Me decía Alan Jara, un día que nos estábamos tomando un tinto humeante para que nos bajara el calor, que para que un secuestrado se escapara y llegara vivo, necesitaba que se alinearan los planetas.
La reportera estrella de este blog, que acaba de chicanear que toma tinto con un ex secuestrado, se dedicó a buscar hechos reales que necesitaron alineación de planetas para que ocurrieran. La reportería incluso devino en observación participante, una muy dolorosa observación participante.
Ayer estaba en la oficina de prensa de Senado. Rodrigo Silva me había dado mi ya tradicional beso de saludo con la frase "hola, amiga de Facebook", Eduardo me había pedido la cuota de dulce, a la que casi nunca fallo y Germancito me había echado algún piropo de hermano mayor.
Me senté cerca del televisor y me dispuse a escribir. El entusiasmo por las letras me duró poco, porque no pude evitar concentrarme en el partido de fútbol que todos estaban viendo: un montón de negritos celebraban un gol de Colombia.
Esa fue la primera confabulación de los planetas, que me hizo pensar en la situación: el tipo con camiseta de Colombia se tropieza y el balón va entrando despacito y la tribuna de negros nigerianos gritan gol. Yo, que no disfruto ver el fútbol estaba viendo esa vergüenza de gol, para horas después leer en los periódicos que la sub17 había llevado a cabo un juego esplendoroso.
La segunda, que sucedió antes que la primera, me la contó Miguel Cáceres, roquero los fines de semana y periodista de Cancillería de lunes a viernes.
Estaba viendo otro partido de fútbol. Teniendo en mente que todavía podría ver a la Selección en Sudáfrica, celebró con tanto entusiasmo un gol que le hizo Colombia a Chile o Ecuador (no recuerdo), que su Iphone salió volando desde el bolsillo de la camisa directamente a estrellarse con el piso. No quedó nada de la pantalla touch, ni la entrada al Mundial.
Mis confabulaciones
La primera de las confabulaciones, que ocurrió antes de todas las anteriores temporalmente, me pasó a mí, después de haberme quedado dormida en una buseta desde el centro a la Floresta. Un frenazo de la buseta hizo que mi nariz se estrellara directamente con la silla de adelante: hace días no lloraba con tanto entusiasmo, ni aún picando la cebolla para los huevos en la mañana.
La otra, que ocurrió antes del gol y después del golpe al teléfono de Miguel, fue cuando me senté a escuchar a Sergio Fajardo. Primero me sentí muy estúpida porque ningún colega estaba cerca. Luego se me sentó al lado un sujeto que se me hacía conocido por alguna razón, pero a quien no podía relacionar con nadie. Después de un rato de análisis me di cuenta que estaba hablando con el hijo de Luis Eladio Pérez.
La verdad, me sentí muy tentada a preguntarle si le decía ‘mami’ a Ingrid, pero me pudo más el pudor. El tipo me habló con mucha confianza, hasta que le confesé mi profesión. Hasta ahí fui la amable asistente al evento de Fajardo: los planetas salieron corriendo de la confabulación y se llevaron con ellos al hijo de Pérez. Manada de cobardes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario