Aunque desde 1992 tengo claro quién es el verdadero Niño Dios, medio clara su relación con Papa Noel y Santa Claus, y las razones por las que en Navidad la decoración de la casa es una mezcla de los dos personajes, me niego a dejar de pedirle cosas a ambos, a ver cuál de ellos se atreve a cumplirme los deseos de 24 de diciembre.
Apelando a las nuevas tecnología, no enviaré mi carta por Servientrega como en años anteriores sino que utilizaré mi blog para llegar a los tipos más platudos de la historia: espero que ya tengan banda ancha, para que les cargue mi sitio sin problemas. Aquí, mi carta al Niño Dios y Papá Noel, titulada:
A quien pueda interesar:
Buen día. Como nadie nunca aclaró que había una edad límite para mandarle cartas a los encargados de comprar, fabricar o fiar los regalos de Navidad, me dispongo, con mis 25 años, a enviarle un cordial saludo a los dos personajes históricamente encargados de este hecho y adjunto con él mi lista de regalos navideños.
Posdata: Ninguno es improrrogable.
- Quiero un buen compañero de baile. Me cansé de salir a bailar con malos bailarines. Toda la noche dando clases, que muévete para allá, que muévete para acá. Quiero un buen compañero de baile, con el que me quiera quedar moviendo la cadera de Señorita Valle toda la noche sin parar.
- Quiero montañas. Bogotá es muy bonita, si. En Bogotá hay mucho qué hacer sí. Pero también extraño mi época de gaminería montañera, quiero usar mi sleeping de cero grados y mi carpa de alta montaña. Ya estuvo bueno.
- Que no me molesten más por qué no me gusta el licor. Niño Dios, Papá Noel: necesito que me regalen como tres bultos de comprensión para darle a todos los que no entienden cómo puedo rumbiar toda la noche sin tomarme un trago de licor. Superémoslo señores, no me gusta y punto!
- La carne, la bendita carne. No me gusta, no la voy a comer, me gusta ser vegetariana y esto va a seguir siendo así hasta que ya no quiera serlo. Un bulto extra de comprensión.
- Las promesas de fin de año son para cumplirlas. Hace dos años prometo salir a patinar al amanecer y por mucho lo hago dos veces y en las noches. Voluntad, no mucha, pero la suficiente.
- Por último quiero pedirles que me aclaren cómo es el cuento de quién trae qué: un niño en pañales? Un abuelito? Cuál de los dos es el de los regalos realmente? Por qué la decoración navideña los tiene a los dos? Cuál es el verdadero multimillonario y cuál el infiltrado que se roba los créditos? Tienen alguna relación tipo abuelo-nieto? Santa Claus y Papá Noel son el mismo sujeto? Respuestas, quiero respuestas.
Katherine no conoce la vergüenza, la desidia, el decoro, la mojigatería y el achante
lunes, 21 de diciembre de 2009
jueves, 10 de diciembre de 2009
¡Voto en Blanco Presidente!
Tengo que confesar que hasta el 2007, a mi el cuento de las elecciones, de ir a votar, de hacer uso de mi ‘derecho democrático’, me parecía una excelente forma de perder el tiempo. Así las cosas, la confesión es que yo hacía parte de esa gran masa de colombianos jóvenes a quienes la política les vale, literalmente, ‘huevo’.
En el 2007, de cara a las elecciones a Alcalde y Gobernador en Pereira (en el país), haciendo yo parte del Comité Editorial del periódico de la universidad, me entusiasmé con la idea de hacer un especial pre-electoral. Entrevistamos a todos los candidatos, y a mí, por fortuna, me tocó hacerles el seguimiento a los dos más fuertes: la ex alcaldesa Martha Elena Bedoya (polémica por que acabó con algo así como el Cartucho de Pereira) y al que quedó electo, Israel Londoño.
La verdad es que los dos me parecían terribles candidatos, espantosos posibles alcaldes. Me habían dicho incluso que Londoño era cercano a Habib Merheg, y yo aunque sabía poco de él, lo poco que sabía no era pero para nada bueno.
Ese año no pude votar en Pereira porque no pude inscribir mi cédula, que estaba habilitada para los comicios de Santa Rosa de Cabal. Voté en el pueblo por cualquier candidato, incluso recuerdo que no me importó a quién marqué, sino que elegí a los que tenían el aval del Polo Democrático. Ninguno de los que recibieron mi sufragio ganaron, como era de esperarse.
Este año, de cara a las elecciones de 2009, la situación ha sido similar a la de esa época. Estoy cercana a los comicios por trabajo, soy mucho más consciente políticamente, he hablado con cada aspirante a la Presidencia y estoy cercana al Congreso, de donde van a salir casi todos los candidatos al Congreso del año entrante.
Sin embargo, al igual que el 2007, cuando voté por primera vez, y que al 2003, cuando pude votar pude haber participado pero no lo hice porque no me interesaba pero ni un poquito la situación, no podría elegir a un candidato a conciencia.
Podría votar por un buen candidato, y botar mi voto. Podría votar por un candidato con altas posibilidades de ganar, que no sea buen candidato. Podría votar por quien va a ganar, y hacer historia dándole mi aval a un Presidente 12 años en el poder.
Sin embargo, ante ese panorama tan desolador, una de las posibilidades que más me llama es la de darle el voto a ese fantasmita blanco que aparece en el tarjetón. Es el único a través del cual puedo hacerle un jalón de orejas a la política del país, porque ante ese abanico tan grande de candidatos, de todos, como dirían mis sabias abuelas, no se hace un caldo.
¡Voto en Blanco Presidente!
En el 2007, de cara a las elecciones a Alcalde y Gobernador en Pereira (en el país), haciendo yo parte del Comité Editorial del periódico de la universidad, me entusiasmé con la idea de hacer un especial pre-electoral. Entrevistamos a todos los candidatos, y a mí, por fortuna, me tocó hacerles el seguimiento a los dos más fuertes: la ex alcaldesa Martha Elena Bedoya (polémica por que acabó con algo así como el Cartucho de Pereira) y al que quedó electo, Israel Londoño.
La verdad es que los dos me parecían terribles candidatos, espantosos posibles alcaldes. Me habían dicho incluso que Londoño era cercano a Habib Merheg, y yo aunque sabía poco de él, lo poco que sabía no era pero para nada bueno.
Ese año no pude votar en Pereira porque no pude inscribir mi cédula, que estaba habilitada para los comicios de Santa Rosa de Cabal. Voté en el pueblo por cualquier candidato, incluso recuerdo que no me importó a quién marqué, sino que elegí a los que tenían el aval del Polo Democrático. Ninguno de los que recibieron mi sufragio ganaron, como era de esperarse.
Este año, de cara a las elecciones de 2009, la situación ha sido similar a la de esa época. Estoy cercana a los comicios por trabajo, soy mucho más consciente políticamente, he hablado con cada aspirante a la Presidencia y estoy cercana al Congreso, de donde van a salir casi todos los candidatos al Congreso del año entrante.
Sin embargo, al igual que el 2007, cuando voté por primera vez, y que al 2003, cuando pude votar pude haber participado pero no lo hice porque no me interesaba pero ni un poquito la situación, no podría elegir a un candidato a conciencia.
Podría votar por un buen candidato, y botar mi voto. Podría votar por un candidato con altas posibilidades de ganar, que no sea buen candidato. Podría votar por quien va a ganar, y hacer historia dándole mi aval a un Presidente 12 años en el poder.
Sin embargo, ante ese panorama tan desolador, una de las posibilidades que más me llama es la de darle el voto a ese fantasmita blanco que aparece en el tarjetón. Es el único a través del cual puedo hacerle un jalón de orejas a la política del país, porque ante ese abanico tan grande de candidatos, de todos, como dirían mis sabias abuelas, no se hace un caldo.
¡Voto en Blanco Presidente!
lunes, 30 de noviembre de 2009
Los besos apasionados
Nací en 1984. A cualquier persona eso podría parecerle una pendejada, pero no a mí. Haber nacido en 1984, en el 2009, no puede más que significar que he vivido en dos milenios distintos, tres décadas diferentes y cuando nací no se hablaba de calentamiento global.
Aún con ese montón de años encima, ad portas de verme ridícula por el sólo hecho de ser soltera, tengo que aceptar que me encantan los besos, especialmente los apasionados. Menos mal no me dio, en ese desespero de dejar atrás a mi propio Chávez, por irme a vivir a Medellín, no fuera yo a terminar en un conjunto cerrado donde los prohibieran a punta de carteles amenazantes donde me recordaran la moral de Santa Catalina Labouré.
Darse un buen beso apasionado, sin embargo, no es una vaina con la que todos los seres humanos fueron dotados. Para infortunio de muchos, el arte de mover los labios, la lengua y saber qué hacer con las manos, no le llegó a todos con gracia musical; a la gran masa de seres humanos del planeta les tocó dar besos de manera tradicional, besos que van a ser fácilmente olvidados.
Yo no soy una de esas (tampoco soy una de esas personas que nació para ser modesta). Estoy completamente segura que soy una excelente besadora, aunque no puedo asegurar que sea la más experimentada.
La primera vez que di un beso estaba ya bastante grande. Tenía 17 años y estaba, para sorpresa de muchos, con blusa ombliguera en una novillada. Había un sujeto, menor que yo, que me gustaba mucho. Entre baile y baile decidí dejar la bobada a un lado y le di su beso. Fue el primero y también la última vez que me dejé ver de él.
Ese beso lo recuerdo con especial cariño, porque es uno de los pocos que no he disfrutado. El chino, a diferencia mía, no era uno de los afortunados. Su boca era de las más comunes que he conocido en mi vida, además que no supo aprovechar mi entonces cabello liso y largo, ni tampoco las sandalias de tacón que estaba usando yo ese día.
Para la gente del común, la gran masa de besadores regulares, va este blogazo. Es una invitación a la resignación: si no nacieron con el don, seguramente no lo van a lograr a lo largo de sus vidas. No les voy a decir que practiquen, que se esmeren, que lo intenten, porque no tiene ningún sentido.
Pueden ustedes, que no serán afortunados salivarmente, dedicar los años que vienen a hacerle la vida imposible a personas como yo en bares, discotecas, restaurantes y conjuntos cerrados, separando los labios a diestra y siniestra.
Aún con ese montón de años encima, ad portas de verme ridícula por el sólo hecho de ser soltera, tengo que aceptar que me encantan los besos, especialmente los apasionados. Menos mal no me dio, en ese desespero de dejar atrás a mi propio Chávez, por irme a vivir a Medellín, no fuera yo a terminar en un conjunto cerrado donde los prohibieran a punta de carteles amenazantes donde me recordaran la moral de Santa Catalina Labouré.
Darse un buen beso apasionado, sin embargo, no es una vaina con la que todos los seres humanos fueron dotados. Para infortunio de muchos, el arte de mover los labios, la lengua y saber qué hacer con las manos, no le llegó a todos con gracia musical; a la gran masa de seres humanos del planeta les tocó dar besos de manera tradicional, besos que van a ser fácilmente olvidados.
