Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante
miércoles, 30 de junio de 2010
Respuesta a preguntas frecuentes
1. Sí, Candelaria es criolla. La encontró Andrés (novio de Aleja) en una calle de La Floresta.
2. Sí el periódico donde trabajo se llama El Periódico. No me lo inventé, puedo enviarles ejemplares para que vean que es real.
3. No, no vivo con mis papás. No vivo con ellos desde el 2002. Eso tampoco me hace de fácil acceso.
4. ¿Novios? pocos, muy pocos. ¿Amigos con cover? varios, muy varios.
5. Sí, soy muy llorona. Lloro por todo: cuando se me vuela Marrón, cuando Candelaria me rompe las medias, cuando me pongo una blusa que me hace ver gorda, cuando me quemo cocinando, cuando peleo con Felipe... El secreto está en no dejarme ver de nadie que pueda hacerlo público.
6. Obvio, tengo la misma contraseña para todo. Para TODO.
7. No, ya no llevo diario porque siempre me lo leen. La última fue Lula, y se puso brava por lo que decía.
8. Si tengo una hija, se llama Laura y vive en Santa Rosa de Cabal.
9. No hombre, yo no dije que fuera hija biológica.
10. No tuve que renovar la cédula, cuando saqué la mía ya me salió amarilla con hologramas.
11. Sí, amo messenger, amo Facebook, amo Twitter. Un día los mandaré a todos para el carajo, pero ese día no es hoy.
12. Si, di mi primer beso a los 16 años y sí señor, ya no me da pena contar esto: fue con un sujeto menor que yo.
13. Tengo Blackberry, correcto. Lo que no tengo es plan de datos por eso no les doy mi PIN.
14. Si, Marrón no me ve como el líder de su manada.
15. Claro, me leí todos los libros (todos) de Carlos Cuauhtémoc y dos de Walter Riso.
16. No, no sé si me sirvieron de algo.
17. Si pudiera escoger otra vida, sería 'militante' de Médicos Sin Fronteras o recreadora en Acapulco.
18. Si, me gusta bailar reguetón. Si, bailo muy mal reguetón.
19. Claro, soy muy cachetona pero me encanta mi cara y sólo me la cambiaría si tuviera con qué.
20. Sí, aprendí que el sí afirmativo se pone tildado durante una entrevista de trabajo. De la vergüenza se me quedó grabado.
21. No, no me contrataron en esa oportunidad.
22. Me tomó 4 cafés negros con azúcar al día.
23. Claro que no. Lo de gordita me vino después de que me vine a vivir a Bogotá y cuando viví en Nueva York. Desde que esté en el Eje Cafetero soy flaca.
24. Claro, me encanta escuchar conversaciones ajenas. Por eso amo esperar en lugares públicos y transportarme en buseta.
25. No sé si haya superado la mala racha sentimental. Nunca lo sé sino hasta que termino la relación y digo "changos, todavía sigue".
26. No me pongo aretes porque me molesta que se me entierre el palito del arete en la cabeza cuando me acuesto o me recuesto. De las candongas me da miedo porque una vez se me enredó el saco en una y pasé minutos de pánico imaginándome mi oreja bífida.
27. Mi segundo apellido es Martínez. Luego vienen: Valencia Yusty Puerta Martínez Buitrago Morales.
28. Mi mamá sí es de los Martínez de Trujillo (Valle), pero no le tocó ver ninguna masacre.
29. Sí me hice una cirugía plástica. Tenía 17 años.
30. Se llama Ojeadas Inversas, aunque yo no sea vizca, porque fue el primer nombre que se me ocurrió cuando me desperté el día que amanecí con la obsesión de tener un blog. Luego no se lo quise cambiar porque me pareció que sonaba bonito. Puro sentimentalismo, nada de razón.
31. No soy bisexual. Aunque la verdad tengo mi top 10 de viejas que me parecen churras. Mi top 5 de viejas por las que podría repensar lo de la heterosexualidad y mi top 3 de viejas que me ponen nerviosa.
32. No, no les voy a contar quiénes son.
33. Si salgo con alguien, se llama John Garzón. Claro, lo quiero muchísimo.
34. No, las mujeres de Pereira no son buen polvo por defecto. No las hacen así.
35. Si, yo soy de Pereira.
36. ja ja ja no voy a decir si soy o no buen polvo.
