Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante

lunes, 30 de noviembre de 2009

Los besos apasionados

Nací en 1984. A cualquier persona eso podría parecerle una pendejada, pero no a mí. Haber nacido en 1984, en el 2009, no puede más que significar que he vivido en dos milenios distintos, tres décadas diferentes y cuando nací no se hablaba de calentamiento global.

Aún con ese montón de años encima, ad portas de verme ridícula por el sólo hecho de ser soltera, tengo que aceptar que me encantan los besos, especialmente los apasionados. Menos mal no me dio, en ese desespero de dejar atrás a mi propio Chávez, por irme a vivir a Medellín, no fuera yo a terminar en un conjunto cerrado donde los prohibieran a punta de carteles amenazantes donde me recordaran la moral de Santa Catalina Labouré.

Darse un buen beso apasionado, sin embargo, no es una vaina con la que todos los seres humanos fueron dotados. Para infortunio de muchos, el arte de mover los labios, la lengua y saber qué hacer con las manos, no le llegó a todos con gracia musical; a la gran masa de seres humanos del planeta les tocó dar besos de manera tradicional, besos que van a ser fácilmente olvidados.

Yo no soy una de esas (tampoco soy una de esas personas que nació para ser modesta). Estoy completamente segura que soy una excelente besadora, aunque no puedo asegurar que sea la más experimentada.

La primera vez que di un beso estaba ya bastante grande. Tenía 17 años y estaba, para sorpresa de muchos, con blusa ombliguera en una novillada. Había un sujeto, menor que yo, que me gustaba mucho. Entre baile y baile decidí dejar la bobada a un lado y le di su beso. Fue el primero y también la última vez que me dejé ver de él.

Ese beso lo recuerdo con especial cariño, porque es uno de los pocos que no he disfrutado. El chino, a diferencia mía, no era uno de los afortunados. Su boca era de las más comunes que he conocido en mi vida, además que no supo aprovechar mi entonces cabello liso y largo, ni tampoco las sandalias de tacón que estaba usando yo ese día.

Para la gente del común, la gran masa de besadores regulares, va este blogazo. Es una invitación a la resignación: si no nacieron con el don, seguramente no lo van a lograr a lo largo de sus vidas. No les voy a decir que practiquen, que se esmeren, que lo intenten, porque no tiene ningún sentido.

Pueden ustedes, que no serán afortunados salivarmente, dedicar los años que vienen a hacerle la vida imposible a personas como yo en bares, discotecas, restaurantes y conjuntos cerrados, separando los labios a diestra y siniestra.

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