Yo no soy una de esas (tampoco soy una de esas personas que nació para ser modesta). Estoy completamente segura que soy una excelente besadora, aunque no puedo asegurar que sea la más experimentada.
La primera vez que di un beso estaba ya bastante grande. Tenía 17 años y estaba, para sorpresa de muchos, con blusa ombliguera en una novillada. Había un sujeto, menor que yo, que me gustaba mucho. Entre baile y baile decidí dejar la bobada a un lado y le di su beso. Fue el primero y también la última vez que me dejé ver de él.
Ese beso lo recuerdo con especial cariño, porque es uno de los pocos que no he disfrutado. El chino, a diferencia mía, no era uno de los afortunados. Su boca era de las más comunes que he conocido en mi vida, además que no supo aprovechar mi entonces cabello liso y largo, ni tampoco las sandalias de tacón que estaba usando yo ese día.
Para la gente del común, la gran masa de besadores regulares, va este blogazo. Es una invitación a la resignación: si no nacieron con el don, seguramente no lo van a lograr a lo largo de sus vidas. No les voy a decir que practiquen, que se esmeren, que lo intenten, porque no tiene ningún sentido.
Pueden ustedes, que no serán afortunados salivarmente, dedicar los años que vienen a hacerle la vida imposible a personas como yo en bares, discotecas, restaurantes y conjuntos cerrados, separando los labios a diestra y siniestra.
viernes, 27 de noviembre de 2009
Videocumpleañeando
Pasadas las nueve de la noche, Andrés y Lula (a quienes llamaremos Los Rodrango) me recogieron en la casa para ir a comer. Ellos fueron los primeros en darse cuenta, a tres horas de terminado mi cumpleaños, de la indignación que me causó la falta de una voz de felicitación de algunos de mi más queridos amigos.
Les prometí que escribiría un blogazo de odio profundo por aquellos a quienes se les olvidó. Les diría punto a punto cómo me parecií a de dolorosamente irresponsable que no se hubieran tomado el trabajo de gastarse 40 segundos de su día para felicitarme. Pero fue entonces cuando recibí el regalo de Lula. Me hizo un video que aquí pongo a disposición de ustedes, con algunos de esos personajes que no fueron capaces de llamarme y por quienes estaba sintiendo yo un rencor de cumpleañera caprichosa.
Los adoro, los amo, los extraño todos los días. Si por mí fuera, los tendría muy cerca de mi casa siempre, para invitarlos a tomar tinto y hablar cháchara en las noches. Son ustedes los que me dan motivos para camellarle a la inteligencia todos los días.
PD: sería una verdadera pendejada de mi parte ponerme a hablar más sobre un video que sólo pudo dejarme SIN PALABRAS. (WC, su voz me llevó a El Aguacate).
Les prometí que escribiría un blogazo de odio profundo por aquellos a quienes se les olvidó. Les diría punto a punto cómo me parecií a de dolorosamente irresponsable que no se hubieran tomado el trabajo de gastarse 40 segundos de su día para felicitarme. Pero fue entonces cuando recibí el regalo de Lula. Me hizo un video que aquí pongo a disposición de ustedes, con algunos de esos personajes que no fueron capaces de llamarme y por quienes estaba sintiendo yo un rencor de cumpleañera caprichosa.
Los adoro, los amo, los extraño todos los días. Si por mí fuera, los tendría muy cerca de mi casa siempre, para invitarlos a tomar tinto y hablar cháchara en las noches. Son ustedes los que me dan motivos para camellarle a la inteligencia todos los días.
PD: sería una verdadera pendejada de mi parte ponerme a hablar más sobre un video que sólo pudo dejarme SIN PALABRAS. (WC, su voz me llevó a El Aguacate).
lunes, 23 de noviembre de 2009
Mi propio Chávez
Un día en el que decidí volverme su Presidente. Crónica de una relación poco diplomática.
Uno piensa que los improperios del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, no le van a tocar sino a través de los micrófonos, hasta que decide cambiarse de casa, irse a vivir al primer piso de un edificio de tres, que tiene patio central al que todos los vecinos tienen acceso a través de ventanas sin reja.
Es entonces cuando uno se convierte en el presidente Álvaro Uribe, el labrador de diez meses, en el acuerdo militar con Estados Unidos y la mejor amiga, en el canciller Jaime Bermúdez.
Los vecinos del segundo piso, del apartamento más grande de ese nivel, son indiscutiblemente Venezuela. La bebé de 11 meses de nacida es el armamento ruso, su madre es Chávez y el esposo, una mezcla entre Nicolás Maduro y Ramón Carrizales.
Las dos chicas del apartamento más pequeño son algo entre Bolivia y Perú, a ratos un poco más costeñas, pero siempre igual de ruidosas.
El tercer piso, por otro lado, es Ecuador. Con un solo apartamento, a ratos se ponen de lado de Chávez (la mamá del armamento ruso) y a ratos de Uribe (yo). La crisis con ellos, sin embargo, ya pasó por su peor momento y ya estamos a punto de reabrir embajadas: les prometimos no volver a bombardearlos por “error” (incursiones intempestivas del perro mojado a su casa) y ellos ya no quieren capturar a nuestros funcionarios (mis ex, el novio de mi Canciller).
La crisis con Venezuela, sin embargo, está en su peor momento. Me dicen todos los días, a través del dueño del edificio (Unasur) que si quiero restablecer las relaciones con ellos, debo desistir del acuerdo militar (mi perro), porque lo consideran una amenaza contra su territorio.
Yo, con mi terquedad característica, me niego a hacerlo, y les digo que es lo mismo que si yo les pidiera que desistieran del armamento ruso (su hija), porque me parece que en cualquier momento me van a causar problemas (llanto a media noche, gritos caprichosos temprano en la mañana, necesidades alimenticias no calmadas a cualquier hora del día).
A diferencia del Chávez original, mis bolivarianos ya pasaron de la guerra fría, a la frentera: en vista de que no he desistido del acuerdo militar, ahora pretenden envenenarlo: le tiran pedazos de carne, de chorizo, botones, monedas viejas.
Yo me niego a pelear. Le he dicho a mi Bermúdez que no diga nada en público; después de múltiples reuniones a la madrugada para fraguar cuál va a ser la estrategia a seguir, para proteger nuestro acuerdo militar, que desde ya, aunque es tan joven, nos ha salvado en esta lucha antidrogas (ladrones del sector), decidimos que la salida más diplomática con el país vecino será la evasión.
A diferencia de la Colombia original, Bermúdez y yo hemos decidido que es el momento de dejar la pelea y trasladar nuestra sede a otra, donde seamos mucho más felices y no tengamos que cohibirle la mordida al acuerdo con los gringos. La nueva morada, lejos de Chávez, augura ser un lugar radiante, lejos de las injurias del bolivariano, con el que nunca he podido tener decentes diálogos diplomáticos.
Uno piensa que los improperios del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, no le van a tocar sino a través de los micrófonos, hasta que decide cambiarse de casa, irse a vivir al primer piso de un edificio de tres, que tiene patio central al que todos los vecinos tienen acceso a través de ventanas sin reja.
Es entonces cuando uno se convierte en el presidente Álvaro Uribe, el labrador de diez meses, en el acuerdo militar con Estados Unidos y la mejor amiga, en el canciller Jaime Bermúdez.
Los vecinos del segundo piso, del apartamento más grande de ese nivel, son indiscutiblemente Venezuela. La bebé de 11 meses de nacida es el armamento ruso, su madre es Chávez y el esposo, una mezcla entre Nicolás Maduro y Ramón Carrizales.
Las dos chicas del apartamento más pequeño son algo entre Bolivia y Perú, a ratos un poco más costeñas, pero siempre igual de ruidosas.
El tercer piso, por otro lado, es Ecuador. Con un solo apartamento, a ratos se ponen de lado de Chávez (la mamá del armamento ruso) y a ratos de Uribe (yo). La crisis con ellos, sin embargo, ya pasó por su peor momento y ya estamos a punto de reabrir embajadas: les prometimos no volver a bombardearlos por “error” (incursiones intempestivas del perro mojado a su casa) y ellos ya no quieren capturar a nuestros funcionarios (mis ex, el novio de mi Canciller).
La crisis con Venezuela, sin embargo, está en su peor momento. Me dicen todos los días, a través del dueño del edificio (Unasur) que si quiero restablecer las relaciones con ellos, debo desistir del acuerdo militar (mi perro), porque lo consideran una amenaza contra su territorio.
Yo, con mi terquedad característica, me niego a hacerlo, y les digo que es lo mismo que si yo les pidiera que desistieran del armamento ruso (su hija), porque me parece que en cualquier momento me van a causar problemas (llanto a media noche, gritos caprichosos temprano en la mañana, necesidades alimenticias no calmadas a cualquier hora del día).
A diferencia del Chávez original, mis bolivarianos ya pasaron de la guerra fría, a la frentera: en vista de que no he desistido del acuerdo militar, ahora pretenden envenenarlo: le tiran pedazos de carne, de chorizo, botones, monedas viejas.
Yo me niego a pelear. Le he dicho a mi Bermúdez que no diga nada en público; después de múltiples reuniones a la madrugada para fraguar cuál va a ser la estrategia a seguir, para proteger nuestro acuerdo militar, que desde ya, aunque es tan joven, nos ha salvado en esta lucha antidrogas (ladrones del sector), decidimos que la salida más diplomática con el país vecino será la evasión.
A diferencia de la Colombia original, Bermúdez y yo hemos decidido que es el momento de dejar la pelea y trasladar nuestra sede a otra, donde seamos mucho más felices y no tengamos que cohibirle la mordida al acuerdo con los gringos. La nueva morada, lejos de Chávez, augura ser un lugar radiante, lejos de las injurias del bolivariano, con el que nunca he podido tener decentes diálogos diplomáticos.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Ir a un motel en Bogotá
Este blogazo decidí escribirlo después de una noche de tertulia con una amiga que llamaremos 'Ana Lucía'. Lo escribí en primera persona a petición suya.
Compartir ascensor nunca había sido tan absolutamente desagradable.
No soy ni sería jamás una acérrima visitante de moteles. No podría serlo por una sencilla razón, y es que vivo sola desde hace rato, lo que necesariamente convierte a mi casa en el lugar por excelencia para consumar el acto.
Pero me llegaron dos experiencias al tiempo, la de ser amante (que dará para otro tema) y la de ir a un motel bogotano, al mismo tiempo.
Sin más avatares, el coqueteo que habíamos llevado durante todo el día y la semana, se convirtió en una invitación, de mi parte, a buscar el inconfundible “lugar más privado”. Él, por inercia tal vez, me dijo que conocía un sitio y nos dispusimos a ir. Gracias al pico y placa, tuvimos que tomar un bien sabido y genérico taxi y llegar al que sería nuestro aposento, prácticamente caminando.
Llegar como ciudadana de a pie no me generó mayores traumatismos. En últimas, caminar por la calle y meterse a un sitio con apariencia de hostal no debería generar contusiones.