37. Sí, por supuesto: ya dejé el fetiche por los fotógrafos.
Si usted tiene preguntas envíelas al correo talitabanana@gmail.com
Sus inquietudes son muy importantes para nosotros.
domingo, 27 de junio de 2010
El monstruo que soy ahora
Al igual que el año pasado y que los tres años que antecedieron a aquel, hoy digo públicamente que este año se producirá nuevamente un frustrado intento de la suscrita por asistir a Rock al Parque.
Sin embargo, a diferencia de años anteriores cuando el futuro se interponía entre el encuentro con mechudos y malvestidos y yo, esta vez no voy a ir por voluntad propia.
Muchas cosas han cambiado desde la última vez que me quejé por no haber podido ir al magno evento del rock. Ahora escribo “presidente Juan Manuel Santos” y paso noches en vela preguntándome por qué alguien le diría Angelina a aquella desafortunada muchacha que se parece en demasía al Vicepresidente electo.
Ahora el Partido de La U logró poner como presidente del Congreso a Armando Benedetti, a quien sinceramente veo más preocupado por el punto perfecto de laca para su cabello, que por las leyes que necesita la patria. Como si fuera poco es muy probable que mi principal fuente en la Cámara sea Simón Gaviria, un verdadero liberal santista, y que tenga que llamar constantemente a Telésforo Pedraza, dirigente (por poco) de la misma corporación.
Esta vez no voy a ir a Rock al Parque y no será a causa de alguna circunstancia trágica que rodee mi realidad por esos días. Esta vez dejaré de ir por decisión autocrática, por imposición personal, por autocastigo. Dejaré que lo que quedaba en mí de amor al rock and roll se esfume como los tres millones 600 mil votos de Antanas Mockus y permitiré que la otra Katherine, la uribista, la fascista, la criticona, la despectiva, sea quien ponga el swing de partida de ahora en adelante.
El ‘calentanismo’ que tanto me critican mis detractores saldrá con entusiasmo ante la llegada del santismo a mi existencia. Para ir a tono con un presidente que se ve más criollo que su antecesor usando poncho y sombrero, volveré a las faldas de colores vivos y a los zapatos de tierra caliente. Le pondré énfasis a mi acento paisa y empezaré a recordar palabras de la tierrita, para ponerle autenticidad a mi nuevo personaje. Los diminutivos serán mi gloria.
No podrá juzgárseme por disfrutar y bailar con una sensualidad de pereirana arrolladora canciones que hablen de cómo alguien quiere darse el gustico con alguien, o por haberme aprendido estrofa por estrofa toda la discografía de los Benjamins, Pitbull y Toni Dize, mientras olvido los clásicos de Soda Estéreo y los hits de los Rolling Stones. Mi inglés empezará a tomar ese dejo al final, para darle un toque zancochezco a quien se creía tan de vanguardia.
Dejaré de soñar con vivir en Barcelona y buscaré un trabajo en Acción Social. Ese instinto viajero-Robin-Hood saldrá a flote convertido en pildoritas de cómo volverse un mantenido y dejar de quejarse ante la falta de opulencia, viviendo con los sagrados 150 mil pesos mensuales.
Podré no ser feliz, podré no tener marido, podré no vestirme de acuerdo al clima; pero tampoco tendré que compartir espacio de audiencia con gentuza que todavía cree que habrá un futuro diferente, que espera con ansias que pasen cuatro años para volver a votar con esperanza por un futuro mejor: no habré ido a Rock al Parque, pero tengo a mi Santo en la Presidencia.
Sin embargo, a diferencia de años anteriores cuando el futuro se interponía entre el encuentro con mechudos y malvestidos y yo, esta vez no voy a ir por voluntad propia.
Muchas cosas han cambiado desde la última vez que me quejé por no haber podido ir al magno evento del rock. Ahora escribo “presidente Juan Manuel Santos” y paso noches en vela preguntándome por qué alguien le diría Angelina a aquella desafortunada muchacha que se parece en demasía al Vicepresidente electo.
Ahora el Partido de La U logró poner como presidente del Congreso a Armando Benedetti, a quien sinceramente veo más preocupado por el punto perfecto de laca para su cabello, que por las leyes que necesita la patria. Como si fuera poco es muy probable que mi principal fuente en la Cámara sea Simón Gaviria, un verdadero liberal santista, y que tenga que llamar constantemente a Telésforo Pedraza, dirigente (por poco) de la misma corporación.
Esta vez no voy a ir a Rock al Parque y no será a causa de alguna circunstancia trágica que rodee mi realidad por esos días. Esta vez dejaré de ir por decisión autocrática, por imposición personal, por autocastigo. Dejaré que lo que quedaba en mí de amor al rock and roll se esfume como los tres millones 600 mil votos de Antanas Mockus y permitiré que la otra Katherine, la uribista, la fascista, la criticona, la despectiva, sea quien ponga el swing de partida de ahora en adelante.
