Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

jueves, 19 de noviembre de 2009

Ir a un motel en Bogotá


Este blogazo decidí escribirlo después de una noche de tertulia con una amiga que llamaremos 'Ana Lucía'. Lo escribí en primera persona a petición suya.

Compartir ascensor nunca había sido tan absolutamente desagradable.

No soy ni sería jamás una acérrima visitante de moteles. No podría serlo por una sencilla razón, y es que vivo sola desde hace rato, lo que necesariamente convierte a mi casa en el lugar por excelencia para consumar el acto.

Pero me llegaron dos experiencias al tiempo, la de ser amante (que dará para otro tema) y la de ir a un motel bogotano, al mismo tiempo.

Sin más avatares, el coqueteo que habíamos llevado durante todo el día y la semana, se convirtió en una invitación, de mi parte, a buscar el inconfundible “lugar más privado”. Él, por inercia tal vez, me dijo que conocía un sitio y nos dispusimos a ir. Gracias al pico y placa, tuvimos que tomar un bien sabido y genérico taxi y llegar al que sería nuestro aposento, prácticamente caminando.

Llegar como ciudadana de a pie no me generó mayores traumatismos. En últimas, caminar por la calle y meterse a un sitio con apariencia de hostal no debería generar contusiones.

Mi problema fue que el recepcionista se atrevió a mirarme a la cara y a saludarme con una sonrisa… ¡cómo se atreve!, pensé; ¿acaso no se da cuenta que podríamos ser vecinos, conocidos, incluso amigos?. Respondí a su amable saludo con una mirada de pánico, recordando con nostalgia a los prudentes vigilantes de moteles en Armenia y Cali, que esconden la mirada aunque uno la busque con insistencia.

Después de aclarar los detalles sobre el tamaño de la habitación, los accesorios y la música, caí en cuenta que estaba ante una propiedad horizontal, lo que significaba que había que compartir el modo de ascenso a la morada.

Una suerte de botones nos llevó hasta el ascensor, y enhorabuena que nos ha tocado compartirlo con otra pareja, tal vez más experimentada que yo porque no tenían mi cara de absoluto desagrado.

Imaginen la escena. El ascensor va subiendo lentamente, minuto a minuto, piso a piso. Los deseos de desfogar ánimos sexuales pululan en el ambiente, somos cuatro personas que bien podríamos ser conocidos, ser incluso las parejas legales de los otros, compartiendo un ascensor hacia un cuarto de motel.

El control

La encargada del piso nos llevó hasta la habitación indicada. En lugar de repetir la escena de las películas rosa, donde los atractivos protagonistas entran quitándose la ropa y tropezando con los muebles, la situación se vio más o menos como una película de suspenso.

Entré al cuarto explorando todo. El tamaño de los jabones, es igual que en Bucaramanga; las toallas son tan suaves como en Cali; el jacuzzi es un poco más grande que el de la última vez. Sin embargo encuentro con asombro un detalle inédito para mí: el control remoto está pegado a la pared. ¿Confían tan poco en mí que lo pegan con cemento?, pensé, sin adivinar que la parte estética y la confianza, serían nada comparadas con la incomodidad que genera estar acostado y cambiar el canal, como si se tratara de un interruptor eléctrico.

Luego vino la siguiente muestra de falta de cordialidad. No había yo logrado ponerme cómoda cuando la señorita que nos ubicó, también mirando con insistencia mi rostro, nos pasó la cuenta de cobro, y fue el momento fatal en que mi madre me vino al recuerdo, diciendo con todo y su voz de progenitora: “sólo el bus se paga por adelantado”.

2 comentarios:

  1. si tienes sexo como escribes mejor quédate sola en casa practicando masturbación.

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