Mi problema fue que el recepcionista se atrevió a mirarme a la cara y a saludarme con una sonrisa… ¡cómo se atreve!, pensé; ¿acaso no se da cuenta que podríamos ser vecinos, conocidos, incluso amigos?. Respondí a su amable saludo con una mirada de pánico, recordando con nostalgia a los prudentes vigilantes de moteles en Armenia y Cali, que esconden la mirada aunque uno la busque con insistencia.
Después de aclarar los detalles sobre el tamaño de la habitación, los accesorios y la música, caí en cuenta que estaba ante una propiedad horizontal, lo que significaba que había que compartir el modo de ascenso a la morada.
Una suerte de botones nos llevó hasta el ascensor, y enhorabuena que nos ha tocado compartirlo con otra pareja, tal vez más experimentada que yo porque no tenían mi cara de absoluto desagrado.
Imaginen la escena. El ascensor va subiendo lentamente, minuto a minuto, piso a piso. Los deseos de desfogar ánimos sexuales pululan en el ambiente, somos cuatro personas que bien podríamos ser conocidos, ser incluso las parejas legales de los otros, compartiendo un ascensor hacia un cuarto de motel.
El control
La encargada del piso nos llevó hasta la habitación indicada. En lugar de repetir la escena de las películas rosa, donde los atractivos protagonistas entran quitándose la ropa y tropezando con los muebles, la situación se vio más o menos como una película de suspenso.
Entré al cuarto explorando todo. El tamaño de los jabones, es igual que en Bucaramanga; las toallas son tan suaves como en Cali; el jacuzzi es un poco más grande que el de la última vez. Sin embargo encuentro con asombro un detalle inédito para mí: el control remoto está pegado a la pared. ¿Confían tan poco en mí que lo pegan con cemento?, pensé, sin adivinar que la parte estética y la confianza, serían nada comparadas con la incomodidad que genera estar acostado y cambiar el canal, como si se tratara de un interruptor eléctrico.
Luego vino la siguiente muestra de falta de cordialidad. No había yo logrado ponerme cómoda cuando la señorita que nos ubicó, también mirando con insistencia mi rostro, nos pasó la cuenta de cobro, y fue el momento fatal en que mi madre me vino al recuerdo, diciendo con todo y su voz de progenitora: “sólo el bus se paga por adelantado”.
martes, 17 de noviembre de 2009
Felizmente chiviada
Contrario a lo que podría esperarse, no amanecí felizmente chiviada hoy por el tema del certamen nacional de la belleza. Lula llegó a la una de la mañana de su regular turno de trabajo de los domingos cada quince días, y me dijo quién había ganado el reinado.
Yo, medio dormida, sentí que no había escuchado nada y me hice la loca con el tema. Sin embargo, mi bandeja de entrada hoy me recibió con un mensaje totalmente inesperado, por parte de una de mis lectoras, en el que me informaba debidamente del tema, y me anunciaba que Bolívar, como todos esperaban, era la ganadora del concurso.
Yo ya lo sabía, no sólo por el anuncio de Lula, sino también por la portada de El Tiempo que vi mientras desayunaba. La nueva "cabezona" de la belleza aparecía con un vestido morado, muy sonriente, recibiendo la corona de manos de la pelicortica Michelle Rouillard, quien se veía realmente enana ante dos metros Navarro.
La Señorita Valle, como era caderosamente predecible, no quedó de nada. Contrario a lo que yo esperaba, en defensa de todas las caderonas del país, Valle no se puso un vestido pegado, que le dejara ver la cola en todo su esplendor, y prefirió algo holgado, para disimular su gordurita. Ya decidí que no voy a entutelar a nadie para entrar a ese concurso, no vaya a ser que salga acomplejada.
El tema de hoy, por otro lado, no girará en torno a las medidas de las reinas, sino a los cerebros que tienen. Hemos tenido no pocas discusiones con Lula sobre los niveles de conocimiento que debe manejar una reina y siempre llegamos a la misma conclusión, después de dar un viaje por todas las opciones: no deberían preguntarles nada.
No tiene sentido que les hagan preguntas que finalmente ellas responderán de manera deficiente. Y no deberían hacerlo porque están en un certamen de belleza, no en examen de coeficiente intelectual. Las misses que están ahí se han pasado los últimos años de su vida enfocándose en su cuerpo, no entiendo la verdad por qué nos empeñamos en que a última hora también parezcan inteligentes.
Todas están en la universidad, algunas (muchas) estudiando incluso carreras mucho más complejas que la que yo estudié. Pero eso no es garantía de inteligencia. Tengo excompañeros (as) de clase que todavía me preguntan si los ministros son elegidos por voto popular o si un paramilitar es miembro de la guerrilla.
Como decían en una serie de los 90, dejémonos de vainas. Dejemos de exigirles que sean bonitas e inteligentes y más bien entonces partamos el reinado en dos: por un lado las niñas pilas, dispuestas a responder cualquier pregunta; y por otro, las bonitas, puestas ahí para que lo sean y ya.
Les adjunto la carta que me llegó al correo.
Querida Bloggeera de CORAZÓN
Asumo que no pasaste ni por el canal del reinado. A mí sí me tocó, por trabajo y por curiosear a ver si la señorita Valle quedaba de algo.
Obvio que no quedó, ni su vestido negro ‘sueltico’ le escondió la cadera. Creo que al final ella no era tan poco acomplejada…
El caso compañera es que es necesario que te hagas un blog sobre ese esperpento de acto!!!
“No les deberían preguntar nada. Qué oso!!!!!”, dijo mi jefe y tiene razón. Una dijo q no le cambiaría nada a los hombres porque así eran perfectos!!! (Si fuera Dios) la otra dijo que a las mujeres les dejaría educación (nos dijo maleducadas) que para tener un hogar fuerte ….la otra insinúo que los extranjeros deberían venir al país por las reinas...(sonó proxeneta y todo), por la gente y los mares…
De las otras prefiero no acordarme la verdad….
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Cadera Real
Soy una gordita. Frank Solano le dijo ‘gordita’ a la Señorita Valle por tener 102 centímetros de cadera y yo los tengo, entonces soy una gordita.
El proceso para aceptar que lo soy, llegó después de que, tras un almuerzo con ‘Jorge’, él me hiciera prometerle que iba a hacer abdominales diariamente de ahora en adelante, por considerar que el sobrante de mi estómago le restaba todo lo sexi al escote del vestido morado.
Con todo y trauma el resto del día no pude comer más. Llegué a la casa sobre las diez de la noche, con disposición de salir a patinar para bajarle a la barriga, me puse los pantalones de correr y agarré al Marrón, ambos dispuestos a dejar atrás nuestras vidas con panza.
Fue entonces, justo antes de ponerme el primer patín, que vi el metro rosado de Lula sobre mi Biblia. Para ser sincera, que estuviera el metro rosado sobre mi Biblia rosada, me pareció un mandato divino. Lo agarré entonces y aprovechando que tenía ropa para hacer ejercicio, tomé el metro y examiné las posibilidades: saber cuánto mide en pulgadas o en centímetros. Qué dilema.
Al ‘tin marín’ decidí que sería en centímetros. Rodeé mi cuerpo con el plástico rosado, y empecé a buscar el centímetro en el que se detendría, en el que frenaría sin sentir que me estaba apretando, dejarlo suelto como si me estuvieran tomando medidas para hacerme un vestido de cumpleaños, como en los tiempos de vivir con mi mamá.
La verdad es que para mí fue una sorpresa feliz darme cuenta que mi cadera mide lo mismo que la de la Señorita Valle. Fue feliz el momento en que me enteré que también yo soy una gordita, y que probablemente me tocará poner una tutela para participar en el Concurso Nacional de Belleza.
Me declaro feliz de poder comer pan, por hacer locha comiendo Detodito Mix y chocolatina, por quedarme a dormir hasta tarde sin necesidad de pensar en el gimnasio. Amo mi cadera de Señorita Valle.
Una foto en la que se me ve mi cadera, el último día que vi a mi amada Violeta.
Nota: este blogazo se llamaba 'cadera de Señorita Valle'. Sin embargo, la última adquisición fotográfica de El Periódico, Felipe Rincón, me recomendó este otro título cuando íbamos para una entrevista. Me pareció mucho más inteligente.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Estar enamorado es....
Mi mamá tenía la maña de escuchar música para aplanchar en escenarios variados, por ejemplo, mientras me hacía el almuerzo o cuando se bañaba: a todo pulmón los temas de Abba, Raphael, Miriam Hernández, Pimpinela, los Bukis, Yuri, Ana Gabriel, Daniela Romo y Juan Gabriel.
Por ese motivo las canciones de plancha todavía acompañan diferentes momentos de mi vida, salen como soundtrack de mi cabeza en cualquier momento. Hoy, por ejemplo, escuché de fondo 'estar enamorado es' de Raphael, mientras 'Jorge' me entregaba el regalo que me trajo de su último viaje: dos manillas.
No estoy enamorada de él, ni más faltaba. Pero ver a un hombre que regularmente es tan 'Grinch' conmigo, haber pensado en traerme un regalo después de no pocos kilómetros de viaje, aún después de ni haberme llamado, de haberse olvidado de mí durante toda esta aventura, fue una experiencia profundamente "enamoradora".
Homenaje a 'Jorge'. Perdón por no haber terminado la historia de sus zapatos.
Por ese motivo las canciones de plancha todavía acompañan diferentes momentos de mi vida, salen como soundtrack de mi cabeza en cualquier momento. Hoy, por ejemplo, escuché de fondo 'estar enamorado es' de Raphael, mientras 'Jorge' me entregaba el regalo que me trajo de su último viaje: dos manillas.
No estoy enamorada de él, ni más faltaba. Pero ver a un hombre que regularmente es tan 'Grinch' conmigo, haber pensado en traerme un regalo después de no pocos kilómetros de viaje, aún después de ni haberme llamado, de haberse olvidado de mí durante toda esta aventura, fue una experiencia profundamente "enamoradora".
Homenaje a 'Jorge'. Perdón por no haber terminado la historia de sus zapatos.
viernes, 6 de noviembre de 2009
La confabulación de los planetas
Me decía Alan Jara, un día que nos estábamos tomando un tinto humeante para que nos bajara el calor, que para que un secuestrado se escapara y llegara vivo, necesitaba que se alinearan los planetas.
La reportera estrella de este blog, que acaba de chicanear que toma tinto con un ex secuestrado, se dedicó a buscar hechos reales que necesitaron alineación de planetas para que ocurrieran. La reportería incluso devino en observación participante, una muy dolorosa observación participante.
Ayer estaba en la oficina de prensa de Senado. Rodrigo Silva me había dado mi ya tradicional beso de saludo con la frase "hola, amiga de Facebook", Eduardo me había pedido la cuota de dulce, a la que casi nunca fallo y Germancito me había echado algún piropo de hermano mayor.
Me senté cerca del televisor y me dispuse a escribir. El entusiasmo por las letras me duró poco, porque no pude evitar concentrarme en el partido de fútbol que todos estaban viendo: un montón de negritos celebraban un gol de Colombia.