El ‘calentanismo’ que tanto me critican mis detractores saldrá con entusiasmo ante la llegada del santismo a mi existencia. Para ir a tono con un presidente que se ve más criollo que su antecesor usando poncho y sombrero, volveré a las faldas de colores vivos y a los zapatos de tierra caliente. Le pondré énfasis a mi acento paisa y empezaré a recordar palabras de la tierrita, para ponerle autenticidad a mi nuevo personaje. Los diminutivos serán mi gloria.
No podrá juzgárseme por disfrutar y bailar con una sensualidad de pereirana arrolladora canciones que hablen de cómo alguien quiere darse el gustico con alguien, o por haberme aprendido estrofa por estrofa toda la discografía de los Benjamins, Pitbull y Toni Dize, mientras olvido los clásicos de Soda Estéreo y los hits de los Rolling Stones. Mi inglés empezará a tomar ese dejo al final, para darle un toque zancochezco a quien se creía tan de vanguardia.
Dejaré de soñar con vivir en Barcelona y buscaré un trabajo en Acción Social. Ese instinto viajero-Robin-Hood saldrá a flote convertido en pildoritas de cómo volverse un mantenido y dejar de quejarse ante la falta de opulencia, viviendo con los sagrados 150 mil pesos mensuales.
Podré no ser feliz, podré no tener marido, podré no vestirme de acuerdo al clima; pero tampoco tendré que compartir espacio de audiencia con gentuza que todavía cree que habrá un futuro diferente, que espera con ansias que pasen cuatro años para volver a votar con esperanza por un futuro mejor: no habré ido a Rock al Parque, pero tengo a mi Santo en la Presidencia.
viernes, 18 de junio de 2010
Entre La Ñera y La Gorda
Yo no me había dado cuenta de lo difícil que es para un hombre invitar a alguien a bailar hasta que salí con tres desparejados y, claro, mi pareja. Mejor dicho, o yo me dedicaba a sudarme todas las canciones para bailar con los cuatro, o los impulsaba a encontrar sus propias parejas entre las selectas chicas que visitan el Colombian Pub de la 51 con Séptima.
Con tanto que he escuchado en estos días a gente decirme que van a votar por Santos porque va ganando, decidí que la salida de anoche era la fácil y por eso empecé mi campaña de “vaya baile, hombre… no sea bobo”.
Con el primero, la cosa fue sencilla porque él de una vez descartó la idea de bailar emparejado y optó por enrumbarse con su silla, haciendo los tradicionales pasos de sólo manos y sin piernas que muy bien sabe hacer el 80 por ciento de la comunidad rola.
Con ese descartado, mis energías se fueron para los otros dos. A la primera frase le agregué otras como “vino a aburrirse?” y “ni para qué le digo que bailemos, si a usted no le gusta como bailo yo, por calentana”.
Fue así como a los 15 minutos ya estaba Julián apapuchado con una flaca de blusa morada y axilas en proceso de descongelamiento, bailando con entusiasmo 'Hasta Abajo' (de Don Omar). A los cinco minutos, la vieja en cuestión estaba bailándose la segunda canción y ya se le veían los dientes y de vez en cuando se le escuchaba una carcajada.
No podía estar más feliz aquella pobre mujer de haber encontrado su parejo de la noche, porque prácticamente sólo lo devolvió a nuestra mesa cuando mis gritos desesperados lo invitaban a brindar por cosas banales.
Sin embargo con Jorge no fue tan sencillo todo. Le gustó una flaca amiga de la de morado, que bailaba siempre muy sonriente y tenía la actitud de ‘quiero conocer sujetos’, pero cuando por fin tenía el grado de alicoramiento suficiente para sacarla a bailar, salió a la luz la verdad: venía con un sujeto, y el baile solitario y entusiasmado era sólo una estrategia para seducirlo.
El panorama se puso gris. Había pocas mujeres disponibles y las disponibles no eran del agrado de Jorge. Empecé a desesperarme porque no me gustaba estar meneándolo con temas como ‘Rompe’ y verlo ahí en la mesa con su carita de ‘qué hago con toda esta churrez que tengo encima’ –churrez de churro-, en completa soledad.
Entonces me puse las gafas y arranqué con la búsqueda a fondo de posibles borreguitas para ese león casi dormido. Muy tarde me puse en labores, porque ya agarré a media discoteca vacía y las opciones se reducían a dos solitarias señoritas a quienes horas después apodamos La Ñera y La Gorda.
