under ground, entonces que no me podía poner con vanidades. En ese momento venía yo muerta de la risa en un bus de Villavicencio a Bogotá, después de haber entrevistado al siempre alegre Alan Jara y por tener al lado a un chico que estaba dormido y tenía una forma de roncar medio burbujeante. La advertencia de 'Henry' se me hizo muy Agatha Christie y por eso le dije, sin pensarlo dos veces, que sí, que fuéramos al tal sitio, que yo iba con pinta de ‘hacelotodo’.

Nos encontramos como a las diez de la noche pasadísimas. Esa mala costumbre mía de llegar antes de tiempo me obligó a quedarme unos cuantos minutos sola. Nada para morirse. Caminé por la zona, buscando el sitio al que se suponía íbamos a entrar y finalmente sólo me encontré con el recuerdo dolorosísimo de la última vez que comí hamburguesa en mi vida (pobre vaca).

El sujeto llegó y me llevó hacia el sitio que menos imaginaba yo. A medida que nos adentrábamos en el ‘Pasaje Internacional Gourmet Olga Karina’, pensaba yo que no debí haberme puesto falda, que el abrigo estaba de más. La voz interior de la derecha me decía que me relajara y la de la izquierda insistía en lo inapropiado del traje. Mi yo real sólo podía pensar en el momento en que pusiera cerveza en mi boca. Nunca había esperado tanto para tomarme algo que en realidad me gusta tan poco.

Llegamos al bar. Heavy Metal en los bafles, en las pintas, en las paredes. Sonaba una canción de algún grupo del que ya no me acuerdo. Fondo a la izquierda la mesa indicada. Llega la mesera de cabello largo, jeans ajustados y camiseta negra. Me pregunta qué quiero tomar y me ofrece un menú de sólo cervezas. Le pido Costeña -como en los viejos tiempos- y ella, con todo y su delgadez rocanrolera me la trae fría, apenas segundos después.

El momento

Después del primer sorbo, que me supo igual de horrible a siempre, vinieron un par de botellas más, todas costeñas. Buena música, buena charla. De repente entran dos chicas corriendo y llorando y el espíritu periodístico lo que dice es que pasó lo peor. Las chicas aseguran que alguien, al parecer un skin head, se ha enojado y ha decidido tirar en un bar cualquiera, un gas lacrimógeno.

Dicen eso y como por arte de magia a mi me empiezan a picar los ojos, empiezo a toser, a llorar. Es mi segunda vez con un gas de este tipo, sólo que el primero no me había producido una pseudogripe.

Ahora, mis queridos lectores, les aseguro que recordaré el sabor a cerveza como un llanto que no puedo contener, como un ardor en la nariz similar al del despecho y un lagrimeo aeroportuario.


*** La foto de Skid Row se debe a que fue una de las bandas revelación -para mí-, de la noche.

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