Esa fue la primera confabulación de los planetas, que me hizo pensar en la situación: el tipo con camiseta de Colombia se tropieza y el balón va entrando despacito y la tribuna de negros nigerianos gritan gol. Yo, que no disfruto ver el fútbol estaba viendo esa vergüenza de gol, para horas después leer en los periódicos que la sub17 había llevado a cabo un juego esplendoroso.
La segunda, que sucedió antes que la primera, me la contó Miguel Cáceres, roquero los fines de semana y periodista de Cancillería de lunes a viernes.
Estaba viendo otro partido de fútbol. Teniendo en mente que todavía podría ver a la Selección en Sudáfrica, celebró con tanto entusiasmo un gol que le hizo Colombia a Chile o Ecuador (no recuerdo), que su Iphone salió volando desde el bolsillo de la camisa directamente a estrellarse con el piso. No quedó nada de la pantalla touch, ni la entrada al Mundial.
Mis confabulaciones
La primera de las confabulaciones, que ocurrió antes de todas las anteriores temporalmente, me pasó a mí, después de haberme quedado dormida en una buseta desde el centro a la Floresta. Un frenazo de la buseta hizo que mi nariz se estrellara directamente con la silla de adelante: hace días no lloraba con tanto entusiasmo, ni aún picando la cebolla para los huevos en la mañana.
La otra, que ocurrió antes del gol y después del golpe al teléfono de Miguel, fue cuando me senté a escuchar a Sergio Fajardo. Primero me sentí muy estúpida porque ningún colega estaba cerca. Luego se me sentó al lado un sujeto que se me hacía conocido por alguna razón, pero a quien no podía relacionar con nadie. Después de un rato de análisis me di cuenta que estaba hablando con el hijo de Luis Eladio Pérez.
La verdad, me sentí muy tentada a preguntarle si le decía ‘mami’ a Ingrid, pero me pudo más el pudor. El tipo me habló con mucha confianza, hasta que le confesé mi profesión. Hasta ahí fui la amable asistente al evento de Fajardo: los planetas salieron corriendo de la confabulación y se llevaron con ellos al hijo de Pérez. Manada de cobardes.
La reportera estrella de este blog, que acaba de chicanear que toma tinto con un ex secuestrado, se dedicó a buscar hechos reales que necesitaron alineación de planetas para que ocurrieran. La reportería incluso devino en observación participante, una muy dolorosa observación participante.
Ayer estaba en la oficina de prensa de Senado. Rodrigo Silva me había dado mi ya tradicional beso de saludo con la frase "hola, amiga de Facebook", Eduardo me había pedido la cuota de dulce, a la que casi nunca fallo y Germancito me había echado algún piropo de hermano mayor.
Me senté cerca del televisor y me dispuse a escribir. El entusiasmo por las letras me duró poco, porque no pude evitar concentrarme en el partido de fútbol que todos estaban viendo: un montón de negritos celebraban un gol de Colombia.
Esa fue la primera confabulación de los planetas, que me hizo pensar en la situación: el tipo con camiseta de Colombia se tropieza y el balón va entrando despacito y la tribuna de negros nigerianos gritan gol. Yo, que no disfruto ver el fútbol estaba viendo esa vergüenza de gol, para horas después leer en los periódicos que la sub17 había llevado a cabo un juego esplendoroso.
La segunda, que sucedió antes que la primera, me la contó Miguel Cáceres, roquero los fines de semana y periodista de Cancillería de lunes a viernes.
Estaba viendo otro partido de fútbol. Teniendo en mente que todavía podría ver a la Selección en Sudáfrica, celebró con tanto entusiasmo un gol que le hizo Colombia a Chile o Ecuador (no recuerdo), que su Iphone salió volando desde el bolsillo de la camisa directamente a estrellarse con el piso. No quedó nada de la pantalla touch, ni la entrada al Mundial.
Mis confabulaciones
La primera de las confabulaciones, que ocurrió antes de todas las anteriores temporalmente, me pasó a mí, después de haberme quedado dormida en una buseta desde el centro a la Floresta. Un frenazo de la buseta hizo que mi nariz se estrellara directamente con la silla de adelante: hace días no lloraba con tanto entusiasmo, ni aún picando la cebolla para los huevos en la mañana.
La otra, que ocurrió antes del gol y después del golpe al teléfono de Miguel, fue cuando me senté a escuchar a Sergio Fajardo. Primero me sentí muy estúpida porque ningún colega estaba cerca. Luego se me sentó al lado un sujeto que se me hacía conocido por alguna razón, pero a quien no podía relacionar con nadie. Después de un rato de análisis me di cuenta que estaba hablando con el hijo de Luis Eladio Pérez.
La verdad, me sentí muy tentada a preguntarle si le decía ‘mami’ a Ingrid, pero me pudo más el pudor. El tipo me habló con mucha confianza, hasta que le confesé mi profesión. Hasta ahí fui la amable asistente al evento de Fajardo: los planetas salieron corriendo de la confabulación y se llevaron con ellos al hijo de Pérez. Manada de cobardes.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Los tiempos de escaladora
Encontré en mi correo esta crónica, que escribí hace por lo menos un año y medio. La monto a pedazos y espero también, fragmentados comentarios al respecto.
Primero me conseguí al amigo: se llama Javier, es escalador y montañista apasionado, de los que ve un frailejón aporreado y deja entrever en sus ojos un brillo lloroso, que genera un sentimiento como de solidaridad en quien lo mira. Después de conocido Javier, era cuestión de tiempo visitar junto a él y su equipo Carburando, una de tantas montañas colombianas. Su favorita en particular es el Volcán Nevado del Tolima, en Ibagué, donde entrenan muchos de los colombianos que luego visitan el Everest.
Con más de una decena de horas de camino por delante, y como un quiz sorpresa, me dice que vayamos, que el camino es duro, que hay muchas cascadas y que en la segunda parte del camino hay raíces a manera de escalones; como postre me ofrece escalar en nieve, con crampones y piolet (garras y martillo afilado). Y yo, enamorada eterna de la montaña, digo que si, apelando a mi voluntad de puta, en el buen sentido: escaparme un poco de mi realidad de provinciana-citadina.
Llegó finalmente el día en que la promesa se hizo tangible. Pasaron tres o cuatro horas de sueño en un bus hacia Ibagué, donde hace calor pero no a la madrugada, y menos cuando se tiene que esperar al tercer elemento del viaje: un chico rasta con el cabello hasta la cintura, escritor de algunos de los cuentos cortos más conmovedores que he leído en mi vida y que responde, entre muchos otros, al nombre de Felipe.
Felipe llega a eso de las nueve de la mañana, cuando daba yo el último mordisco a mi empanada trasnochada y grasosa de terminal. Dos horas después, y con el constante olor a leche fresca, despertaba ya de un sueño empedrado cerca de El Silencio, desde donde mis pies, estrenando botas moradas, debían prepararse para las en extremo agitadas horas de camino que los esperaban.
En el Rancho, que nos sirvió de casa durante dos noches intermitentes, nos recibe con sonrisas Paula, hija de los agregados nuevos, y que, por la lejanía de su hogar en medio de un maravilloso cañón, cuenta con amigos sólo cuando intrépidos turistas se atreven a desafiar lo escarpado de la montaña. Debe tener unos seis años, y disfruta mucho de las lentes de las cámaras.
A la mañana siguiente, madrugando como buen guerrero, trepo mi maleta al hombro: me quedó un poco mal empacada, la espalda se asemeja a una esfera imperfecta, pero no me quejo. Si estoy en la montaña, nada en puede afectar ese sentimiento de felicidad.
Cuando el cansancio me acosa pienso en una canción de plancha o en una de con aires pop, me imagino bailando con mi disfraz de Olivia en la casa de alguna amiga de la adolescencia, y así van pasando frente a mis rodillas levemente lastimadas todas las maravillas de Raíces, Tierra de Gigantes y Piedras Lisas.
Cada tramo del camino apela a la mínima abstracción: Raíces pareciera un complot de la montaña, donde todos los árboles buscaron arraigarse al inicio de esta, y bajaron sus interminables tentáculos para evitar que lo más flojo de la ciudad disfrute de lo que viene más arriba. Tierra de gigantes es un pequeño premio para quienes superaron triunfantes la escalada inicial: hojas de árboles que doblan en tamaño a todo aquel que se atreva a mirarlas, árboles que confunden sus copas con los rayos del sol y troncos caídos que sacrificaron sus vidas para que otros se alimenten de ellos. Piedras lisas es el gran patinódromo, imagino aquí a los riachuelos agarrados con fuerza de las piedras, para desafiar a las botas que se jactan de tener suelas antideslizantes.
lunes, 2 de noviembre de 2009
Ya sé por quién voy a votar
Después de haber salido a almorzar con alguien a quien llamaremos 'Gilberto', me di cuenta de que va a ocurrir lo indeseable, lo inevitable: voy a votar por Uribe.
La conclusión salió después de una búsqueda por varias cuadras en la Floresta, de un lugar decente para almorzar. Trabajamos en una zona industrial, lo que hace inevitable que un lunes festivo los almorzaderos tradicionales, en donde ya saben que yo no como carne y donde me dicen 'mamita', estén cerrados.
Los fines de semana, por esa razón, siempre prometemos traer almuerzo. Nunca lo hacemos. Con Gilberto tenemos la misma discusión cada fin de semana, porque hay un restaurante horrible donde la comida es pegajosa, grasosa, medio babosa también. Él se niega a entrar, yo insisto; luego yo me niego, él insiste, y finalmente terminamos entrando los dos.
Hoy estábamos hablando sobre el futuro. Íbamos incluso por la calle cantando canciones para subir el ánimo y hablando mal de los amigos que tenemos que disfrutan de las depresivas canciones de 'Camila' o 'Sin Bandera'. Ese sentimiento que debió habérsenos pegado por lo del aniversario de la caída del Muro de Berlín, nos hizo también prometernos que este fin de semana, al fin, no comeríamos en aquel restaurante horrible.
Dimos vueltas por un lado, por el otro. Preguntamos a los vecinos, indagamos desde los andenes y nada. Después de por lo menos 20 minutos tras el restaurante ideal para un lunes festivo, nos dimos cuenta que tendríamos que ir, por falta de propuestas mejores, al consabido restaurante de la comida no grata.
Cuando iba entrando me llegó un frío de muerte: a pesar de mis buenas intenciones, la cosa se quedó ahí por falta de opciones. Terminé almorzando la comida que tanto he criticado y lo peor, me supo bien a fin de cuentas. Relacioné el evento de inmediato con la segunda reelección: a falta de propuestas puedo estar votando por la opción más fácil de encontrar: Álvaro Uribe Vélez, el mismo que nos pidió dejar el "gustico" para el momento del matrimonio.
Gilberto, por su parte, me dijo que votaría por Petro. Espero que no lo haya relacionado con el plátano a medio asar.
**Nunca -a diferencia de otros ahora 'antiuribistas'- he votado por Uribe y hasta el momento prefiero dejar de ejercer mi derecho, a cometer semejante despilfarro de "democracia".