La primera no es que fuera ñera, realmente su problema fue que se puso la blusa indicada con la falda incorrecta y para completar se fue con unos tenis que combinaban poco con su bolso, y menos con el resto de su pinta. Sin embargo ella tenía la actitud, bailaba sentada, brindaba con la botella, cantaba las que se sabía y cada 5 canciones acumulaba coraje para bailar sola.
La Gorda, por otro lado, tenía como ventaja su discreta y combinada forma de vestir, además de la cara agraciada. Su punto en contra era la actitud parásita: sólo tomaba fotos de lo que hacían los otros en la discoteca y de vez en cuando le grababa videos a La Ñera en sus arranques de karaoke.
Debatiéndonos entre una y otra decidimos finalmente que el buen vestir está por encima del tamaño y Jorge se paró con toda su furia a sacarla a bailar. Para nuestra sorpresa, las rellenitas caderas se movían mejor de lo que parecía, y la pieza de baile dejó entrever su escondido entusiasmo: ella era una gorda, además de bien vestida, feliz.
Sin embargo la campaña de "todos bailando" terminó entusiasmando a más de los que yo esperaba: mientras veía sonriente a Jorge entre los brazos de su generosita de carnes, me di cuenta, con sorpresa, que era yo la única sentada en la mesa: mi pareja también había encontrado con quién hablar y ésta vez fui yo quien empezó a brindar con la botella.
Con tanto que he escuchado en estos días a gente decirme que van a votar por Santos porque va ganando, decidí que la salida de anoche era la fácil y por eso empecé mi campaña de “vaya baile, hombre… no sea bobo”.
Con el primero, la cosa fue sencilla porque él de una vez descartó la idea de bailar emparejado y optó por enrumbarse con su silla, haciendo los tradicionales pasos de sólo manos y sin piernas que muy bien sabe hacer el 80 por ciento de la comunidad rola.
Con ese descartado, mis energías se fueron para los otros dos. A la primera frase le agregué otras como “vino a aburrirse?” y “ni para qué le digo que bailemos, si a usted no le gusta como bailo yo, por calentana”.
Fue así como a los 15 minutos ya estaba Julián apapuchado con una flaca de blusa morada y axilas en proceso de descongelamiento, bailando con entusiasmo 'Hasta Abajo' (de Don Omar). A los cinco minutos, la vieja en cuestión estaba bailándose la segunda canción y ya se le veían los dientes y de vez en cuando se le escuchaba una carcajada.
No podía estar más feliz aquella pobre mujer de haber encontrado su parejo de la noche, porque prácticamente sólo lo devolvió a nuestra mesa cuando mis gritos desesperados lo invitaban a brindar por cosas banales.
Sin embargo con Jorge no fue tan sencillo todo. Le gustó una flaca amiga de la de morado, que bailaba siempre muy sonriente y tenía la actitud de ‘quiero conocer sujetos’, pero cuando por fin tenía el grado de alicoramiento suficiente para sacarla a bailar, salió a la luz la verdad: venía con un sujeto, y el baile solitario y entusiasmado era sólo una estrategia para seducirlo.
El panorama se puso gris. Había pocas mujeres disponibles y las disponibles no eran del agrado de Jorge. Empecé a desesperarme porque no me gustaba estar meneándolo con temas como ‘Rompe’ y verlo ahí en la mesa con su carita de ‘qué hago con toda esta churrez que tengo encima’ –churrez de churro-, en completa soledad.
Entonces me puse las gafas y arranqué con la búsqueda a fondo de posibles borreguitas para ese león casi dormido. Muy tarde me puse en labores, porque ya agarré a media discoteca vacía y las opciones se reducían a dos solitarias señoritas a quienes horas después apodamos La Ñera y La Gorda.
La primera no es que fuera ñera, realmente su problema fue que se puso la blusa indicada con la falda incorrecta y para completar se fue con unos tenis que combinaban poco con su bolso, y menos con el resto de su pinta. Sin embargo ella tenía la actitud, bailaba sentada, brindaba con la botella, cantaba las que se sabía y cada 5 canciones acumulaba coraje para bailar sola.
La Gorda, por otro lado, tenía como ventaja su discreta y combinada forma de vestir, además de la cara agraciada. Su punto en contra era la actitud parásita: sólo tomaba fotos de lo que hacían los otros en la discoteca y de vez en cuando le grababa videos a La Ñera en sus arranques de karaoke.
Debatiéndonos entre una y otra decidimos finalmente que el buen vestir está por encima del tamaño y Jorge se paró con toda su furia a sacarla a bailar. Para nuestra sorpresa, las rellenitas caderas se movían mejor de lo que parecía, y la pieza de baile dejó entrever su escondido entusiasmo: ella era una gorda, además de bien vestida, feliz.
Sin embargo la campaña de "todos bailando" terminó entusiasmando a más de los que yo esperaba: mientras veía sonriente a Jorge entre los brazos de su generosita de carnes, me di cuenta, con sorpresa, que era yo la única sentada en la mesa: mi pareja también había encontrado con quién hablar y ésta vez fui yo quien empezó a brindar con la botella.
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jueves, 17 de junio de 2010
Un país con bobera*
Por John Garzón
Hace unos días The New York Times publicó un nutrido reportaje sobre la ‘bobera’ que padecen los naturales de Yarumal, Angostura y veredales aledaños, en Antioquia. Así se refieren los nativos de la zona a los familiares y amigos que entre los 30 y 40 años de edad pierden la memoria y otras facultades cognitivas.
La investigación cuenta que estos pobladores tienen potenciado un gen que propicia el mal de Alzheimer, gen que paradójicamente también ayuda a la investigación de una posible cura para este padecimiento.
Sin embargo, según datos más recientes, la enfermedad degenerativa se ha disparado con alcances pandémicos no sólo en la región andina, donde inexplicablemente hay una cantidad alarmante de portadores, sino también en la Costa Atlántica y en el occidente del país, casi toda la geografía nacional. Y aunque las autoridades competentes han ocultado información al respecto, por temor a una histeria colectiva, en los últimos días se ha hecho más evidente el daño en la población.
El síntoma más claro del padecimiento es el apoyo masivo, que se palpa en las calles, a Juan Manuel Santos para que suceda a Álvaro Uribe en la Casa de Nariño. Muchos son reticentes a esta idea, pero la mayoría, el vox populi, cree en él como el heredero al trono del Emperador del Uberrimo, como él más indicado para llevar las riendas del país igual que el jinete anterior, bajo la consigna de la Unidad Nacional.
El desvarío es claro. No es normal y de gente sana olvidar que el dos por mil, que seguramente llegará a ser un cinco por mil, se dio cuando Juan Manuel era Ministro de Hacienda y Crédito Público en el gobierno de Andrés Pastrana. Como tampoco es de cuerdos elegir como mandatario a un indefinido político que desde su militancia en el Partido Liberal hasta el personalista conglomerado de La U, deja ver su incoherencia ideológica.
Pero el diagnóstico se pude calificar de demencial teniendo en cuenta que además está embolatada la memoria de corto plazo. Los gastados falsos positivos -que precisamente no olvidan los familiares de los estudiantes, albañiles y jugadores de ‘micro’ muertos en combate- y el irrespeto a la soberanía de países vecinos, son temas que el grueso de los enfermos de Colombia recuerdan vagamente o prefieren evitar.
Todo el territorio nacional tiene brotes de esta ‘bobera’, sin distinción de clase social o edad, con casos extremos en las provincias y ciudades pequeñas donde se encuentran los porcentajes más altos de adeptos al ex Ministro de Defensa, el mismo que volvió la seguridad una necesidad superior a otras como la salud y la educación, y que es la opción para que los patrones de las fincas sigan viajando por carreteras seguras.
Con este panorama y desde esta columna lo que busco es llamara la atención a la organización Mundial de la Salud y a todos los organismos internacionales para que atiendan este grave caso de desmemoria colectiva y al menos sea conocido en otras esferas para que no se repita, porque a estos enfermos no les queda otro camino que al sanatorio.
*Publicado en El Periódico bajo el título 'Un pueblo con Alzheimer'
martes, 15 de junio de 2010
La lesbiana de la familia
Por años mi familia creyó que yo era lesbiana. Me lo confesó mi primo Gustavo una vez que viajaba la familia en pleno desde Villeta a Manizales en un bus sin aire acondicionado.
Y es que todos juraban que yo era lesbiana porque no me conocieron novio sino hasta los 19 años y antes que eso yo todavía amaba las barbies y tenía desde entonces la aberración por ver igualdad de género hasta en la cantidad de comida que servían en los platos en navidades y año nuevo.
Hoy, años después de esa confesión, estoy segura que mi familia cree que no sólo soy bisexual sino además que no me voy a casar o que si me caso no voy a tener hijos.