Enseñanza de hermana mayor. La copio tal cual me llegó:
una vez en mi casa había una guaca enterrada...es cierto, mi nona contó esa historia mil veces. Cuando le pegaban al suelo retumbaba la caja entre la tierra, mientras más se le pegaba al piso, la caja se hacía más cercana...hasta q una muchacha q mi nona tenia se subió a la escalera y dijo: allí no hay ninguna hp guaca, lo q hay es mierda...acto seguido, la guaca desapareció...como si la caja se hubiese desvanecido...moraleja: las cosas que en la vida son mágicas y son retos, son un acto de fe total...
así q no vuelva a decir estupidecesssssssssssssssssssssssssssssssss (Lula)
La conclusión salió después de una búsqueda por varias cuadras en la Floresta, de un lugar decente para almorzar. Trabajamos en una zona industrial, lo que hace inevitable que un lunes festivo los almorzaderos tradicionales, en donde ya saben que yo no como carne y donde me dicen 'mamita', estén cerrados.
Los fines de semana, por esa razón, siempre prometemos traer almuerzo. Nunca lo hacemos. Con Gilberto tenemos la misma discusión cada fin de semana, porque hay un restaurante horrible donde la comida es pegajosa, grasosa, medio babosa también. Él se niega a entrar, yo insisto; luego yo me niego, él insiste, y finalmente terminamos entrando los dos.
Hoy estábamos hablando sobre el futuro. Íbamos incluso por la calle cantando canciones para subir el ánimo y hablando mal de los amigos que tenemos que disfrutan de las depresivas canciones de 'Camila' o 'Sin Bandera'. Ese sentimiento que debió habérsenos pegado por lo del aniversario de la caída del Muro de Berlín, nos hizo también prometernos que este fin de semana, al fin, no comeríamos en aquel restaurante horrible.
Dimos vueltas por un lado, por el otro. Preguntamos a los vecinos, indagamos desde los andenes y nada. Después de por lo menos 20 minutos tras el restaurante ideal para un lunes festivo, nos dimos cuenta que tendríamos que ir, por falta de propuestas mejores, al consabido restaurante de la comida no grata.
Cuando iba entrando me llegó un frío de muerte: a pesar de mis buenas intenciones, la cosa se quedó ahí por falta de opciones. Terminé almorzando la comida que tanto he criticado y lo peor, me supo bien a fin de cuentas. Relacioné el evento de inmediato con la segunda reelección: a falta de propuestas puedo estar votando por la opción más fácil de encontrar: Álvaro Uribe Vélez, el mismo que nos pidió dejar el "gustico" para el momento del matrimonio.
Gilberto, por su parte, me dijo que votaría por Petro. Espero que no lo haya relacionado con el plátano a medio asar.
**Nunca -a diferencia de otros ahora 'antiuribistas'- he votado por Uribe y hasta el momento prefiero dejar de ejercer mi derecho, a cometer semejante despilfarro de "democracia".
Enseñanza de hermana mayor. La copio tal cual me llegó:
una vez en mi casa había una guaca enterrada...es cierto, mi nona contó esa historia mil veces. Cuando le pegaban al suelo retumbaba la caja entre la tierra, mientras más se le pegaba al piso, la caja se hacía más cercana...hasta q una muchacha q mi nona tenia se subió a la escalera y dijo: allí no hay ninguna hp guaca, lo q hay es mierda...acto seguido, la guaca desapareció...como si la caja se hubiese desvanecido...moraleja: las cosas que en la vida son mágicas y son retos, son un acto de fe total...
así q no vuelva a decir estupidecesssssssssssssssssssssssssssssssss (Lula)
domingo, 1 de noviembre de 2009
Las canciones ñeras que me gustan
La foto es del sitio donde uno puede escuchar estas y otras canciones, siendo universitario, en Pereira. Punto de encuentro entre el conocimiento, el despecho y la ñerada.
Para ambientar la escritura de este artículo, tengo como musicalización una de mis canciones de despecho favoritas: 'Querida' de Juan Gabriel. (Acepto que lo escribo porque Jonhy Rivera, uno de mis ídolos en este sentido, me mandó saludes).
Ni aunque quisiera echarme de enemigas a todas las mujeres que se hicieron madres a principios de los ochenta, podría decir yo que Juan Gabriel es un hombre ordinario o, peor aún, ñero.
Sin embargo, con una canción que dice "mira mi soledad, que no me sienta nada bien", el buen bailarín de Juan Gabriel sí queda a la par de otras canciones (éstas sí) ñeras, unidos todos por el género de despecho.
El despecho está tan subvalorado, dejado a los más llevados de la ciudad, que a veces siento que me lastima que las cosas sean así: a los que carecen de clase, dirán unos; a los fracasados en el amor, dirán otros; a los que gustan de beber hasta perder la conciencia, asegurarán otros más.
Pero yo seré hoy -tal vez no mañana, tal vez no en un mes- la redentora de este género, al que considero una rica fuente de canciones para aprenderse y luego hacer reír a los amigos, familiares, novios, colegas o conquistes con la combinación de ‘pero usted no tiene cara de saberse eso’. A mí sí me gustan las canciones de despecho, me las disfruto y las pongo de vez en vez en el trabajo, so pena de recibir comentarios como "usted si no niega la tierra, ¿no?".
Aquí van, las canciones ñeras -de despecho- que me gustan.
La campeona de todas, que canto aunque esté en una buseta o recién empezando a salir con un sujeto, es 'mis ojos lloran por ti'. Quién no se sabe, "jugastes con mi vida y ahora me pregunto por qué, por qué tuve que enamorarme de ti".
Ese jugastes, con la ‘s’ que le sobra, llenó los inicios de mi adolescencia de sentido: no fue fácil aprenderme esa cantidad de frases que el tipo se la pasa rapeando, sobre todo porque el aire se le va a uno acabando y nadie le enseña cómo recuperarlo para seguir con la siguiente oración. El caso es que la he cantado no solo de pura payasa, también la he sentido y hasta lagrimeado con ella, "mi corazón te extraña y no lo puedo controlar": no hay verdad más cierta en un momento de despecho profundo, de ese que cala en los huesos.
Tierra adentro
Ver novelas no es precisamente uno de mis pasatiempos favoritos. Sin embargo, aunque no me guste verlas y en general la televisión me moleste, tengo que aceptar que hay una banda sonora de una nueva producción de Caracol que me tiene atrapada. La canción dice que quiere ser una “reina de Miami a New York”, y luego que quiere yates, cartera, que quiere un hombre rico pa’ que la mantenga, además de todo lo que se pueda conseguir con una mini uzi.
Alguien incluso me aceptó hace poco que la canción era "pegajosa". Por mi parte no la subvaloro de esa forma, para mí la canción resume las fantasías carnales de muchas mujeres. Pero eso dará para otro tema.
Me gustan las canciones de Jonhy Rivera. No para comprar un álbum, ir a un concierto o pedirle un autógrafo, pero sí para cantarlas. El sujeto en sí me parece una invitación a disfrutarse la vida a pesar de carecer de beneficios. Hoy me mandó saludes y yo fui la mujer más feliz del mundo, como cuando nos lo encontramos en Eldorado con Lula, el año pasado.
Sus canciones son tan fáciles de aprender que me las sé casi todas: “soy un hombre soltero, no tengo compromiso”, es una de las más populares, tanto así que mucha gente reconoce de quién le hablo cuando tarareo ese fragmento. “Por más que ruegues y me pidas, que no te llame”, es el reflejo de lo que a mí tanto me molesta en las relaciones (toca escucharla para entender).
El tipo es un éxito con su música de despecho, casi tanto como Big Boy; o quién se va a atrever a negarme que cuando uno está con ese sentimiento de querer volver con el ex, pero el ex lo trata a uno como si uno tuviera algo peor que lepra, no siente que le sale “aunque el tiempo ha pasado y dejamos de vernos, yo siento aquí a mi lado, tus caricias tus besos”, que canta al lado de otro personaje más o menos igual de particular, Lady Yuliana.
NOTA: Seguramente muchos de ustedes ya habrán vivido cosas como estas, disfrutándolas con timidez. Hay que dejar que el ñero que uno tiene adentro salga a flote, y se disfrute cada estrofa de estas canciones diseñadas para sentirse felizmente miserable.
Para ambientar la escritura de este artículo, tengo como musicalización una de mis canciones de despecho favoritas: 'Querida' de Juan Gabriel. (Acepto que lo escribo porque Jonhy Rivera, uno de mis ídolos en este sentido, me mandó saludes).
Ni aunque quisiera echarme de enemigas a todas las mujeres que se hicieron madres a principios de los ochenta, podría decir yo que Juan Gabriel es un hombre ordinario o, peor aún, ñero.
Sin embargo, con una canción que dice "mira mi soledad, que no me sienta nada bien", el buen bailarín de Juan Gabriel sí queda a la par de otras canciones (éstas sí) ñeras, unidos todos por el género de despecho.
El despecho está tan subvalorado, dejado a los más llevados de la ciudad, que a veces siento que me lastima que las cosas sean así: a los que carecen de clase, dirán unos; a los fracasados en el amor, dirán otros; a los que gustan de beber hasta perder la conciencia, asegurarán otros más.
Pero yo seré hoy -tal vez no mañana, tal vez no en un mes- la redentora de este género, al que considero una rica fuente de canciones para aprenderse y luego hacer reír a los amigos, familiares, novios, colegas o conquistes con la combinación de ‘pero usted no tiene cara de saberse eso’. A mí sí me gustan las canciones de despecho, me las disfruto y las pongo de vez en vez en el trabajo, so pena de recibir comentarios como "usted si no niega la tierra, ¿no?".
Aquí van, las canciones ñeras -de despecho- que me gustan.
La campeona de todas, que canto aunque esté en una buseta o recién empezando a salir con un sujeto, es 'mis ojos lloran por ti'. Quién no se sabe, "jugastes con mi vida y ahora me pregunto por qué, por qué tuve que enamorarme de ti".
Ese jugastes, con la ‘s’ que le sobra, llenó los inicios de mi adolescencia de sentido: no fue fácil aprenderme esa cantidad de frases que el tipo se la pasa rapeando, sobre todo porque el aire se le va a uno acabando y nadie le enseña cómo recuperarlo para seguir con la siguiente oración. El caso es que la he cantado no solo de pura payasa, también la he sentido y hasta lagrimeado con ella, "mi corazón te extraña y no lo puedo controlar": no hay verdad más cierta en un momento de despecho profundo, de ese que cala en los huesos.
Tierra adentro
Ver novelas no es precisamente uno de mis pasatiempos favoritos. Sin embargo, aunque no me guste verlas y en general la televisión me moleste, tengo que aceptar que hay una banda sonora de una nueva producción de Caracol que me tiene atrapada. La canción dice que quiere ser una “reina de Miami a New York”, y luego que quiere yates, cartera, que quiere un hombre rico pa’ que la mantenga, además de todo lo que se pueda conseguir con una mini uzi.