Este blogazo es un llamado a hacer una polla sobre mi futuro. Hagan sus apuestas.
miércoles, 9 de junio de 2010
El inicio del fin de la frigidez futbolística
Prácticamente ya estamos en el Mundial de Fútbol, de eso no hay duda. Hoy más que nunca recuerdo las sabias palabras de Antanas Mockus diciéndome que había que lograr que la gente se sintiera tan feliz por el encuentro internacional de la pelota (las pelotas) o por las Olimpiadas de Matemáticas y pienso que si fueran las segundas, yo estaría más enredada entre términos de lo que estoy hoy.
Sin embargo este no va a ser un blogazo de queja por el Mundial, sino de queja a los hombres que han pasado por mi vida: primos, amigos, tíos, novios, amantes y hasta mi propio padre intentaron por décadas hacerme entender por qué ver a 22 tipos en shorts persiguiendo una pelota es tan verracamente emocionante.
Si, fui al estadio Palogrande con ustedes. Sí, grité gol con entusiasmo en el Hernán Ramírez Villegas. Si, no lo estoy negando, salté en El Campín desde la gramilla y con cámara al hombro apoyando al Nacional cuando los locales gritaban “provinciano a tu montaña”.
Perdónenme, fui hipócrita. La verdad es que no sentía nada: yo era una frígida futbolística.
Lo cierto es que a pesar de los suvenires que me compraron, de las camisetas de equipos que hasta hace poco guardé con cariño y las basuritas blancas que juntos tiramos en las más emocionantes finales del fútbol colombiano, yo nunca le encontré sentido a la seguida de la pelota, ni siquiera cuando los jugadores rebosaban en belleza, porque desde las graderías eso no ese nota tanto. (Fallaron ustedes, porque no le dieron a la comba).
Hasta ahora. No es que quienes intentan en la actualidad hacerme entender el fútbol sean diferentes a los anteriores, sino que se dieron cuenta que la estrategia para hacerme amar la fanaticada no está en la cancha, sino fuera de ella. Y tengo que aceptarlo: ahora me gusta un poco todo eso del encuentro cuerpo a cuerpo (aunque seamos sensatos, no me voy a sentar las 2.880 horas que dura el evento a ver los partidos).
¿Cómo lo lograron? Los dos amigos que están trabajando en el proyecto ‘Katy futbolera’ se dieron cuenta que a mí me gusta es el chisme político, la estrategia, el enredo detrás del telón y por ahí me atacaron.
Diego me dijo por ejemplo que nuestro equipo en la ‘Champions League’ es el Barcelona y no el Real Madrid porque el segundo era el financiado por el franquismo (la dictadura española), que persiguió mientras tuvo el poder a los países separatistas, incluido Cataluña. Por ese motivo, el Barcelona se convirtió en la representación de la oposición, del movimiento obrero.
Nos gusta además el Barcelona, me lo explicó John, porque fue el equipo que creyó en Leonel Messi, cuando nadie más pensaba que ese niño talentoso, pero con serios problemas de crecimiento, podía llegar a ser un buen jugador. Los empresarios del Barcelona lo vieron en Rosario, Argentina y decidieron llevárselo a hacerle tratamiento que costaba 900 dólares mensuales, cuando él tenía 13 años. Y ahora es el mejor jugador del mundo.
Nos gusta el fútbol brasileño más que el argentino porque los cariocas se lo toman todo como una fiesta de la pelota, parecen danzando en la cancha, se disfrutan cada jugada. Los argentinos, por el contario, llegan por defecto enojados a la cancha, pelean, gritan, se estresan, hacen del juego toda una tragedia.
John me enseñó que nuestro equipo bogotano es el Millonarios porque es el de tradición, el de los abuelos capitalinos y así ha sido transmitido por generaciones. En los años 50 fue el equipo que recibió a los grandes jugadores europeos que se quedaron sin trabajo por la crisis económica y ha seguido demostrando su buena forma de jugar, alegrona, apasionada, en todas las estrellas que se ha ganado (13).
Me enseñaron también que la disputa entre hombros y piernas sudorosas va más allá del poder del balón: es como la vida misma, donde la competencia es más rica cuando es más sana, cuando se hace en medio de risas y dramáticas caídas. El gol lo puede hacer sólo uno, pero sin el equipo completo hasta Messi sería más torpe que yo.
Por eso, y otros cientos de ejemplos, podré no saber cuándo es penalti y cuándo es tiro libre; les preguntaré una y mil veces lo del fuera de lugar y qué hacen los jueces de línea además de correr con esas banderitas como si hubieran acabado de salir del closet; y seguiré considerando exageradas las muestras de dolor de los jugadores, pero al menos por este año, no me voy a quejar del Mundial.