Alguien incluso me aceptó hace poco que la canción era "pegajosa". Por mi parte no la subvaloro de esa forma, para mí la canción resume las fantasías carnales de muchas mujeres. Pero eso dará para otro tema.
Me gustan las canciones de Jonhy Rivera. No para comprar un álbum, ir a un concierto o pedirle un autógrafo, pero sí para cantarlas. El sujeto en sí me parece una invitación a disfrutarse la vida a pesar de carecer de beneficios. Hoy me mandó saludes y yo fui la mujer más feliz del mundo, como cuando nos lo encontramos en Eldorado con Lula, el año pasado.
Sus canciones son tan fáciles de aprender que me las sé casi todas: “soy un hombre soltero, no tengo compromiso”, es una de las más populares, tanto así que mucha gente reconoce de quién le hablo cuando tarareo ese fragmento. “Por más que ruegues y me pidas, que no te llame”, es el reflejo de lo que a mí tanto me molesta en las relaciones (toca escucharla para entender).
El tipo es un éxito con su música de despecho, casi tanto como Big Boy; o quién se va a atrever a negarme que cuando uno está con ese sentimiento de querer volver con el ex, pero el ex lo trata a uno como si uno tuviera algo peor que lepra, no siente que le sale “aunque el tiempo ha pasado y dejamos de vernos, yo siento aquí a mi lado, tus caricias tus besos”, que canta al lado de otro personaje más o menos igual de particular, Lady Yuliana.
NOTA: Seguramente muchos de ustedes ya habrán vivido cosas como estas, disfrutándolas con timidez. Hay que dejar que el ñero que uno tiene adentro salga a flote, y se disfrute cada estrofa de estas canciones diseñadas para sentirse felizmente miserable.
jueves, 29 de octubre de 2009
Jorge, el de los zapatos viejos. Parte I
Los zapatos viejos en Cartagena. La de la foto no soy yo, la googlié
En días pasados llamamos a quien me llevó al bar donde recibí gas lacrimógeno, 'Henry', por motivos de seguridad. Esta vez el protagonista de mi historia, una persona de carne y hueso, se llamará 'Jorge'. En este caso particular los motivos no son de seguridad, son de pura y física vanidad.
Tenía yo que ir al centro y Jorge también. Regularmente ir al centro no implica mayores esfuerzos, excepto si se es de la llamada -mal llamada- provincia. De pequeña incluso me tocaba cambiarme de ropa, dejar los tenis rotos y peinarme, para que mi mamá se dignara a llevarme con ella a hacer las vueltas al centro de Santa Rosa de Cabal.
En Bogotá, por otro lado, ir al centro no requiere de cambio de ropa. Realmente a nadie le importa si uno se va en pijamas o en vestido de coctel. El problema aquí es de movilidad: trancones causados por obras, trancones causados por exceso de vehículos, trancones causados por accidentes, trancones causados por marchas: un viaje de 30 minutos puede convertirse en un suplicio de una hora y media.
Es por eso que el hecho de que casualmente Jorge y yo tuviéramos que ir al centro, se convirtió en todo un evento. Lo pensamos, lo analizamos, lo consultamos con nuestros asesores de tiempo y finalmente tomamos la decisión: ir al centro, recorrer por lo menos 90 calles en bus para lograr nuestros cometidos particulares.
Mi objetivo era sencillo: debía yo conseguir una información para hacer una noticia, para después. Jorge, sin embargo, más ambicioso que yo, buscaba darle un vuelco radical al aspecto de sus zapatos.
Mi curiosidad e ignorancia provincianas me llevaron a hacerle la pregunta que era de esperarse: ¿trajo unos de repuesto para dejar esos en la ‘remontadora de calzado’?
Jorge no pudo evitar la risa. Me sonrojé al pensar que había preguntado yo una impertinencia y busque en el cajón del desembarre una frase para salirme del apuro.
No tuve que usarla, porque mientras yo pensaba en cómo quitarme el color de la cara, él ya estaba invitándome a acompañarlo a ese sitio donde uno manda a arreglar los zapatos y no tiene que llevar unos de repuesto. Me olvidé de la noticia y lo acompañé.
En días pasados llamamos a quien me llevó al bar donde recibí gas lacrimógeno, 'Henry', por motivos de seguridad. Esta vez el protagonista de mi historia, una persona de carne y hueso, se llamará 'Jorge'. En este caso particular los motivos no son de seguridad, son de pura y física vanidad.
Tenía yo que ir al centro y Jorge también. Regularmente ir al centro no implica mayores esfuerzos, excepto si se es de la llamada -mal llamada- provincia. De pequeña incluso me tocaba cambiarme de ropa, dejar los tenis rotos y peinarme, para que mi mamá se dignara a llevarme con ella a hacer las vueltas al centro de Santa Rosa de Cabal.
En Bogotá, por otro lado, ir al centro no requiere de cambio de ropa. Realmente a nadie le importa si uno se va en pijamas o en vestido de coctel. El problema aquí es de movilidad: trancones causados por obras, trancones causados por exceso de vehículos, trancones causados por accidentes, trancones causados por marchas: un viaje de 30 minutos puede convertirse en un suplicio de una hora y media.
Es por eso que el hecho de que casualmente Jorge y yo tuviéramos que ir al centro, se convirtió en todo un evento. Lo pensamos, lo analizamos, lo consultamos con nuestros asesores de tiempo y finalmente tomamos la decisión: ir al centro, recorrer por lo menos 90 calles en bus para lograr nuestros cometidos particulares.
Mi objetivo era sencillo: debía yo conseguir una información para hacer una noticia, para después. Jorge, sin embargo, más ambicioso que yo, buscaba darle un vuelco radical al aspecto de sus zapatos.
Mi curiosidad e ignorancia provincianas me llevaron a hacerle la pregunta que era de esperarse: ¿trajo unos de repuesto para dejar esos en la ‘remontadora de calzado’?
Jorge no pudo evitar la risa. Me sonrojé al pensar que había preguntado yo una impertinencia y busque en el cajón del desembarre una frase para salirme del apuro.
No tuve que usarla, porque mientras yo pensaba en cómo quitarme el color de la cara, él ya estaba invitándome a acompañarlo a ese sitio donde uno manda a arreglar los zapatos y no tiene que llevar unos de repuesto. Me olvidé de la noticia y lo acompañé.
martes, 27 de octubre de 2009
El rompimiento de monotonías
Todos me abandonaron ayer para la hora del almuerzo, entonces decidí irme solita, como cuando Marce y Rocío no tenían ganas de ser vegetarianas, y divertirme escuchando las conversaciones ajenas. La de ayer, sin embargo, no fue para nada emocionante.
En la misma habitación de esa casa-restaurante, además de la solitaria Kate, había un grupo de cuatro mujeres y dos hombres, todos casados. Me di cuenta de eso, porque mientras comía arroz chino sin carne, escuché minuto a minuto la desagradable conversación que se estaba llevando a cabo entre ellos. Es tan absolutamente desagradable el recuerdo de esa charla desafortunada que ni quiero escribir más al respecto, sólo diré con timidez que escuché mucho las palabras placenta, sangrado, costras, ardor y, cómo no, contracciones.
Una de las mujeres estaba en embarazo, y pareció que la pancita incipiente les recordó a todos sus mejores momentos a la hora del nacimiento de sus hijos. Mi arroz chino nunca me había sabido tan prenatal.
El episodio me recordó, por otro lado, una serie de eventos ocurridos durante los días anteriores y que me rompieron completamente la monotonía. En primer lugar el bus que me dio la bienvenida con un muy colombiano 'welcom', así, sin e.
Un par de días antes, el sábado, tuve una noche que me recordó mucho a Pereira. Bogotá estuvo más pereirana que nunca, excepto por lo del frío que obligaba a usar chaqueta, y por lo de la llovizna que acabó con los risos naturales.
Estuve viendo a Kraken, después de por lo menos 3 años de haberlos visto en mi amada Pereira, sentada en el teatro Santiago Londoño. Después de estar en ese concierto, salí en Telecafé, como una rockera espectadora de pelo alborotado y media UCPR se dio cuenta del asunto.
Del concierto lo que más recuerdo no es precisamente a Elkin Ramírez con abrigos que parecían vestidos de coctel, ni las varias docenas de cámaras de video grabando los hechos. Lo que conservaré en el cajón de los 'keepers' será la imagen de dos personajes, que hicieron mi noche.
El primero de ellos, bondadoso en sus carnes, se sabía todas las canciones, incluidas las del último álbum. Tomaba cerveza con mucho sentimiento, como si con cada sorbo estuviera besando a la mujer de su vida, una costeña gricesita, redondita y jugosa, como él.
Luego hizo lo que yo tanto me temía: hizo una llamada durante la que le cantó a quien quiera que haya contestado (léase buzón de voz, amigo, amiga, ex, mamá) a todo pulmón una canción que, si mal no recuerdo, era lenguaje de mi piel. Me sentí tan mal de ver la escena más bien como inclinada hacia lo patético, que estuve muy cerca de darle yo el beso que el sujeto estaba buscando.
Por fortuna, antes de que pudiera correr a los brazos del hombre de las carnes, otro personaje se robó mi atención: un sujeto que se había quitado la camiseta y ahora abrazaba con su espalda sudorosa, a todo aquel que se le atravesaba por el frente.
Una roquera sexi, de las que no se ponen zapatos ortopédicos, logró escabullirse de sus brazos después de un par de canciones, entonces el tipo procedió a abrazar una bandera, que usaba por ratos como sombrero, poncho y cobija.
Algo pasó y de repente vi que se habían encontrado, en un gran abrazo, el joven de las carnes y el sudoroso, y cantaban juntos y felices las canciones de cierre del concierto. Me sentí feliz por ellos, sentí que al final de cada concierto (como la vida misma), cada cual tiene a su gordito sudoroso esperándolo. Volvió la esperanza a mi vida.
Para el recuerdo, una foto de mi época extrema, en la que me la pasaba rompiendo las monotonías
En la misma habitación de esa casa-restaurante, además de la solitaria Kate, había un grupo de cuatro mujeres y dos hombres, todos casados. Me di cuenta de eso, porque mientras comía arroz chino sin carne, escuché minuto a minuto la desagradable conversación que se estaba llevando a cabo entre ellos. Es tan absolutamente desagradable el recuerdo de esa charla desafortunada que ni quiero escribir más al respecto, sólo diré con timidez que escuché mucho las palabras placenta, sangrado, costras, ardor y, cómo no, contracciones.
Una de las mujeres estaba en embarazo, y pareció que la pancita incipiente les recordó a todos sus mejores momentos a la hora del nacimiento de sus hijos. Mi arroz chino nunca me había sabido tan prenatal.
El episodio me recordó, por otro lado, una serie de eventos ocurridos durante los días anteriores y que me rompieron completamente la monotonía. En primer lugar el bus que me dio la bienvenida con un muy colombiano 'welcom', así, sin e.
Un par de días antes, el sábado, tuve una noche que me recordó mucho a Pereira. Bogotá estuvo más pereirana que nunca, excepto por lo del frío que obligaba a usar chaqueta, y por lo de la llovizna que acabó con los risos naturales.