Sin embargo este no va a ser un blogazo de queja por el Mundial, sino de queja a los hombres que han pasado por mi vida: primos, amigos, tíos, novios, amantes y hasta mi propio padre intentaron por décadas hacerme entender por qué ver a 22 tipos en shorts persiguiendo una pelota es tan verracamente emocionante.
Si, fui al estadio Palogrande con ustedes. Sí, grité gol con entusiasmo en el Hernán Ramírez Villegas. Si, no lo estoy negando, salté en El Campín desde la gramilla y con cámara al hombro apoyando al Nacional cuando los locales gritaban “provinciano a tu montaña”.
Perdónenme, fui hipócrita. La verdad es que no sentía nada: yo era una frígida futbolística.
Lo cierto es que a pesar de los suvenires que me compraron, de las camisetas de equipos que hasta hace poco guardé con cariño y las basuritas blancas que juntos tiramos en las más emocionantes finales del fútbol colombiano, yo nunca le encontré sentido a la seguida de la pelota, ni siquiera cuando los jugadores rebosaban en belleza, porque desde las graderías eso no ese nota tanto. (Fallaron ustedes, porque no le dieron a la comba).
Hasta ahora. No es que quienes intentan en la actualidad hacerme entender el fútbol sean diferentes a los anteriores, sino que se dieron cuenta que la estrategia para hacerme amar la fanaticada no está en la cancha, sino fuera de ella. Y tengo que aceptarlo: ahora me gusta un poco todo eso del encuentro cuerpo a cuerpo (aunque seamos sensatos, no me voy a sentar las 2.880 horas que dura el evento a ver los partidos).
¿Cómo lo lograron? Los dos amigos que están trabajando en el proyecto ‘Katy futbolera’ se dieron cuenta que a mí me gusta es el chisme político, la estrategia, el enredo detrás del telón y por ahí me atacaron.
Diego me dijo por ejemplo que nuestro equipo en la ‘Champions League’ es el Barcelona y no el Real Madrid porque el segundo era el financiado por el franquismo (la dictadura española), que persiguió mientras tuvo el poder a los países separatistas, incluido Cataluña. Por ese motivo, el Barcelona se convirtió en la representación de la oposición, del movimiento obrero.
Nos gusta además el Barcelona, me lo explicó John, porque fue el equipo que creyó en Leonel Messi, cuando nadie más pensaba que ese niño talentoso, pero con serios problemas de crecimiento, podía llegar a ser un buen jugador. Los empresarios del Barcelona lo vieron en Rosario, Argentina y decidieron llevárselo a hacerle tratamiento que costaba 900 dólares mensuales, cuando él tenía 13 años. Y ahora es el mejor jugador del mundo.
Nos gusta el fútbol brasileño más que el argentino porque los cariocas se lo toman todo como una fiesta de la pelota, parecen danzando en la cancha, se disfrutan cada jugada. Los argentinos, por el contario, llegan por defecto enojados a la cancha, pelean, gritan, se estresan, hacen del juego toda una tragedia.
John me enseñó que nuestro equipo bogotano es el Millonarios porque es el de tradición, el de los abuelos capitalinos y así ha sido transmitido por generaciones. En los años 50 fue el equipo que recibió a los grandes jugadores europeos que se quedaron sin trabajo por la crisis económica y ha seguido demostrando su buena forma de jugar, alegrona, apasionada, en todas las estrellas que se ha ganado (13).
Me enseñaron también que la disputa entre hombros y piernas sudorosas va más allá del poder del balón: es como la vida misma, donde la competencia es más rica cuando es más sana, cuando se hace en medio de risas y dramáticas caídas. El gol lo puede hacer sólo uno, pero sin el equipo completo hasta Messi sería más torpe que yo.
Por eso, y otros cientos de ejemplos, podré no saber cuándo es penalti y cuándo es tiro libre; les preguntaré una y mil veces lo del fuera de lugar y qué hacen los jueces de línea además de correr con esas banderitas como si hubieran acabado de salir del closet; y seguiré considerando exageradas las muestras de dolor de los jugadores, pero al menos por este año, no me voy a quejar del Mundial.
martes, 1 de junio de 2010
Mi negocio de carritos sangucheros
Yo crecí viendo Laura en América, escuchando de polladas y carritos sangucheros, que siempre me sirvieron para hacer chistes de ese país lejano y pintoresco al que yo no iría jamás. Nunca pensé, sin embargo, que se vería como un paraíso ante la idea de un nuevo presidente, con ideas continuistas que yo, por supuesto, no comparto.