Estuve viendo a Kraken, después de por lo menos 3 años de haberlos visto en mi amada Pereira, sentada en el teatro Santiago Londoño. Después de estar en ese concierto, salí en Telecafé, como una rockera espectadora de pelo alborotado y media UCPR se dio cuenta del asunto.
Del concierto lo que más recuerdo no es precisamente a Elkin Ramírez con abrigos que parecían vestidos de coctel, ni las varias docenas de cámaras de video grabando los hechos. Lo que conservaré en el cajón de los 'keepers' será la imagen de dos personajes, que hicieron mi noche.
El primero de ellos, bondadoso en sus carnes, se sabía todas las canciones, incluidas las del último álbum. Tomaba cerveza con mucho sentimiento, como si con cada sorbo estuviera besando a la mujer de su vida, una costeña gricesita, redondita y jugosa, como él.
Luego hizo lo que yo tanto me temía: hizo una llamada durante la que le cantó a quien quiera que haya contestado (léase buzón de voz, amigo, amiga, ex, mamá) a todo pulmón una canción que, si mal no recuerdo, era lenguaje de mi piel. Me sentí tan mal de ver la escena más bien como inclinada hacia lo patético, que estuve muy cerca de darle yo el beso que el sujeto estaba buscando.
Por fortuna, antes de que pudiera correr a los brazos del hombre de las carnes, otro personaje se robó mi atención: un sujeto que se había quitado la camiseta y ahora abrazaba con su espalda sudorosa, a todo aquel que se le atravesaba por el frente.
Una roquera sexi, de las que no se ponen zapatos ortopédicos, logró escabullirse de sus brazos después de un par de canciones, entonces el tipo procedió a abrazar una bandera, que usaba por ratos como sombrero, poncho y cobija.
Algo pasó y de repente vi que se habían encontrado, en un gran abrazo, el joven de las carnes y el sudoroso, y cantaban juntos y felices las canciones de cierre del concierto. Me sentí feliz por ellos, sentí que al final de cada concierto (como la vida misma), cada cual tiene a su gordito sudoroso esperándolo. Volvió la esperanza a mi vida.
Para el recuerdo, una foto de mi época extrema, en la que me la pasaba rompiendo las monotonías
jueves, 22 de octubre de 2009
Los quince de mi hermana mayor
Aunque parezca increíble, estoy escuchando 'Hotel California' en una versión andina: la canción esta que habla de un lugar para dormir en el norte, en versión de flautas. Escucharla da es como dolor de muela porque recuerda al consultorio de un odontólogo. Es tanta la impresión, que siento la escena completa, Señorita Katherine, señorita Katherine y yo escondiéndome en la silla, como para que la asistente no note mi presencia y mis muelas sigan sin tener contacto con ningún sonido extraño
Pero no, no estoy en un consultorio odontológico. Estoy en la redacción y hoy no es un día normal, empezando porque en la mesa donde hacemos consejo de redacción hay un ramo de flores gigante, lleno de rosas, al lado de la cocina hay personas vestidas de pingüinos y huele a algo que desconozco. Todo el mundo, incluidos los diseñadores, están de corbata, las niñas de vestido y tacón y yo, blusa brillante y cabello liso.
Hoy cumple años El Periódico, cumple dos y estamos de un festejo hasta raro. Sacaremos una edición especial, para la que yo aporté una crónica de Alan Jara y Pipe una entrevista con el ministro Valencia Cossio.
Me siento como si mi hermana mayor fuera a cumplir los quince: todo el mundo sonríe, se prepara para la foto, está a la expectativa y yo, chiquita todavía, estoy contenta con ver a mi hermana vestida de ponqué. Giovanny, que vendría siendo como otro hermano chiquito de la quinceañera, me dice que nos escapemos a comer helado a McDonald’s y Pipe se acabo de vestir. Se avecina una fiesta 100 por ciento colombiana.
NOTA: la portada va con foto de todos los empleados. Los más viejos en el diario juran que la primera vez sacaron edición de celebración, a los seis meses, la foto estaba precedida por el título “estamos felices”. Yo, por mi parte, me niego a creerlo.
LA FOTO NO ES DE HOY. ESTA ME LA TOMÓ PIPE UN DÍA ANTES DE SUSTENTAR LA TESIS, PERO SÍ ES EN LA REDACCIÓN
No lo puedo creer, acaba de empezar, en la misma versión, la de 'Titanic'.
Pero no, no estoy en un consultorio odontológico. Estoy en la redacción y hoy no es un día normal, empezando porque en la mesa donde hacemos consejo de redacción hay un ramo de flores gigante, lleno de rosas, al lado de la cocina hay personas vestidas de pingüinos y huele a algo que desconozco. Todo el mundo, incluidos los diseñadores, están de corbata, las niñas de vestido y tacón y yo, blusa brillante y cabello liso.
Hoy cumple años El Periódico, cumple dos y estamos de un festejo hasta raro. Sacaremos una edición especial, para la que yo aporté una crónica de Alan Jara y Pipe una entrevista con el ministro Valencia Cossio.
Me siento como si mi hermana mayor fuera a cumplir los quince: todo el mundo sonríe, se prepara para la foto, está a la expectativa y yo, chiquita todavía, estoy contenta con ver a mi hermana vestida de ponqué. Giovanny, que vendría siendo como otro hermano chiquito de la quinceañera, me dice que nos escapemos a comer helado a McDonald’s y Pipe se acabo de vestir. Se avecina una fiesta 100 por ciento colombiana.
NOTA: la portada va con foto de todos los empleados. Los más viejos en el diario juran que la primera vez sacaron edición de celebración, a los seis meses, la foto estaba precedida por el título “estamos felices”. Yo, por mi parte, me niego a creerlo.
LA FOTO NO ES DE HOY. ESTA ME LA TOMÓ PIPE UN DÍA ANTES DE SUSTENTAR LA TESIS, PERO SÍ ES EN LA REDACCIÓN
No lo puedo creer, acaba de empezar, en la misma versión, la de 'Titanic'.
lunes, 19 de octubre de 2009
Y la cerveza llegó al fin
Después de una maratónica semana en la que insistí y molesté con la tal cerveza, la tan esperada cerveza, resultó invitándome a tomármela quien menos debería haberlo hecho, porque no había leído siquiera mi blog, con las quejas pro licor de la semana y los gritos no desesperados por acabar con la falta de presencia de otros seres humanos en mis noches. Me fui a tomar una cerveza con alguien a quien por razones de seguridad llamaremos 'Henry'.
Primero me hizo una advertencia que me pareció como de novela policiaca: que el sitio era medio under ground, entonces que no me podía poner con vanidades. En ese momento venía yo muerta de la risa en un bus de Villavicencio a Bogotá, después de haber entrevistado al siempre alegre Alan Jara y por tener al lado a un chico que estaba dormido y tenía una forma de roncar medio burbujeante. La advertencia de 'Henry' se me hizo muy Agatha Christie y por eso le dije, sin pensarlo dos veces, que sí, que fuéramos al tal sitio, que yo iba con pinta de ‘hacelotodo’.
Nos encontramos como a las diez de la noche pasadísimas. Esa mala costumbre mía de llegar antes de tiempo me obligó a quedarme unos cuantos minutos sola. Nada para morirse. Caminé por la zona, buscando el sitio al que se suponía íbamos a entrar y finalmente sólo me encontré con el recuerdo dolorosísimo de la última vez que comí hamburguesa en mi vida (pobre vaca).
El sujeto llegó y me llevó hacia el sitio que menos imaginaba yo. A medida que nos adentrábamos en el ‘Pasaje Internacional Gourmet Olga Karina’, pensaba yo que no debí haberme puesto falda, que el abrigo estaba de más. La voz interior de la derecha me decía que me relajara y la de la izquierda insistía en lo inapropiado del traje. Mi yo real sólo podía pensar en el momento en que pusiera cerveza en mi boca. Nunca había esperado tanto para tomarme algo que en realidad me gusta tan poco.
Llegamos al bar. Heavy Metal en los bafles, en las pintas, en las paredes. Sonaba una canción de algún grupo del que ya no me acuerdo. Fondo a la izquierda la mesa indicada. Llega la mesera de cabello largo, jeans ajustados y camiseta negra. Me pregunta qué quiero tomar y me ofrece un menú de sólo cervezas. Le pido Costeña -como en los viejos tiempos- y ella, con todo y su delgadez rocanrolera me la trae fría, apenas segundos después.
El momento
Después del primer sorbo, que me supo igual de horrible a siempre, vinieron un par de botellas más, todas costeñas. Buena música, buena charla. De repente entran dos chicas corriendo y llorando y el espíritu periodístico lo que dice es que pasó lo peor. Las chicas aseguran que alguien, al parecer un skin head, se ha enojado y ha decidido tirar en un bar cualquiera, un gas lacrimógeno.
Dicen eso y como por arte de magia a mi me empiezan a picar los ojos, empiezo a toser, a llorar. Es mi segunda vez con un gas de este tipo, sólo que el primero no me había producido una pseudogripe.
Ahora, mis queridos lectores, les aseguro que recordaré el sabor a cerveza como un llanto que no puedo contener, como un ardor en la nariz similar al del despecho y un lagrimeo aeroportuario.
*** La foto de Skid Row se debe a que fue una de las bandas revelación -para mí-, de la noche.
Primero me hizo una advertencia que me pareció como de novela policiaca: que el sitio era medio under ground, entonces que no me podía poner con vanidades. En ese momento venía yo muerta de la risa en un bus de Villavicencio a Bogotá, después de haber entrevistado al siempre alegre Alan Jara y por tener al lado a un chico que estaba dormido y tenía una forma de roncar medio burbujeante. La advertencia de 'Henry' se me hizo muy Agatha Christie y por eso le dije, sin pensarlo dos veces, que sí, que fuéramos al tal sitio, que yo iba con pinta de ‘hacelotodo’.
Nos encontramos como a las diez de la noche pasadísimas. Esa mala costumbre mía de llegar antes de tiempo me obligó a quedarme unos cuantos minutos sola. Nada para morirse. Caminé por la zona, buscando el sitio al que se suponía íbamos a entrar y finalmente sólo me encontré con el recuerdo dolorosísimo de la última vez que comí hamburguesa en mi vida (pobre vaca).
El sujeto llegó y me llevó hacia el sitio que menos imaginaba yo. A medida que nos adentrábamos en el ‘Pasaje Internacional Gourmet Olga Karina’, pensaba yo que no debí haberme puesto falda, que el abrigo estaba de más. La voz interior de la derecha me decía que me relajara y la de la izquierda insistía en lo inapropiado del traje. Mi yo real sólo podía pensar en el momento en que pusiera cerveza en mi boca. Nunca había esperado tanto para tomarme algo que en realidad me gusta tan poco.
Llegamos al bar. Heavy Metal en los bafles, en las pintas, en las paredes. Sonaba una canción de algún grupo del que ya no me acuerdo. Fondo a la izquierda la mesa indicada. Llega la mesera de cabello largo, jeans ajustados y camiseta negra. Me pregunta qué quiero tomar y me ofrece un menú de sólo cervezas. Le pido Costeña -como en los viejos tiempos- y ella, con todo y su delgadez rocanrolera me la trae fría, apenas segundos después.
El momento
Después del primer sorbo, que me supo igual de horrible a siempre, vinieron un par de botellas más, todas costeñas. Buena música, buena charla. De repente entran dos chicas corriendo y llorando y el espíritu periodístico lo que dice es que pasó lo peor. Las chicas aseguran que alguien, al parecer un skin head, se ha enojado y ha decidido tirar en un bar cualquiera, un gas lacrimógeno.
Dicen eso y como por arte de magia a mi me empiezan a picar los ojos, empiezo a toser, a llorar. Es mi segunda vez con un gas de este tipo, sólo que el primero no me había producido una pseudogripe.
Ahora, mis queridos lectores, les aseguro que recordaré el sabor a cerveza como un llanto que no puedo contener, como un ardor en la nariz similar al del despecho y un lagrimeo aeroportuario.
*** La foto de Skid Row se debe a que fue una de las bandas revelación -para mí-, de la noche.
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cerveza,
Pasaje Internacional Gourmet Olga Karina,
Skid Row
viernes, 16 de octubre de 2009
Me 'guglié'
Si. No me da pena decirlo. De tanto andar buscando cosas en Google un día cualquiera me dieron ganas de googlear mi nombre, sólo por curiosidad, a ver qué aparecía. Me sorprendió ver que salían uno a uno todos mis 'logros' -y robos- periodísticos, mi perfil y hasta ciertas mentiras laborales. Este texto es una invitación a que usted también se deje tentar por esos impulsos narcisos y ponga su nombre en Google. Los resultados son emocionantes y le aseguro que ganará unos cuantos puntos para su egoteca.
Primero me dio mucha vergüenza que algún compañero de trabajo viera que mi búsqueda era más bien un autoencuentro con mi pasado. Por eso decidí hacer todo el google-proceso en soledad. Esperé a que el periódico estuviera cerrado y todos los periodistas camino a casa y abrí la página web como un adolescente en busca de pornografía. Luego puse las nueve letras que componen mi nombre, el primero de mis apellido y apreté el consabido Enter.
Se me aceleraron las palpitaciones. Pensé que era como haberse encontrado por casualidad al amor de la vida, en algún café de un pueblo chiquito. El circulito rondaba y rondaba y yo a a la espera de un resultado que parecía que nunca iba a llegar.
Primero aparecieron tres enlaces a mi perfil de Facebook. Decía que mi perfil era público y que "Join Facebook to connect with Katherine Loaiza and others you may know". Me sentí prepago: mi nombre estaba siendo utilizado para promocionar una página web!
Después aparecí en Twitter, sin descripciones y luego referencias a otras Katherine Loaiza de diferentes ciudades, con otras madres, una cosa loca: yo como Katherine Loaiza, no era tan única. Seguí avanzando en páginas, en busca que algo inteligente sobre mí.
Eureka en la página dos. Empiezan a aparecer mis fotografías (tomadas por mí, no en las que aparezco), mis escritos de El Espectador, de El Periódico, las crónicas. Ah, qué refrescante ver eso, no soy sólo perfil de Facebook, pensé al ver la serie de crónicas del Sinú, la entrevista con Ingrid, la columna de las pataletas de Plazas Vega.
Me asombré mucho al darme cuenta, si señor, que mi nombre aparecía en una página venezolana, junto a otros colegas. Me hacían todavía parte de la nómina de ElEspectador.com, rotulada con el judicial. Por si las dudas, les monto pantallazo, para que no se me acuse de falsa mentira laboral (dele click para agrandarlo).
Leído esto, qué espera? búsquese en Google. Al menos es una forma más facil de encontrarse que mirando su interior.
Resultados inesperados
Cuando dije "voy a meterle mano a un blog" nunca pensé que iba a tener tan buena acogida entre mi selectísimo grupo de lectores. Muchos me han mandado mensajes instantáneos, de texto, correos, a través de Facebook y de twitter aplaudiendo la iniciativa o invitándome a no estar sola.
Sin embargo dos de ellos, mi queridísimo Pochito y mi Negro feo, me mandaron estos mensaje que la verdad vi muy 'blogueables'. Aquí les comparto.
PD: les monto una foto con uno de mis primos. Yo soy el pitufo.
Alfonso Rico Torres. La verdad entro al Facebook porque es una herramienta tremenda para encontrar a los que no se dejan encontrar por otras vías. Fue imposible no parar al ver que anunciabas un blog: es una foto muy bonita la que aquí tienes y sé cuán bien escribes, así que lo consulté. Preocupa tu punto cuatro.
Lo único que puedo decirte es que le saques provecho a la soledad y no te dejes vencer por ella. Seguramente es muy duro, pero no imposible. Te lo explico en las letras de Paolo Giordano, el mismo que está revolucionando al mundo con su libro La soledad de los números primos (debes leerlo, es muuuuuuuuuuuuuuy complejo de entender, pero ayuda mucho....yo ahí voy). Él, sin meter marihuana (también nombrada en tu blog) logró arrojar sugerencias al mejor de tus estilos, el literario. Te dejo un pedacito:
En una clase de primer curso Mattia había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o mejor dicho, casi juntos, pues entre ellos media siempre un número par que los impide tocarse de verdad. Números como el 11 y el 13, el 17 y el 19, o el 41 y el 43. Mattia pensaba que Alice y él eran así, dos primos gemelos, solos y perdidos, juntos pero no lo bastante para tocarse de verdad.
Mattia pensaba que él y Alice eran éso, dos primos gemelos solos y perdidos, próximos pero nunca juntos. A ella no se lo había dicho. Cuando se imaginaba confiándole cosas así, la fina capa de sudor que cubría sus manos se evaporaba y durante los siguientes diez minutos era incapaz de tocar nada.
Una historia desnuda, la de dos personas unidas, unidas por un destino tan común como imposible de compartir. Una ecuación perfecta, solitaria, como nosotros mismos. Pero la X de nuestra soledad, ¿cómo despejarla?
+++
Mauricio dice:
*Hola primita ya puedes ser feliz, yo soy ¨prolluvia¨ como tú . Cuando llueve por la noche no me gusta dormir, por el contrario lo que me gusta es escuchar llover y sentir como la lluvia se disputa el ruido de la ciudad, así puedo pasar mucho tiempo escuchando. Lo malo es que por aquí no llueve mucho y por eso extraño mucho mi tierra. Podemos ser primitos prolluvia. Se puede ser feliz con muy poco.
jueves, 15 de octubre de 2009
Una noche de 'cerveza'
Yo no tomo licor. Hago la aclaración para quien no lo sepa, pues sólo así entenderá la dimensión de lo que voy a contarle.
Ayer –hoy para el momento en que escribo esto- quería desesperadamente tomarme una cerveza y no pude hacerlo, porque pareció que mis amigos, allegados y hasta el fenómeno de los niños se confabularon en contra de ese deseo.
Primero fue mi compañero más cercano de trabajo el que se negó a salir a tomársela conmigo y de ahí para allá el repetitivo “mmm mejor el fin de semana, no?” de todos los demás a quienes les mostré mi intención licorera. Finalmente acepté que no era el momento, agarré mi sombrilla y me dispuse a salir de la redacción rumbo a mi casa, con todo y la noche oscura, fría y lluviosa de Bogotá.
Ahora, ya en casa, con las babuchas puestas y el saco de ‘Winconsin’ de capucha calentándome la noche, me doy cuenta que las ganas de cerveza no eran más que ganas de compañía. Enterada de esa realidad medio cruel, empezaron a lloverme pildoritas de verdad con el pasar de los minutos. Compartiré con ustedes, mi selectísimo (casi casi inexistente) grupo de lectores, lo que finalmente resulté aprendiendo de todo esto, así a manera de listado, para facilitar la lectura –y desde un punto egoísta y especialmente por esto, para viabilizar la escritura.
1. Mi perro no ha acabado con lo que le es realmente útil. El resto de las cosas tienen el sello ‘mordida de Marrón Rodríguez Loaiza’ impreso. Se han salvado el radio, la nevera, su propia cama, los platos en los que él come y el ajedrez de Hildebrando. La historia de las civilizaciones, nuestros zapatos de tacón y los jeans que nos hacían ver gordas, están entre la lista de los más perjudicados.
2. Esa obsesión que tenía yo por escribir en letras con serifas, asegurando incluso que la inspiración no me llegaba de otra manera, es pura y física invención mía, alejada a más no poder de la realidad.
3. Cuando hace frío no hay nada qué hacer: a la gente en general le da pereza existir, vivir, respirar. Parece que sólo les diera ganas –el frío, la lluvia, el granizo- de dormir. Yo no soy una de esas personas y por ese motivo sólo encontraré absoluta felicidad el día en que encuentre a otro ser humano que sea tan ‘prolluvia’ como yo.
4. Necesito afecto. Siempre se lo he negado a Felipe (el primero que me despreció la cerveza), pero llegó el momento de aceptarlo. Necesito afecto, no con desespero, pero sí en los niveles que la gente común y corriente. Que viva sola, que mis papás estén lejos desde hace rato y que me crea grande, no significa que no lo necesite. Lo necesito y de malas yo, que hasta ahora vengo a aceptar que soy una humana normalita.
5. Me duermo viendo televisión porque me aburre quedarme quieta.
6. Me da miedo que llueva porque siento que se va a caer el techo y todo ese poder sobrenatural que le otorgo al agua se debe a una frase que escuché de pequeña “el agua se puede meter por donde quiera”. Para mí, el Coco es el agua.
7. Las personas me preguntan si sé dónde venden marihuana porque tengo cara de fumadora, y la cara de fumadora se la achaco a la lentitud que se me quedó de la era de fotochica. Que viva Lucy!
8. Me voy a dormir. Sí, lo acepto: me da sueño, soy muy dormilona, me encanta estar entre cobijas. Lo que no tolero es la cama durante el día. Sí, tengo caprichos, estoy llena de ellos, como las viejitas. Tal vez incluso sea una de ellas. 9:18pm
lunes, 24 de agosto de 2009
Nueva en esto
Seguramente muchas personas, muchas más que yo, muchas más de las que alguna vez puedan pensar en meterse a este blog, han escrito alguna vez en sus vidas que no tienen ni idea qué hacer porque son nuevas en este.
So pena de caer en redundancias mundiales, me atrevo a publicar que soy nueva en esto, que no estoy muy segura sobre qué hacer, que tengo muchos escritos y tal vez ninguno sirva para este espacio y que no sé muy bien cómo, cuándo o por qué, empecé a hacer un blog. Le echo la culpa a Gustavo, mí adorado Gustavo (Tavito) por haberme metido en este mundo.
Ya quisiera yo tener aunque sea un porcentaje pequeñito de su infinita inteligencia. La de la foto soy yo, de espaldas, en la casa de Esteban (La Caracola, El Aguacate, Acandí, Chocó).
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