Me sorprendí a mí misma buscando en Google los famosos puestos callejeros, cotizando precios, buscando ofertas en Mercadolibre y me di cuenta que eso es lo que quiero. Por eso decidí que después del 7 de agosto me voy a Lima a trabajar en un carrito sanguchero.
Voy a vender los mejores sanguches que los limeños hayan probado en sus vidas. Me voy a poner camisetas pegadas y faldas corticas para llamar a más compradores y voy a ponerle énfasis al acento paisa para ser toda una sensación.
Me emociona la idea de aceptar invitaciones a salir de chicos limeños, no de los que se creen europeos, no; yo quiero de los locales, lo más típico que pueda encontrarme en la zona: que sean una copia chola de la pinta de poncho y sombrero que se ponen ahora los presidenciables colombianos. Me pone ansiosa la idea de verme bailando con ellos cumbias peruanas en polladas bailables, vistiendo de esas falditas popochas que se pone Wendy Sulca y pudiendo utilizar mi tradicional pasito de bailarina de orquesta ochentera de merengue. Estaré en mi salsa.
Cuando el negocio del carrito sanguchero prospere, tengo pensando delegar funciones e incursionar en un nuevo sector: voy a ser la mánayer a la Tigresa del Oriente. He estado escuchando algunos de sus éxitos y yo sé que esa mujer tiene futuro. La voy a poner a hablar en cuanta emisora nos reciba y para la televisión abriremos nuestras piernas y corazones como buenas gatas salvajes.
Le voy a proponer que le pongamos derechos de autor a ese gruñido que hace en medio de las canciones y lo comercializamos con la asesoría de JJ Rendón, quien para entonces será uno de los mejores pagados expertos en márqueting político (o de picardías musicales): haremos ring tones y propondremos cambiar el sonido del zumbido de messenger por el de la sexy peruana; además haremos dummis de la Tigresa y muñecas inflables para los menos mojigatos, y toda una línea de ropa con la firma de esa popular garra.
De pronto hasta hago una obra de buena fe, me animo y termino llamando a Noemí para que sea la que se encargue del carrito cuando yo me vaya a trabajar con la Tigresa. De todas formas las dos tenemos las mismas ganas y tendremos igual de cantidad de trabajo, cuando Santos sea presidente.
Me sorprendí a mí misma buscando en Google los famosos puestos callejeros, cotizando precios, buscando ofertas en Mercadolibre y me di cuenta que eso es lo que quiero. Por eso decidí que después del 7 de agosto me voy a Lima a trabajar en un carrito sanguchero.
Voy a vender los mejores sanguches que los limeños hayan probado en sus vidas. Me voy a poner camisetas pegadas y faldas corticas para llamar a más compradores y voy a ponerle énfasis al acento paisa para ser toda una sensación.
Me emociona la idea de aceptar invitaciones a salir de chicos limeños, no de los que se creen europeos, no; yo quiero de los locales, lo más típico que pueda encontrarme en la zona: que sean una copia chola de la pinta de poncho y sombrero que se ponen ahora los presidenciables colombianos. Me pone ansiosa la idea de verme bailando con ellos cumbias peruanas en polladas bailables, vistiendo de esas falditas popochas que se pone Wendy Sulca y pudiendo utilizar mi tradicional pasito de bailarina de orquesta ochentera de merengue. Estaré en mi salsa.
Cuando el negocio del carrito sanguchero prospere, tengo pensando delegar funciones e incursionar en un nuevo sector: voy a ser la mánayer a la Tigresa del Oriente. He estado escuchando algunos de sus éxitos y yo sé que esa mujer tiene futuro. La voy a poner a hablar en cuanta emisora nos reciba y para la televisión abriremos nuestras piernas y corazones como buenas gatas salvajes.
Le voy a proponer que le pongamos derechos de autor a ese gruñido que hace en medio de las canciones y lo comercializamos con la asesoría de JJ Rendón, quien para entonces será uno de los mejores pagados expertos en márqueting político (o de picardías musicales): haremos ring tones y propondremos cambiar el sonido del zumbido de messenger por el de la sexy peruana; además haremos dummis de la Tigresa y muñecas inflables para los menos mojigatos, y toda una línea de ropa con la firma de esa popular garra.
De pronto hasta hago una obra de buena fe, me animo y termino llamando a Noemí para que sea la que se encargue del carrito cuando yo me vaya a trabajar con la Tigresa. De todas formas las dos tenemos las mismas ganas y tendremos igual de cantidad de trabajo, cuando Santos sea presidente.
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